La crisis permanente es la demográfica
Los cambios que ha originado la crisis económica son profundos pero el factor que perdurará es una España que envejece. No hay mayor obstáculo para la competitividad de la economía. Somos una sociedad con una población que envejece, con tasas de natalidad que incluso están por debajo de la media de Europa. Menos natalidad sumada a más expectativas de vida.
El envejecimiento afecta al sistema de pensiones y a la sostenibilidad de la salud pública. En fases de crecimiento, hay necesidad de mano de obra inmigrante, como ocurría antes de 2008. Si hay salida –por lenta que sea– de la crisis económica, la crisis demográfica no tiene solución ni a medio plazo.
No se prevén cambios a la alza, salvo quizás un incremento de natalidad derivado de la afluencia inmigratoria. Pero la crisis ha hecho volver a sus países de origen a no pocos inmigrantes. En consecuencia, la tasa de dependencia –población jubilada sobre población activa– empeorará. Vivimos más años y tenemos menos hijos: como toda Europa, España envejece. Fallará la ratio generacional.
La sociedad española actual fue configurada por un mínimo de cinco elementos: alta presencia de mujeres en la población activa, sobre todo a partir de los años sesenta; crecimiento demográfico sustancial con 18 millones a principios del siglo XX y luego más de 45; una sociedad urbana y desruralizada; economía de servicios; hasta hace poco ser país receptor de inmigrantes después de haber sido país de origen.
El bajón económico nos ha hecho comprender que una sociedad adherida con tanta celeridad a los hábitos de consumo tiene muchas posibilidades –todas, según hemos experimentado– de padecer una desaceleración de forma llamativa. La sociedad española llegó a un punto de crisis profunda, autocomplaciente, descuidada y propicia –según Víctor Pérez Díaz– a dejarse enredar en el cultivo de sus pequeñas diferencias.
La precariedad ha dañado el protagonismo clásico de las clases medias, obligadas a una aportación fiscal que extenúa. La reforma fiscal en curso parece buscar su alivio pero lo cierto es que el ascensor social –-que pasa inevitablemente por la clase media– está parado. También las clases medias han envejecido.
En la Europa envejecida, la Europa balneario, el Estado de bienestar que fue el magnífico logro de postguerra actualmente renquea. Entre otras cosas, ocurre que los excesos de asistencialidad fomentan el inmovilismo.
Incluso la socialdemocracia sueca sabe que, de ofrecer según cuales prestaciones por desempleo, hay quien prefiere no buscar trabajo aunque lo tenga a dos pasos. El envejecimiento obligaría a reformas del Estado de bienestar que pocos políticos está dispuestos a asumir. Así es como se llega a otra crisis.