La debilidad del #aneualamerda de Puigdemont
El movimiento independentista de Waterloo perdió el norte ya hace mucho. Le queda la campaña de los espías que se va desmoronando según pasan los días.
“A la merda” no parece una expresión muy intelectual. Claro que puesta en boca de según quién, aguanta. Por ejemplo, los que pintan canas recuerdan aquel momento en que un Fernando Fernán-Gómez malhumorado le lanzó un “a la mierda” a un caballero que quería que le firmara el libro que el actor acababa de presentar.
El artista consideró que no era el momento y comenzó a gritarle y a decirle que sí, que él era un maleducado y que tenía mala educación. Alzó la voz, extrajo de sus entrañas la tesitura gutural y personal que tenía y repitió, una y otra vez, que se fuera “a la mierda”.
Fernán-Gómez presentaba aquel día su libro de memorias “El Tiempo amarillo” (Debate, 1998) inspirado en los versos de Miguel Hernández que dicen «…un día / se pondrá el tiempo amarillo / sobre mi fotografía». Aquel fue un acto con público donde se le preguntó de todo y todas fueron respuestas llenas de inteligencia que el Madrid de finales de los 90 todavía recuerda.
Después llego el “a la mierda” que sonó profundo, maleducado, claro, cansino, pero grande. Él podía.
Que aparezca un movimiento social que utilice el “aneu a la merda” (Id/Iros a la mierda) tiene su gracia. En Cataluña somos muy escatológicos. Nos gustan los chistes marrones que en la sonoridad catalana suenan más suaves.
No provoca la misma reacción un “merda” que un “mierda”. Su efecto también difiere cuando se trata de una propuesta de lugar de destino. Puede que sea el hiato. Ese “ie” que lo hace más potente, aguerrido, tormentoso, aunque se traten las dos de expresiones soeces.
Hasta aquí todo bien. Un actor, un intelectual puede utilizar todos aquellos improperios que precise y un movimiento ciudadano puede hacer con las palabras lo que le venga en gana. Pero ¿y un político?
No tengo dudas. La clase política tiene que ser respetuosa siempre, aunque el contrario le ponga de mala baba. Forma parte de la cortesía parlamentaria. Y, en todo caso, el político no debería bajar jamás al baúl del improperio para extraer ningún vocablo sucio. El diccionario está repleto de términos que bien mezclados pueden acabar siendo mucho más insultantes que el concreto.
Que Carles Puigdemont se haya sumado a la campaña #aneualamerda es “barruer”. Chapucero, en castellano. Es torpe. Y demuestra que el movimiento independentista de Waterloo perdió el norte ya hace mucho. Le queda la campaña de los espías que se va desmoronando según pasan los días.
La rapidez con la que el que fuera president de la Generalitat, o sea, una de las altas instituciones que tiene España (es así) describe de forma muy clara el estado de ánimo del eurodiputado. Con ello quiero decir que se debe seguir rigiendo con las normas que requiere un diputado electo, que es la diferencia con el cómico, con un intelectual o con un grupo activista.
El famoso tweet dice lo siguiente. “Me sumo: #aneualamerda. No nos podemos sentar nunca más en ninguna mesa con esta gente hasta que tengamos que decidir los términos de la separación. Iros a la mierda todos los que habéis violado nuestras vidas y la de nuestras familias. Miserables quienes lo hacéis y los que lo justificáis”.
Puigdemont, que no hace nada por un calentón, comete un error con este mensaje grave y durísimo. Demuestra la desesperación al que le están cerrando todos las puertas. No tanto las formuladas desde el lado de la justicia, que tienen sus pasos lentos y también sus ritmos. Me refiero al respaldo en su casa. En su territorio. En su partido, al que ha renunciado.
Muchas cosas están ocurriendo en JxCat. Y puede, jugando con ciertos rumores que siempre son interesados, que el paso dado por Elsa Artadi abandonando la candidatura al Ayuntamiento de Barcelona, vaya en este sentido. El final de etapa de una familia política. Claro que cuando una se va, siempre llega otra. Y este será el siguiente capítulo.