La Cataluña cancelada
El PSC siempre se haya sumado con entusiasmo a la cancelación de los catalanes no nacionalistas, la mayoría de sus votantes incluidos
La cultura de la cancelación es la nueva censura. Es el arma de las políticas identitarias, desde izquierda woke al nacionalismo tribal, para evitar el debate e imponer sus derivas más irracionales. Es la coacción justificada por la falsa superioridad moral de quien se siente virtuoso sin serlo. Es el summum de la pose y la decadencia de la honestidad. Es la infantilización de una sociedad a la que se la cree incapaz de confrontar pensamientos distintos. Es el poder ejercido con un paternalismo fascistoide. Es sacrificar la libertad en el altar de la última moda política. Es el silenciamiento del discrepante.
La cultura de la cancelación ha prosperado en las redes sociales en los últimos años, pero el nacionalismo catalán, consorciado con el socialismo autóctono, ya llevan décadas aplicándosela a media Cataluña. No es un fenómeno nuevo para nosotros. El president Josep Tarradellas la denominaría “dictadura blanca”. Como ideología antiliberal y antipluralista que es, el nacionalismo lleva la tentación de la cancelación en sus genes. Al nacionalista no le gusta la realidad. Es alérgico a lo diverso y a lo complejo; por lo que trata de imponer la homogeneización, aunque esta suponga empobrecimiento y discordia.
Recordarán cómo en 2007 la Generalitat tripartita de José Montilla excluyó -canceló- de la Feria del Libro de Frankfurt a algunos de los mejores escritores catalanes. Los Enrique Vila-Matas, Eduardo Mendoza o Juan Marsé se quedaron en sus casas. ¿Su pecado? Escribir en castellano. Al menos, aquello escandalizó. Ya con gran parte de la sociedad anestesiada el delirio cancelador alcanzó su estrafalario cénit cuando en 2018 un grupo de independentistas patrocinados por la CUP boicoteó un acto sobre Miguel de Cervantes en la Universidad de Barcelona. En la esquizofrenia nacionalista Cervantes puede ser tanto un ilustre catalán como un peligroso fascista, todo depende del día y de la intención.
Lo trágico de todo este asunto es que el PSC siempre se haya sumado con entusiasmo a la cancelación de los catalanes no nacionalistas, la mayoría de sus votantes incluidos. Ya Montilla señalaba la lengua catalana como la única propia de Cataluña, como si su lengua materna fuera impropia o de segunda categoría. La izquierda global hace tiempo que abandonó la defensa de la libertad, pero en Cataluña parece aplicarse con especial saña en contra de los derechos de los más humildes.
El pacto en contra del castellano es una prueba más. Ya no solo el PSC, sino todo el PSOE ha adoptado el lenguaje y el proyecto nacionalistas. Los socialistas han llegado a un acuerdo con los partidos independentistas, finalmente también el de la radical Laura Borràs, para esquivar las sentencias de los tribunales y pisotear los derechos -y las oportunidades- de los estudiantes. La propuesta de reforma de la Ley de Política Lingüística ha sido celebrada por los Comunes porque “blinda” el catalán como única lengua vehicular.
Ningún pacto entre partidos podrá evitar el cumplimiento de las sentencias, pero las izquierdas autóctonas parecen dispuestas a apoyar cualquier “jugada maestra” propuesta por la clerecía procesista. Salvador Illa no habla como Miquel Iceta, pero, al servicio de la ambición desmedida de Pedro Sánchez, actúa como él y entrega el voto del constitucionalismo ingenuo a un nacionalismo clasista, a un nacionalismo que le desprecia y le humilla siempre que tiene la más mínima oportunidad.