La calculadora de Oriol Junqueras

El juguete se manosea, se desgasta, pero sigue ahí. Los responsables políticos catalanes permanecen encerrados con el juguete soberanista. Pero el tiempo pasa, y las propias contradicciones en el campo independentista pueden provocar un cambio enorme a medio plazo. Tras la decisión del presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, de someterse a una cuestión de confianza en septiembre, la política catalana queda en manos de Oriol Junqueras, el líder de Esquerra Republicana.

Junqueras no tiene ninguna garantía de que vaya a ser el gran referente en Cataluña. Pero tiene todos los hilos para poderlo ser. Dependerá de su calculadora, de los números que pueda establecer, que es decir también que depende de su habilidad política y de su capacidad para generar confianza en la CUP, algo muy complicado.

En las últimas semanas, Junqueras ha dejado entrever que la CUP no ha querido votar los presupuestos de la Generalitat no tanto por las partidas en concreto –que estaba dispuesto a discutir– como porque nunca ha confiado en Convergència. La CUP sigue viendo en los convergentes a unos recien llegados al campo independentista, conscientes de que pueden protagonizar un giro en cualquier momento hacia la política del acuerdo con Madrid. Junqueras ha explotado ese factor, y no ha tenido ni una mala palabra contra la CUP, en contraste con las descalificaciones que lleva realizando el candidato de CDC al Congreso, Francesc Homs.

Porque, ¿cómo ha actuado Junqueras en los últimos días? ¿De verdad confiaba en que la CUP secundaría esas cuentas, o ya le ha ido bien –corriendo un alto riesgo– que las pudiera bloquear?

Si el problema es de confianza política, sobre el proceso soberanista, sobre la capacidad de Convergència de desobedecer al Gobierno central en algún momento, que los anticapitalistas ponen en duda, qué mejor para Esquerra que trasladar públicamente esa tensión. El precio para Junqueras es que puede ser tildado de ser un pésimo político, incapaz de sacar adelante unas cuentas que habían resultado un regalo inesperado, por las partidas que se liberan para gasto social gracias al menor pago de intereses por la deuda.

En cualquier caso, Junqueras puede preferir seguir en el alambre, porque las ganancias pueden ser mayores. Eso es así. Los partidos políticos luchan por el poder, y Junqueras no es ajeno a ello. Sabe que la independencia queda lejos, y se presenta ante los poderes económicos como un político pragmático, capaz de resolver problemas y de llevar a ERC hacia la «Convergència del siglo XXI».

Siguiendo ese argumento, ¿qué puede ocurrir en septiembre? Con un gobierno español que ya se habrá constituido, Junqueras puede jugar un papel clave. ¿Influye o no en la CUP para que los anticapitalistas dejen caer a Puigdemont? ¿Se asegurará de que Convergència se haya preparado o no tras la refundación del partido?

Puigdemont y Junqueras no se llevan bien. Han comprobado sus diferencias en las últimas semanas. Los dos acabarán defendiendo proyectos y estrategias muy diferentes. Pero dependerá todo de la calculadora de Junqueras, de acertar en los pasos que deba realizar.

A Esquerra le puede convenir forzar elecciones lo antes posible, para erigirse en el partido con más apoyos, o tomarse más tiempo a la espera de que afloren todas las contradicciones posibles en el seno de CDC, que tiene una prueba de fuego en las elecciones generales.

El problema real será para los cientos de miles de personas que se creyeron el proyecto independentista. La lucha por el poder será cruenta, y por la esquina asoma un movimiento de izquierdas liderado por los partidarios de Ada Colau.