La Convergència real todavía respira

Cambios de nombre, cambios generacionales. Todo fluye. Pero permanece la personalidad. Y Convergència es consciente de que debe aferrarse a algunos principios. Siempre ha actuado con una premisa: aprovechar las vías pragmáticas, y mantener las reivindicaciones legítimas. Convergència ha venido a ser el partido de «los nuestros», sin necesidad de justificarse demasiado. Y los «nuestros» son catalanes que quieren salidas posibles.

Eso no significa una renuncia a la independencia de Cataluña. Según como vayan las cosas en el conjunto de la Unión Europea en los próximos años, la independencia puede que no sea una opción descabellada. Todo ha entrado en una fase preocupante marcada por la fragilidad y el miedo.

Sin embargo, Convergència ha tomado algunas decisiones que la ligan a la realidad. Se trata de esa Convergència real, más allá de ese relevo en la dirección, que encabeza Masta Pascal y David Bonvehí. Una de ellas se perfilará este martes, con la abstención en la votación para elegir a Ana Pastor como presidenta del Congreso.

Más allá de las presiones para que CDC apoyara a Xavier Domènech, el candidato de Podemos, y que se sumará a una alternativa de izquierdas en Cataluña previsiblemente con el apoyo de ERC, el partido ha preferido asegurarse que tendrá grupo parlamentario propio. Y para ello era necesario, como mínimo, una abstención ante la candidata del PP.

El otro gesto es el que ha protagonizado el conseller de Cultura, Santi Vila, que se pide la candidatura a la alcaldía de Barcelona para ganar a Ada Colau. Al margen de esa muestra de gallardía –para ser alguien, primero hay que quererlo– la idea de Vila es la correcta desde el punto de vista de un convergente: el adversario es la izquierda supuestamente alternativa de Colau, Podemos y, seguramente –dependerá de ellos– de ERC. El rival es Colau. Y Vila lo intuye y lo verbaliza. La ciudad de Barcelona necesita que exista alguien en el centro-derecha, como lo precisa el conjunto de Cataluña.

La abstención de Convergència en la votación de Pastor supone que Rajoy podrá vislumbrar, desde este mismo martes, su investidura con unas votaciones similares. Si Convergència se abstiene en la investidura de Rajoy –eso es más complicado– el mensaje estará claro: ofrece y reclama diálogo, colaboración, teniendo en cuenta que el Govern de la Generalitat sigue viviendo en una situación de gran precariedad, con el 74% de la deuda autonómica ya en manos del Estado.

La lástima de todo esto, para un convergente medio, es el cambio de nombre. A este cronista le consta que Jordi Pujol no entiende nada, que no sabe por qué le han cambiado el nombre a su creación. Claro que él tiene gran parte de culpa. Los nuevos dirigentes no quieren saber nada de corrupción, y Convergència ha quedado muy tocada por tantos años de corruptelas y clientelismo. Pero, en descargo de Pujol, habría que decir que los partidos pasan por épocas muy diferentes. El PSOE es el de Largo Caballero, el de Llopis, el de Felipe González o ahora el de Pedro Sánchez, y a nadie se le ha ocurrido cambiar el nombre.

En cualquier caso, la Convergència real todavía respira. No se resigna a dejar de ser lo que fue.