La cal viva pasa factura y el PSOE se sitúa en el escaparate
«El diablo está en casa. En este lugar huele a azufre.» De esta manera comenzó el entonces presidente de Venezuela, Hugo Chávez Frías, su discurso en el pleno de Naciones Unidas el día 29 de septiembre de 2006. Se refería, naturalmente a la asistencia del presidente de Estados Unidos, George W Bush, el día anterior.
Latinoamérica heredó de los españoles el caudillismo, una forma autoritaria en sus formas de ejercer la política. Cada caudillo tiene liturgias símiles en sus actuaciones. Y la devoción al líder está construida sobre la autocomplacencia que ejercen en sus discursos y por lo caro que sale no formar parte de la turbamulta mística de seguidores.
Muchos caudillos son o han sido excelentes oradores, extensos, retóricos, agresivos, narcisistas y agotadores. La política caudillista latinoamericana ha llegado a España. La televisión salta de canal con el tiempo, cuando se constata que son discursos huecos sin contenidos concretos de economía o política. El caudillismo ha regresado a la Carrera de San Jerónimo.
Chueca está inquieta, como el resto de España. No satisface nada la idea de nuevas elecciones, por perdida de meses valiosos y porque nada certifica que los resultados vayan a ser sustancialmente distintos. Los más belicosos son partidarios de dos exigencias. Que ningún cabeza de lista repita y que los partidos paguen de sus bolsillos los gastos de las elecciones. Hay unanimidad en considerar que los partidos no han cumplido el mandato de los electores y que no han hecho su trabajo.
Hay matices en el juicio emitido sobre cada líder. Bueno, en primer lugar hay tamices en función de la adscripción política, o mejor dicho, del último voto emitido. Pero ahora, la novedad es que existen dudas, al menos en algunos casos.
Desayuno hoy domingo con Sergio, un amigo que ha votado a Podemos, por considerar que su voto tradicional al PSOE estaba vencido. La cal viva ha hecho estragos en su estado de ánimo. «No les voté para esto». Pesa más el juicio de las formas que el de los contenidos. «Sobrado, prepotente, antiguo, rencoroso, agresivo, son algunos de los calificativos dirigidos al líder de Podemos». La ecuación entre la consideración que hizo Pablo Iglesias de Otegi, como preso político, con las iniciativas de Felipe González para defender a los presos en las cárceles de Venezuela también ha sido una puntilla para Pablo Iglesias.
Agredir tan brutalmente a Felipe González, ni siquiera como una supuesta forma de apelar a la justicia, sino por el mero hecho de atacar y dividir, es una acción de alto riesgo y consecuencias colaterales. Su escueta respuesta a Iglesias ha sido demoledora: «¿Qué le pasa para tener tanto odio, tanta rabia? Está sobrado». La respuesta a la pregunta del ex presidente no es fácil. Probablemente hay que regresar a la etiología de los caudillos latinoamericanos para encontrar una respuesta a la pregunta sencilla pero profunda de Felipe González. El rencor ya no cotiza porque la gente quiere soluciones.
En el mercado de San Antón hay mucho movimiento a mitad de mañana. Es primeros de mes y hay dinero caliente. Y Madrid ha tenido un día plácido, sin demasiado frío.
Un médico retirado, votante histórico del PP, no tiene piedad ni con Rajoy ni con Iglesias. Apoya la responsabilidad del líder de Ciudadanos y le gusta que se haya blindado el pacto entre este partido y el PSOE para ir a negociar con todos juntos.
Se ánima el debate con nuevas aportaciones. Ahora, el PSOE se ha instalado en el escaparate. Ha conseguido traspasar los filtros que establece Michael Ignatieff para conquistar el derecho a ser escuchado. Es la primera condición para tener arrastre electoral. Pedro Sánchez ha aprovechado una investidura fallida para convertirse en líder. No es poco, aunque no sea todo.
Nadie cree en la gran coalición ni en la abstención del PSOE para que gobierne el PP, porque hay unanimidad en la consideración de que Mariano Rajoy es efectivamente un tapón. O cambian de corcho, o nadie va a beber de esa botella por mucho que mejoren la cosecha. Ya no cae líquido.
También hay unanimidad en algo que ya se intuía: Podemos nunca ha tenido verdadera voluntad de pactar con el PSOE. Solo quería imponer al PSOE una cuerda para su propio ahorcamiento. Es curioso; lo que más ha convencido a mis interlocutores en esa creencia ha sido el segundo debate. El del amor. Tanto histrionismo, que se considera falta de respeto a la cámara, ha evidenciado que sus intervenciones son puro teatro.
Después de lo ocurrido, hablar del «pacto del beso» y decirle a Sánchez «Pedro, solo quedamos tú y yo», se considera intolerable en un asunto tan serio. Mis interlocutores han empezado a creer que Iglesias los toma por tontos. No encuentro a nadie que no esté aburrido, hastiado e indignado de lo que consideran un cinismo propio de Sálvame de Luxe, cuando al minuto se constata la falacia de los odios y amores que se suceden en cada programa. Lo dicho, «puro teatro».
No creo que nadie aguante mucho más tiempo la sobreexposición de los partidos en este show televisivo. Empiezan a pedirles que no nos cuenten nada y que negocien en silencio, sin alharacas. Si pudieran, los encerrarían en la Capilla Sixtina a pan y agua hasta que se produjera una fumata blanca. Pero no encuentro a nadie que crea en el éxito de una nueva investidura.
Seguiremos siendo prudentes por el compromiso que hemos adquirido con ustedes, nuestros lectores. Dos meses es mucho tiempo. Y la única forma de soportarlo es desenganchar. Puede que La Sexta tenga que revisar los protagonistas de sus espacios estrella. Si siguen apareciendo en oleadas sucesivas los dirigentes de Podemos, puede haber una estampida del canal incluso hacia los dibujos animados. Solo a los niños les gusta ver una y otra vez la misma película.
El rey ha salido reforzado. Algunos, incluso le han encontrado utilidad a la Monarquía. Iñaki y Cristina también aburren y la indignación se ha ido condensando gracias al cortafuegos de la abdicación de Juan Carlos I.
Acabo la jornada cansado, con un esfuerzo de memoria. Me da pudor tomar notas en mis conversaciones con los vecinos de Chueca. Sobre todo porque podrían pedirme compartir los magros emolumentos que recibo por estas crónicas. De momento, mi situación económica no me permite esos dispendios. Eso sí; procuro ser yo quien paga las cañas.