La Cumbre Humanitaria: ¿buenas intenciones o intenciones políticas?

El 23 y 24 de Mayo tenía lugar la primera, flamante y bien publicitada Cumbre Humanitaria Mundial organizada por Naciones Unidad en Estambul. La primera en sus 70 años de existencia. Todo un éxito, al menos mediáticamente hablando y para la grandes cadenas hoteleras, por supuesto.

Poco más de cuatro meses después, el pasado 19 de Septiembre la Asamblea General de Naciones Unidas celebro una reunión al más alto nivel para tratar los grandes movimientos de refugiados y migrantes a nivel global. En ella se aprobó un documento por el cual los Jefes de Estado y de Gobierno reiteran su compromiso con la protección de los derechos humanos de todos los refugiados y migrantes del mundo. Hoy el flujo de refugiados y desplazados internos continua en países como Afganistán, Pakistán, Sudán del Sur, Yemen o Somalia. La crisis humanitaria en Siria se agrava por minutos.

Ya son más de 65 millones personas desplazadas forzosamente en todo el mundo como resultado de conflictos y violencia. Y a ello habría que añadirle una media de 25,4 millones de personas desplazadas cada año por desastres naturales. Y la tendencia es al alza.

El lucrativo negocio de la trata de seres humanos no cesa. Los gobernantes se pierden en diatribas internas, puestas en escena de no se sabe bien qué y algún que otro gesto corto. Mientras tanto el respeto por los Derechos Humanos y el Derecho Internacional Humanitario siguen esperando poder asistir y proteger, en toda su dimensión, a la poblaciones más necesitadas.

La Cumbre Humanitaria Mundial de Estambul reunió a jefes de estado y gobierno, tal vez la más notable Angela Merkel, al sector privado y organizaciones de la sociedad civil. Destacable la ausencia de los gobernantes de los países más poderosos del planeta así como de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.

Significativo, y no menos curioso, a la vista de los temas que tratar: a) liderazgo político para prevenir y poner fin a los conflictos; b) defender las normas que protegen a la humanidad (en especial la protección de la población civil y el respeto por los DH y el DIH); c) no dejar a nadie atrás; d) trabajar de manera diferente para poner fin a las necesidades; y e) invertir en la humanidad.

A tenor de lo visto, con buenas intenciones no basta. Las agendas políticas de los estados y sus intereses minan una agenda que debería ser puramente humanitaria y despolitizada. El centro ha de ser el ser la persona y su protección, pero sobre mesas de diseño, o de caoba lustrosa de tiempos gloriosos, deambulan perdido el futuro de millones de personas.

Recientemente escribía Javier Solana sobre la «necesidad de medidas encaminadas al cumplimiento efectivo de las normas y el reconocimiento de la autoridad de los tribunales internacionales». Hace no tanto tiempo, en el año 2000, el Sr.Solana era el flamante Secretario General de la OTAN: un autobús con civiles serbios fue fulminado por un misil de las fuerzas de la OTAN en el conflicto de Kosovo.

Tony Blair lo califico de «daños colaterales» y «un error»; uno más de tantos. Estados Unidos sigue hoy sin reconocer la autoridad de los tribunales internacionales. Los miembros permanentes del Consejo de Seguridad siguen ejerciendo su veto, incluso si se transgreden los más básicos derechos humanos recogidos en la carta magna de Naciones Unidas. ¡Eso es liderazgo político y defensa de las normas para proteger al ser humano! Claro, aquel próximo a nosotros y que no moleste.

Pocas semanas antes de la cumbre, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas mostro su rostro más humilde y humano, y aprobó una resolución encaminada a la protección de la población civil en conflictos así como una condena contra cualquier tipo de violación del Derecho Internacional Humanitarios. Gesto que honra en vista de los hitos del año 2015: mayor número de solicitantes de asilo en la historia con más de 3,3 un millones de personas. Cada hora 1.440 personas en el planeta son desplazados y el 51% de todos los refugiados son niños y niñas. Hoy día, 1 de cada 113 personas en el mundo es un solicitante de asilo, refugiado o desplazado interno.

No hay duda del trabajo y esfuerzo desarrollado en la Cumbre Humanitaria Mundial, cuyo centro gravitatorio giro entorno a la prevención y la respuesta ante emergencias. Pero como cualquier noria, el centro no gravita entorno a quien va en ella, sino en quien la pilota.

La ayuda humanitaria se centra en dar respuesta a las victimas de conflictos y catástrofes, de proveer y satisfacer las necesidades más básicas de las poblaciones en riesgo y más necesitadas. La acción política de las resolución de los conflictos no es ni debe ser responsabilidad de la comunidad humanitaria, sino de políticos y gobernantes.

Mezclarlos supone una reducción de los principios humanitarios y minar de manera sustancial su acción, algo por desgracia hoy nada raro. Países afectados por conflictos, como Yemen, Sur de Sudán o la República Centroafricana requieren de una acción política. Los humanitarios intervienen cuando estas acciones no se han articulado, o cuando su articulación ha sido tardía y mala.

La agenda política de los donantes condiciona. No hay más que ver la última respuesta ante la crisis del Sur de Sudán: incremento del contingente militar internacional. Sin embargo, el Plan de Respuesta Humanitaria de Naciones Unidas para este país en 2016 está financiado sólo en un 40%, existiendo un déficit no cubierto aún de 765 US$. La ayuda de emergencia humanitaria, es por esencia pura, la respuesta cuando falla la prevención. La solución es un verdadero compromiso político de quienes tienen la capacidad de ejercer influencia. Intentar hacer un dueto en solitario difícilmente entonara correcto.

Como diría Pepe Mujica, «Quizá esté equivocado, porque yo me equivoco mucho; pero lo digo como lo pienso».