La caída del precio del petróleo redefine Europa

El petróleo ya está en 70 dólares el barril a causa del frenazo de las economías emergentes y, para algunos observadores del sector, podría llegar a 50 dólares por barril.

La caída del precio del petróleo puede acabar convirtiendo a Estados Unidos en un exportador neto de crudo y de gas natural gracias al fracking. Los expertos hablan de un cambio geoestratégico que marcará el fin de la hegemonía del crudo.

La OPEP mantiene los precios bajos a base de reducir la oferta. Arabia Saudí, el gran productor mundial, tiene interés en mantener el precio bajo para hacer inútil el esfuerzo de las producciones norteamericanas. Es la tormenta perfecta: los ofertantes juegan a bajar precios y seguirán haciéndolo mientras puedan compensar sus pérdidas en los mercados de futuros.

Por otra parte, a estos precios, la extracción de petróleo en aguas profundas no resulta rentable. Este es el caso del Mar del Norte y, muy pronto, lo será de Canarias, donde las prospecciones de Repsol han levantado reacciones populares frente a un esfuerzo que puede acabar resultando baldío, dado el panorama del mercado mundial. El petróleo del mar resulta muy costoso y sólo sería rentable si el precio del crudo oscilara entre los 80 o 100 dólares el barril.

El gas natural, hermano gemelo del crudo, define un frente paralelo lleno de interacciones. El convenio firmado por el presidente ruso, Vladimir Putin, para que el gas siberiano tenga un enclave estratégico en la frontera entre Grecia y Turquía es la respuesta de Rusia a la presión de la UE sobre el conflicto del este de Ucrania. El precio del gas natural está indiciado con el precio del petróleo Brent, la referencia en el mercado energético.

Esta vinculación convierte en primordial el desafío de Putin a Bruselas advirtiendo a la UE de que, si prosigue con sus medidas de bloqueo a causa del conflicto de Ucrania, Europa tendrá que comprar el gas a partir de un gasoducto de nueva creación enclavado en el sur, en la frontera turco-griega. Turquía, un país que no es miembro de la UE pese a haber reclamado su entrada en diversas ocasiones, se convertirá en la llave del gas siberiano que Alemania y centro-Europa necesitan de forma imperiosa.

Después de la última reunión del G20 en Pekín, el escenario abierto con los pactos recientes entre Rusia y China se ven con mayor claridad. Y el gasoducto Grecia-Turquía no es ajeno a estos acuerdos, como desvela Jane Perlez (domingo 30 de noviembre) en el New York Times: «China acaba de empezar un proyecto de infraestructuras inmenso para conectar a Asia Sur y Central con el Dragón»; es la continuidad del gasoducto Putin en la frontera greco-turca.

Sin olvidar que el acuerdo entre Putin y el presidente chino, Xi Jinping, cuenta con un dato de mayor importancia: la creación del Banco de Inversiones Infraestructurales Asiático, como rival del Banco Mundial.

Rusia se aleja de los intereses europeos. Putin abandona la frontera de la OSCE (el esquema de seguridad heredado de la Guerra Fría) para colocar sus referencias en Asia Central y China. El bajo precio del crudo juega un papel de primer orden. La UE deflacionaria crecerá con lentitud durante la próxima década.

La Unión tiene 28 miembros, muchos de ellos pequeños y extendidos a lo largo de la vieja frontera con la Unión Soviética. Si Bruselas no cede ante los planes expansionistas de Moscú, la frontera este-oeste dejará de ser una prioridad para las potencias. Mutará su piel.

Un grupo de países de economías emergentes seguirá perteneciendo a la UE, del mismo modo que, antes de 1914, estos estados, desde los Cárpatos hasta el Caucaso, estuvieron bajo el dominio de Austria-Hungría. Pero perderán su influencia y volverán a ser tierra de nadie.