La catenaria es lo que importa
En Cataluña llevamos ya muchos, demasiados años, ensimismados en un supuesto proceso de transición nacional cuya meta es, al menos para sus promotores, la proclamación de la independencia. Durante estos años se ha hablado y escrito hasta la saciedad al respecto. Yo mismo lo he hecho en infinidad de ocasiones, sin duda alguna en exceso. Hay una coincidencia de opiniones, cada vez más amplia, que advierte que este proceso provocará un inevitable choque de trenes, de consecuencias imprevisibles tanto para Cataluña como para el resto de España e incluso para el conjunto de la Unión Europea.
Parece difícil, por no decir que imposible, que dos trenes que circulan por vías paralelas, como viene sucediendo de forma permanente con las férreas posiciones mantenidas tanto desde el Gobierno de España como desde el Gobierno de la Generalitat, puedan llegar a chocar, por mucho que se enconen las posiciones. Porque, por definición, las líneas paralelas no se cruzan jamás, ni tan siquiera en el infinito, y por tanto el choque, por fortuna, nunca puede llegar a producirse.
De ahí que, en especial desde Cataluña pero también desde el resto de España, hayan surgido diversas iniciativas que han intentado proponer vías intermedias basadas en el diálogo para que sea posible abrir una negociación que, mediante las cesiones de ambas partes como sucede en cualquier transacción, se pueda alcanzar algún día el tan necesario acuerdo institucional y político que dé con una solución justa a este conflicto, preferentemente sin vencedores ni vencidos.
Tanto y tanto hemos hablado de vías que nos hemos olvidado que de poco sirven ahora ya las vías si no cuentan con una buena catenaria. En lenguaje ferroviario se denomina catenaria a la línea aérea que suministra energía eléctrica a la locomotora. De nada sirve una vía si no cuenta con una catenaria. Las catenarias pueden ser rígidas o flexibles, pero hoy son absolutamente imprescindibles para el funcionamiento de un tren.
Tenemos dos trenes que circulan por vías paralelas, cada uno de ellos con su propio cargamento. De un lado está el tren del Gobierno de España, con su inalterable exigencia del cumplimiento estricto de la legalidad constitucional vigente, mientras que en el otro tren, el del Gobierno de la Generalitat, se mantiene asimismo inalterable la exigencia de la celebración de un referéndum, si es posible legal y acordado y si no es así convocado de forma unilateral, para que la ciudadanía catalana pueda decidir si quiere o no la independencia de Cataluña.
Ambos trenes vienen haciendo su propio recorrido de forma paralela. Pueden seguir haciéndolo hasta el infinito, es decir hasta la eternidad misma, sin llegar a chocar. ¿Y sus catenarias? ¿Son catenarias rígidas o flexibles? ¿Hasta cuándo estas dos catenarias seguirán suministrando a cada tren toda la energía eléctrica necesaria para seguir con este eterno, interminable recorrido paralelo?
¿Hasta cuándo el tren del Gobierno de España podrá seguir con su imperturbable viaje legalista y jurídico, sin atisbo alguno de una propuesta convincente de diálogo político razonable? ¿Hasta cuándo el tren del Gobierno de la Generalitat podrá continuar su propio viaje secesionista basado en el apoyo de una minoría muy amplia pero a todas luces insuficiente?
¿Qué ocurrirá si ambas catenarias dejan de funcionar y los ocupantes de ambos trenes se ven obligados a bajar de sus respectivos convoyes y se encuentran al fin, cara a cara, y se ven finalmente obligados a hablar, a dialogar para intentar llegar a un acuerdo que, previas las cesiones necesarias de cada parte, permita dar respuesta definitiva a un conflicto de tanta gravedad?