La coalición, ring y fortaleza

Dentro de cualquier fortaleza se puede combatir, pero con cuidado de no derribar los muros que la sostienen

Fortaleza lo es, claro. La alternativa a la coalición entre PSOE y Podemos son nuevas elecciones con tres escenarios posibles: uno, el fin de la mayoría de izquierdas con apoyo de partidos de ámbito no estatal; dos, la repetición de la coalición actual, si bien más debilitada; y tres, un gobierno a precario del PSOE apoyado por el PP a condición de que Pedro Sánchez se vaya.

En caso de que el pugilismo interno entre ministros de Podemos y el PSOE, más los de ministros del PSOE contra ministros del PSOE, lleve a situaciones extremas, no hará falta el apoyo de PNV y ERC. Si el gobierno llegara a caer a causa de las batallas internas, es probable que, tras las pertinentes elecciones, sea substituido por un tripartito o bipartito de derechas, con Vox imponiendo sus criterios extremistas.

Dentro de cualquier fortaleza se puede combatir, pero con cuidado de no derribar los muros que la sostienen. Que se tambaleen resultaría fatal, pero que tiemblen ante el fragor del ring interno es una pésima noticia.

No lo sería tanto si los protagonistas principales de las luchas cuerpo a cuerpo tuvieran la prudencia de pelearse en los lúgubres sótanos del poder, de manera que no traslucieran al exterior demasiados signos de las múltiples contiendas.

De eso se trata. De eso tratan y más que van a tratar las reuniones entre las planas mayores de los defensores de la fortaleza. No tanto de limar asperezas, y menos de convertir el ring en una balsa de aceite, sino de encauzar las discrepancias de puente levadizo hacia dentro.

El primer escenario descrito, el fin precipitado de la coalición, infunde ciertamente pavor a los ministros boxeadores, y ya sabemos que el miedo (a despeñarse) no sólo guarda la viña. En último extremo, escenario dos, una vez aprobados los presupuestos Sánchez podría dar un golpe de timón, expulsar a los de Podemos o reducir su presencia sin grandes complicaciones.

Sánchez e Iglesias tienen maestros de sobra en el pasado reciente de la democracia española

No es cuestión, para los de Pablo Iglesias, de jugarse los cargos que tanto han costado de obtener. Por lo que se prevé una reconducción de las bregas hasta niveles de simple y de, por lo menos en apariencia, civilizada discrepancia.

Si tras los rifirrafes de la semana pasada los dos jefes del gabinete pretenden aprender a conllevarse de manera que parezca que están de acurdo por lo menos en lo esencial, tienen maestros de sobra en el pasado reciente de la democracia española.

Por ejemplo, la ‘coalición’ desde fuera entre el propio PSOE y CiU, en el declive de Felipe González. Según los protagonistas de los acuerdos, todo se discutía y se planificaba al milímetro, y más aún los decibelios de cada disonancia.

Felipe González, que había pasado de dueño y señor de la política hispana a capitán de una fortaleza asediada, sabía muy bien que si los de Jordi Pujol abrían una brecha en el contrafuerte que lo sostenía (contrafuerte atacado sin piedad por la prensa de derechas), debería de abandonar el poder de mala manera.

Por ello, todos los pasos del gobierno, todas las iniciativas, todos los proyectos de ley, eran discutidos a puerta cerrada y con el mayor sigilo. En caso de negativa total de CiU, el proyecto ingresaba en el congelador, a la espera, quién sabe si eterna, de mejor ocasión.

En aquellas reuniones de minuciosa planificación, se perfilaban tanto los contornos del acuerdo como el modo de presentar los proyectos, discrepar durante su tramitación para, al fin, llegar al puerto previsto por la ruta previamente establecida.

La tensión en la coalición es no sólo inevitable sino además imprescindible

Pujol no quería dar la imagen de rodillo. Felipe pretendía su apoyo. Ambos sabían que era obligado mantener las distancias y hasta un cierto encono en público. Pero los dos apreciaban el valor de la estabilidad. Por lo que idearon y pusieron en práctica un sistema que respondía al principio jazzístico según el cual no hay mejor improvisación que la meticulosamente pautada, ensayada y preparada.

Las condiciones para una entente entre los dos socios contendientes en la fortaleza asediada de hoy deberían partir, en atención por lo menos a sus respectivos intereses, de dos principios. La acotación de las divergencias, o sea, de la distancia sin la cual Podemos se vería contra las cuerdas y no podría mantener su perfil. Y, novedad hasta cierto punto, reparto proporcional milimetrado de las medallas.

La acción gubernamental da para muchas fotos, y más si cuenta con mayoría parlamentaria. Pelearse en público sin guión previo escrito a dos manos es de gallitos con pocas entendederas. Las principales obligaciones de Sánchez, en aras al mantenimiento de la más alta poltrona del reino son dos. No tener descontentos a sus socios y evitar que Iglesias se le suba a las barbas.

La tensión entre los coaligados es no sólo inevitable sino además imprescindible para la estabilidad de los muros de la fortaleza. Si no se tambalean como en los pasados días, la coalición puede durar hasta el final de legislatura e incluso repetir.

A tal fin, suponiendo que deseen mantenerse largo tiempo en las alturas y evitar cualquiera de los tres escenarios alternativos, deberían de trocar las reuniones para amainar los combates en el ring por una comisión permanente, a poder ser discreta o incluso secreta, en la cual se discutan y acuerden las acciones del gobierno y los espacios de cada cual.

Convirtiendo, claro está, las batallas del presente en simulacros con apretón de manos y sonrisa final estipulados de antemano.