La ciencia de los tontos
Una miseria anunciada. La asfixia presupuestaria –con un recorte del 39% desde el 2009–, ha colocado a España en el puesto 19 del ranking de I D de la UE, por detrás de países como Malta, Chipre y Estonia.
Este declive lacerante, que merma la investigación básica indispensable para que haya innovación y favorece la fuga de cerebros, presagia un nubarrón ante el que ni el Gobierno del PP ni los partidos que quieren sucederle muestran excesivo interés. Parafraseando a Einstein, esta ciencia que impulsan los políticos es la ciencia de los tontos.
De la intención del Ejcutivo de Rajoy da cuenta el punto y final al programa científico Consolider que se inició en 2006 y que ha financiado más de 70 proyectos de excelencia, como el telescopio óptico de Canarias, el mayor del mundo. O el de epigenética, que reunió a los mejores grupos de investigación biomédica del país y consiguió importantes avances en el estudio de enfermedades como el cáncer, la leucemia o la esclerosis múltiple.
Es difícil encontrar un dato que no abunde sobre la penuria de los centros e investigadores. La inversión del Fondo Nacional de Investigación, que financia los proyectos, no llega a los 300 millones de euros, el coste de fichajes de la famosa delantera BBC madridista. Y los fondos para formación (las becas) sólo suman 135 millones, seis temporadas de Messi. Los investigadores del CSIC, el mayor organismo de investigación, han disminuido en 5.000 desde el 2009 y su edad media ronda los 53 años.
Muy lejos de la media de inversión comunitaria (el 1,24% del PIB frente al 2,02%), el I D i empresarial puede resumirse en este dato: 21 firmas españolas están entre las 1.000 europeas que más destinan a este campo.
Los expertos dejan claro que países como Alemania o Francia han sabido sortear la crisis en mejores condiciones por el impulso dado a la investigación, con el aumento del gasto en I D del 4,4% y del 2,2%, respectivamente. El gigante teutón tiene 20 puntos menos de paro que España, mientras la tasa de desempleo en Francia se sitúa 13 puntos por debajo.
Siguiendo el modelo alemán, Ciudadanos ha propuesto la creación de una red de institutos tecnológicos donde los investigadores resuelvan los problemas de las empresas. Esta base debería ir acompañada de otras medidas urgentes como mejorar la conexión entre tecnología e industria, incentivar la inversión exterior e incorporar nuevas herramientas de financiación (por ejemplo, fondos de capital riesgo). Sólo ha levantado la polémica al apuntar que el presupuesto venga del freno a las inversiones en el AVE.
El PSOE, según su secretario general, Pedro Sánchez, propone crear un gran fondo nacional de innovación y reindustrialización, al que destinaría 1.500 millones de euros. Pero no explica de dónde saldría la partida. Con ella, también intentaría el regreso a España de cerca de 10.000 investigadores que han emigrado durante las dos últimas décadas ante la falta de oportunidades.
Los desoladores relatos de Santiago Ramón y Cajal y emigraciones como la de Severo Ochoa a América no van camino de romperse. Las últimas encuestas revelan que sólo el 20% de los españoles querrían que sus hijos fueran científicos, y el 40% son incapaces de nombrar a uno de cualquier época o nacionalidad. Tan solo un 10% nombra a Cajal y un 4% a Ochoa.
Seguro que entre el 96% restante figura el agente que en 1989 multó al Nobel de Luarca en la Castellana, de regreso del Centro de Biología Molecular, por invadir con el coche una isleta tratando de sortear un atasco.
Y lo que es peor, tras ver su pasaporte, sin rubor le llamó «abuelo americano» y le avisó de que «sin permiso español no se puede circular por Madrid». Menos mal que el entonces ministro de Sanidad, Julián García Vargas, le convenció al día siguiente, tras entregarle un carnet de la DGT, de que no se volviera a EEUU.
Don Severo se quedó y aún tuvo tiempo de reprocharle al PSOE y a Felipe González que no apoyaran la buena política científica. «No se dan cuenta –protestaba– de lo importante que es la ciencia para el desarrollo y el bienestar de un país. Me refiero a la ciencia hecha aquí, no a la comprada».