La calva y la tránsfoba
Igual lo que va llegando es la hora de serenarnos, de tomarnos todos unas cuantas tilas, de cosificarnos menos los unos a los otros, de humanizarnos más
El guantazo de un actor a otro en plena gala de los Oscar, aparte de hacer entrar en efervescencia la parte de portera que anida en todos nosotros, ha puesto sobre la mesa una nueva oportunidad de rizar el rizo en el debate sobre la violencia machista. La semana pasada se aprobó en el Parlament una moción para luchar contra la “presión estética”, léase, contra cualquier intento de atacar por su físico a una mujer (de que los hombres puedan tener el mismo problema, en todo el hemiciclo sólo hablé yo…), lo cual desde ya se califica, no ya de gilipollez y de bordez, sino de violencia machista.
Entonces, si un macho humilla públicamente a una hembra por su alopecia, y el macho asociado a esta hembra le salta un par de piños, ¿está cumpliendo a rajatabla la moción de nuestro Parlament, está empoderando a su señora, o la desempodera porque la tenía que haber dejado defenderse ella sola? Si es a ella a quien se le ocurre subirse al escenario y soltar un guantazo a su agresor estético, ¿estaríamos debatiendo la cuestión en los mismos términos?
¿Lo veríamos igual? Igual lo que va llegando es la hora de serenarnos, de tomarnos todos unas cuantas tilas, de cosificarnos menos los unos a los otros, de humanizarnos más. ¿Es necesario un máster de neofeminismo transalopécico no binario para entender lo que pasó en la gala de los Oscar?
¿O basta con un tratado de urbanidad de los de toda la vida? ¿No sería suficiente con enseñar a los unos a no insultar, y a los otros a no contestar a los insultos con mamporros?
Volviendo al tema de la “presión estética”: siempre ha habido guapos y feos, como siempre ha habido y habrá ricos y pobres, listos y no tan listos. Nada tan injusto, desigual y, si me apuras, fascista, como la madre Naturaleza. Proveer una sociedad mejor no pasa por negar las diferencias, incluso las más sangrantes y hasta incomprensibles: pasa por saber convivir con ellas, por aceptarnos los unos a los otros, en nuestra infinita variedad, con las máximas posibilidades de respeto.
Respeto. Con unos miligramos de este escasísimo bien nos ahorraríamos toneladas de feminismo de salón y también de machismo de saloon del Salvaje Oeste.
Pues ni me echo a llorar, ni le pego: le pregunto qué vale un peine y me lo gasto en pipas
Tampoco nos vendría nada mal cierta capacidad de reírnos menos de los demás y más de nosotros mismos. ¿Que me llaman calva?
Pues ni me echo a llorar, ni le pego: le pregunto qué vale un peine y me lo gasto en pipas. Da pena, da sincera pena, mirar sólo unas décadas atrás, ver a qué se enfrentaban las mujeres cuando la pelea era por poder votar, abortar, divorciarse y hasta tener una cuenta corriente propia sin permiso del padre o del marido. Cuando una mujer española divorciada bajo la República era “des-divorciada” por el franquismo, que encima si se había vuelto a casar con otro, la consideraba adúltera, lo cual en aquellos tiempos no era un simple insulto.
Era un delito castigado con cárcel. ¿De verdad se ha banalizado tanto el feminismo como para que ahora la lucha sea impedir a toda costa que nos llamen guapas o feas?
Yo ya dije la semana pasada en el Parlament, y lo mantengo, que quien defiende la libertad individual la defiende para todo el mundo, y entonces el feminismo sale solo, mientras que los libertófobos son capaces de reducir hasta la causa más noble a mero caparazón de su sectarismo. Quien nace para prohibir, censurar y fastidiar al prójimo, lo hace con cualquier excusa.
Que se lo pregunten si no a la periodista y escritora Joana Gallego, que impartía un máster sobre género y publicidad en la UAB hasta que un grupo de 20 alumnas sospechosamente organizadas y fanatizadas le hicieron boicot. No se limitaron a considerar que el máster de Gallego no les interesara: hicieron todo lo posible por hundirlo, por reventarlo, para que no pudiera acudir a clase nadie más.
A ella no la llamaron calva sino tránsfoba, que en ciertos ambientes de hoy es lo peor de lo peor. Todo ello mientras las autoridades universitarias hacían aquello a que por desgracia ya nos van teniendo acostumbrados: ceder ante los radicales y ser en cambio inmisericordes con los que no se meten con nadie.
Pues ya me perdonarán
Que sólo reclaman su parcela de democracia y de debate, su lugar al sol. Se llamen Joana Gallego o se llamen S’Ha Acabat, que, sin tener nada que ver y a lo mejor ni que decirse, sí conviven en el lado estrecho de un embudo cada vez más y más ancho para los partidarios, no ya de imponer sus tesis, sino de cancelar y borrar del mapa las de todos los demás.
Pues ya me perdonarán. Pero eso ni es feminismo, ni es universidad, ni es democracia ni es la convivencia más elemental y más básica.
Las ideas que lejos de mejorar la vida de las personas, la reducen a la miseria de la persecución y la exclusión no son ideas.
Son malos pensamientos. Pensamientos negrísimos. Que en cuanto consiguen devenir únicos…pues tarda mucho en volverse a ver la luz del sol.