El lunes por la mañana subí en un avión rumbo a Barcelona desde Budapest. No tengo manías en volar, cuando se tercia, en líneas low cost. En este caso, un vuelo de primera hora de la aerolínea irlandesa Ryanair, más cerca de las 6 que de las 7 de la mañana. He volado infinidad de veces con ellos y reconozco que son maleducados, pero muy puntuales. Como por el momento no pago para que me hagan una reverencia al subir al avión –casi nunca dicen hola–, sino simplemente para que me lleven a mi destino, no me quejo.
En el mismo vuelo subió una chavalita –en argot diríamos pija— con un grupito de amiguetes que, por lo que pude escuchar, se habían saltado algunas clases. La chica aparentaba tener casi veinticinco años y sus forma delataban que estaba poco habituada a esta clase de viajes. Ya saben, estar entre gente de distinta especie a la suya. Una vez en el pasillo, la chavalita levantó la voz quejándose sobre el poco espacio disponible para colocar su maleta. Literalmente, lanzó la frase: “¡De qué va la peña!”. Por cierto, justo sobre mi oreja, ya en posición de sueño.
“¡De qué va la peña!”, pensé. ¡Qué buena reflexión! Cerré los ojos y bloqueé mis orejas para no escuchar más tonterías. Aunque tengo que reconocer que hasta de una pija mal educaba uno puedo extraer ideas. Entonces fue cuando empecé a reflexionar.
Unas horas antes, la noche del domingo, escuchaba y leía comentarios sobre las elecciones andaluzas. La gracia de la globalidad es que uno puede seguir unas elecciones andaluzas –perdón por no hablar de las asturianas– desde cualquier lugar del mundo vía twitter.
Con el escrutinio avanzado y las opciones de la mayoría absoluta del PP cada vez más cerradas, algunas voces se alzaban recriminando el nivel cultural de los votantes. En cierta manera, eran como la chavalita de mi avión. Estaban en un lugar donde querían estar –por precio y beneficio– pero no sabían comportarse en esas circunstancias. Ni unos ni otros entendían que su sistema debe ser validado ante cualquier vara de medir, no sólo la suya.
Al analizar los resultados electorales, mucha gente piensa que los andaluces son incapaces de comprender que los responsables de estar tantos años en el furgón de cola pueden ser unos gobiernos propios desastrosos. Han tenido una oportunidad de cambio real y han preferido, de nuevo, más de los mismo. Incluso algunas presonas se quejan de que viven del resto del Estado y que quieren seguir mendigando esa opción. Como la chavalita del avión, están en un lugar equivocado aunque quieren viajar (¡eufemismo!) a todos lados.
Quieren comportarse como un viajero cualquiera, pero desconocen las normas básicas de viajar ni tan siquiera en low cost. Quieren ir a los destinos más lejanos, pero son incapaces de guardar la maleta sin levantar la voz, quejándose del resto de pasajeros. Recuerdan en cierta manera aquello tan catalán de “vamos mal, ¡pero la culpa es que España nos roba!”.
Sinceramente, creo que todos los lectores vemos de forma clara qué podemos hacer para que la chavalita se porte de forma correcta y pueda viajar con los mismos derechos que el resto de pasajeros por el mundo. Pero no entiendo que un buen numero, hablaría de mayoría si fueran contertulios, sean incapaces de entender el problema de Andalucía.
Tanto hablar de este problema y, quizás, el verdadero problema es que no hay problema en Andalucía. A la chavalita, entre nosotros, nadie le hizo caso. Un tripulante dió aviso por el interfono –creo se llama así– y pidió que dejaran libres los pasillos para no molestar al resto de pasajeros. Al final, tuvo que levantar ella sola su maleta –por cierto, con el riesgo que eso supuso para mi oreja dormida– y la colocó en el lugar supuestamente adecuado. Luego, avanzó unas filas y se sentó. Al aterrizar, vino velozmente a por su maleta –sentarse detrás en un avión significa que tienes que volver para salir– y, claro, al final se quedó la última de la fila.
Como he oído en infinidad de ocasiones, una queja es valida según la potencia en que se reproduzca. Si un buen número de andaluces consideran que no es un problema suficientemente grave tener un paro más elevado que el resto de España como para cambiar de líderes –seguramente otros candidatos no daban la talla, pero esto es otra historia– no pasa nada. ¡Así es la democracia! Una mayoría vota y decide. Pero que nadie olvide que se tienen que compartir responsabilidades y no distribuir devociones, especialmente en momentos de crisis.
Sin la tensión equívoca del PP –que ha retrasado inútilmente decisiones pensando en Andalucía– ahora es el momento de asumir las responsabilidades de gobernar. Unificar derechos y deberes de todas las autonomías. Suprimir, en este caso, privilegios como el PER u otras prebendas. Nadie debe impedir que la chavalita vuele a cualquier destino, pero sí debe saber que hay unas normas que son las mismas para todos. Y si su incompetencia la hace quedar al final de la cola, ya aprenderá a salir sola.
Si alguien es incapaz de conocer el valor de las cosas, tiene tiempo y medios para aprenderlo. Lo que no es de ley es que crea que viaja en primera cuando simplemente ha pagado una línea low cost. Esta chavalita, como Andalucía, tiene que viajar más para abrir las miras. No hay nada mejor como viajar para aprender a valorar lo que se hace. Si le seguimos mimando y ayudándola en todo, nunca saldrá de su supuesta ignorancia. Creo que Andalucía ha dado un gran paso con sus votos. Nos ha dicho, definitivamente, que quiere volar sola. No quiere más ayudas.
La próxima década debe ser una prioridad para Andalucía. Ahora es su momento. Tiene que volar con sus recursos, sin levantar más voz que la de su trabajo. Suprimamos todos sus “hechos diferenciales”, empezando por el PER. Creo que ellos lo reclaman porque saben que, si siguen atados, nunca podrán ni tan siquiera volar. Y que Andalucía vuele, aunque sea en low cost, es necesario para que España salga de la crisis.