La confianza puede perderse

La consistencia no es el rasgo definitorio de los sucesivos informes del Consell Assessor per a la Transició Nacional, que documenta al presidente de la Generalitat. Cada vez más parecen concebidos para contribuir a la confusión. Inconcreción, perspectivas contradictorias, más incógnitas que certidumbres: transición, ¿hacia dónde? Por el momento hay indicios de ansiedad política. En casos de esta naturaleza, la confianza puede perderse. Carlos Díaz Güell ya ha advertido en Economía Digital sobre el riesgo de quiebra social.

Es un hecho contrastado que la estabilidad institucional y la seguridad jurídica generan confianza. Lo contrario, la deteriora. Y regenerar confianza es luego mucho más difícil. En plena gestión de una crisis económica que ha obligado a Artur Mas a recortes peliagudos, desempolvar lo más conflictivo de la cuestión identitaria de Catalunya conlleva polarización. Lo detectan las encuestas.

 
En más de un sentido, la desconfianza aporta los síntomas de un colapso

En una sociedad democrática que ejerza su pluralismo, es posible una ciudadanía descontenta con la clase política. Eso no invalida la democracia pero es una de las motivaciones de la pérdida de confianza y deterioro de la autoestima colectiva. El proceso político iniciado por Artur Mas ha anulado en la dialéctica intelectual y mediática de Catalunya cualquiera de los grandes debates que vive el mundo de hoy, desde la globalización, el envés de las nuevas tecnologías o –por ejemplo– todos los problemas de la bioética, por no hablar de cómo se acota el poder financiero. Eso es, ciertamente, una forma de ensimismamiento. Por esta razón no es una paradoja que la mayoría de libros pro-independentistas que se publican tengan más que ver con el voluntarismo activista que con la racionalidad.

Sí, hay riesgo de perder confianza. La ruptura de consensos acostumbra de dejar el rastro desastroso de un elefante en la cacharrería. Véase el caso de lo que se llama Consenso de Bruselas, referido al conjunto de estimaciones que representa la Unión Europea. Se le atribuye la distancia entre la élite política y la gente de la calle y algo de verdad hay, pero no toda. El Consenso de Bruselas tiene mucho más de positivo que de negativo. Alterarlo en sus fundamentos sería una aventura más que desafortunada y una victoria pírrica para los populismos. En su caso, la peripecia de Artur Mas, sumaría dos estropicios: rompen con el consenso constitucional de España y quedar exento del Consenso de Bruselas. En más de un sentido, la desconfianza aporta los síntomas de un colapso.