La competitividad es también crecimiento

La competitividad es una palabra demasiado utilizada hoy en día, tanto como referencia milagrosa para salir de la crisis, herramienta para el desarrollo, excusa para bajar precios o salarios, y necesidad para poder vender o competir con otros países o regiones.

El Foro Económico Mundial ha publicado el Informe de Competitividad Global 2012-2013 que analiza las economías de 144 países. Suiza encabeza la lista y en segunda posición se encuentra Singapur. Finlandia es la tercera, seguida de Suecia (4 ª) , Holanda (5 º), Alemania (6 º) EEUU (7 º), Reino Unido (8 º), Hong Kong (9 º) y Japón (10 º) que completan el ranking de las economías top 10 más competitivas.

Los países del sur de Europa y mediterráneos – Portugal (49), España (36 ª), Italia (42) Jordania (63 ª) Marruecos (70 º) y Grecia (96 º) – continúan sufriendo de deficiencias de competitividad en términos de desequilibrios macroeconómicos, escaso acceso a la financiación, rígidos mercados laborales y un déficit de innovación.

La persistentes brechas en la competitividad dentro de las regiones, especialmente en Europa, es un riesgo que condiciona el futuro. Es urgente adoptar medidas a largo plazo para mejorar la competitividad y volver a la senda de un crecimiento sostenible.

En el actual entorno competitivo y global, países y regiones, especialmente los de la zona del Mediterráneo se enfrentan a múltiples desafíos. Es imprescindible una hoja de ruta coordinada, realista y dotada de instrumentos financieros, para impulsar una cooperación e integración económica a largo plazo.

Esta nueva situación obliga a profundizar en las relaciones económicas y redefinir el papel de los gobiernos y las empresas en el marco de una nueva asociación. Pero no será posible sin una acción más vigorosa y sinérgica entre actores políticos y económicos implicados.

Esto requiere la selección de los instrumentos idóneos, establecer las prioridades correctas, confiar en los procesos de ejecución y a la vez potenciar reformas estructurales políticas y económicas para vertebrar económicamente todo el territorio. Esos son los elementos esenciales para impulsar el éxito futuro.

La competitividad de un país se mide por su potencial o creciente capacidad para exportar productos, bienes y servicios, es decir, para garantizar el equilibrio externo a medio plazo. Una forma sencilla de aumentar la competitividad es tener menores salarios y precios, pero esto puede ser contraproducente. Otra es la de restringir las importaciones, pero es difícil y podría provocar represalias.

Por lo tanto, se ha demostrado que lo más efectivo es convencer a los consumidores, tanto locales como internacionales, de las ventajas de nuestros productos o servicios, La formula es: la innovación, la productividad, la formación continua, la reputación y la marca que son esenciales para ofrecer productos atractivos.

La competición se acentúa para atraer inversiones, pero ¿cómo lo hacemos?. No hay nada que empresas y inversores teman más que la incertidumbre. Es una incertidumbre que adquiere muchas formas: la falta de información fácilmente accesible, un historial muy variable en lo que se refiere a la aplicación de las leyes relativas al comercio, la proliferación de reglas que conduce a quebrantarlas a quienes se supone que deben velar por su cumplimiento. ¿Cuánto tiempo hace falta para crear una nueva empresa? ¿y para que entre en vigor una ley? ¿ y para obtener un crédito bancario? ¿ y para pasar la aduana?

Con esta perspectiva, entre los retos principales de la competencia figura la modernización del entorno económico y social. La inversión sólo puede desarrollarse y ponerse en marcha en el seno de un ambiente favorable que garantice los medios necesarios y transparentes para una actividad rentable y de calidad. Es lo que llamamos, en particular, la mejora de nuestras infraestructuras y también es la valorización del elemento humano, que es el pilar del desarrollo y la modernización.

Un factor para la competitividad reside en la importancia de diversificar las economías. Si crece el comercio con el resto del mundo, aumentará la competitividad frente a la competencia de otras zonas económicas. Hace seis siglos, el destacado estadista y filósofo Ibn Jaldún escribió que «gracias al comercio con los extranjeros, las necesidades de la gente y los beneficios de los comerciantes, crece la riqueza de los países».

Las experiencias exitosas ponen de manifiesto que el desarrollo social y la mejora de los sistemas del buen gobierno no son sólo unas simples obras de acompañamiento de las políticas, sino que éstas constituyen una condición esencial. Aquí hay un aspecto que requiere de un especial interés si se observan los retrasos registrados en los países mediterráneos en cuanto a los niveles de indicadores de estos ámbitos.

La creación de infraestructuras y la ampliación del acceso a los servicios de base, especialmente en educación, formación y sanidad, así como la lucha contra el paro sobre todo juvenil, la pobreza y las exclusiones, potencia la competitividad de las personas y el entorno. Son condiciones necesarias para mejorar nuestras economías.