La Constitución como arma
El consenso alrededor de la Constitución no peligra, el problema es que la usan para atizarse entre sí unos constitucionalistas contra otros
Tal vez la metáfora más aproximada al momento actual de la Constitución sea el de una fortaleza asediada. Sus defensores anuncian el peligro y denuncian con encono a los desafectos o asediadores.
Ocurre sin embargo que los atacantes, que los hay, son pocos, andan dispersos, se encuentran lejos y por si fuera poco no cuentan con bombardas de suficiente calibre como para llegar ni al pie de sus muros.
¿Cuántos diputados no quisieran regirse por esta Constitución? ¿Dos docenas? Tres a lo sumo entre 350. El consenso a su alrededor no peligra. El problema es que la usan para atizarse unos constitucionalistas contra otros constitucionalistas.
Las dificultades de la Constitución, más que en sus impotentes atacantes, provienen de buena parte de sus defensores, los que exageran los riesgos para cerrar puertas y postigos a fin de que no penetre aire de fuera, el aire siempre cambiante de los tiempos.
Las dos características más relevantes de cualquier constitución democrática son su solidez como fundamento de la convivencia combinada con una enorme elasticidad a la hora de regular dicha convivencia a lo largo del tiempo.
Sólida y flexible. Ya que es precisamente la flexibilidad la que confiere solidez. Y al contrario, al endurecerse, al perder su capacidad de adaptación a los cambios sociales y de absorción de conflictos, se vuelve frágil como ciertos materiales aunque parezca lo contrario.
Una tercera, y certera, característica, de las constituciones sanas es su silencio, o mejor dicho el silencio a su alrededor. Las constituciones son los fundamentos, la base, el armazón y flaco favor le hacen quienes pretenden resolver sus problemas sacándola de la tranquila luz mortecina de los sótanos para exhibirla desde el tejado con la intención, no tanto de apropiársela, como de usarla como arma contra un rival igualmente constitucionalista.
Si la Constitución pierde vigencia, y hoy es con seguridad menos inclusiva que una década atrás, como en los noventa era más inclusiva que al cambiar de siglo, es debido a quienes en vez de velar por su plasticidad se dedicaron y se dedican a conferirle rigidez.
Aún así no se vislumbra, racionalmente, el menor atisbo de ruptura de los consensos constitucionales básicos. Claro que las sociedades o bien evolucionan mediante pequeñas y constantes reformas, o mediante vuelcos súbitos que nadie es capaz de prever hasta que se presentan con una fuerza demoledora insospechada.
En cualquier caso, ni un retroceso, supuesto o real, de los principios democráticos en los que se inspira ni el contexto geopolítico conducen a presagiar próximos futuros de inestabilidad, por lo menos a corto y medio plazo. Mientras Europa aguante y la alianza atlántica no se resquebraje, las crisis como la pasada o la presente no se van a traducir en vuelcos sociales.
Sucede que, al revés de lo deseable y con escasas excepciones, una de las condiciones requeridas para dedicarse a la política en España es la desvergüenza. Por ello, y porque andan confiados en que no hay nada malo en librar sus batallas más allá del campo delimitado por la propia Constitución. Lo que importa, la finalidad, es el poder, ya sea alcanzarlo, ya mantenerlo.
Todo vale
En cuanto al método, es el archiconocido del todo vale. Y en vez de inserirse en los límites de la Constitución, que la excluyen como arma entre rivales, se sirven de ella a falta de recursos que requieren más imaginación y unas miras algo más elevadas.
No, el catastrofismo como simulación y el ensalzamiento hasta lo deslumbrante como método para desalojar del poder o mantenerse en él no son el mejor modo de celebrar el Día de la Constitución.
En teoría, y en tiempos no tan reculados, la Constitución se loaba discretamente en su efeméride. Las caras, incluidas las periféricas que hoy se levantan liliputiensemente contra lo que representa o creen que ya no representa, eran de satisfacción. Ahora son todas de crispación.
Que la crispación como tónica general sea en buena parte interesada, forzada, producto de la escasa calidad de liderar de los llamados líderes políticos, es motivo de preocupación.
Que la Constitución tenga cuerda para rato no justifica a quienes la usan como arma, unos contra otros entre quienes están muy lejos de cuestionarla. Hay modos de celebrarla sin debilitarla desde dentro.