La broma de Puigdemont
Seguimos para bingo. El Govern de la Generalitat, que preside Carles Puigdemont, sigue, de forma oficial, la hoja de ruta trazada. El proyecto soberanista, nominalmente, se mantiene vigente, y todo está preparado para pasar «de la ley a la ley», una expresión que nos recuerda la transición, de la mano de Torcuato Fernández-Miranda. La cuestión es que el proyecto independentista pretende pasar de la ley de la Constitución, a leyes aprobadas por un parlamento que emana de la Carta Magna. En voz baja se admite la dificultad, el muro infranqueable, pero en voz alta se sigue el guión: todo es posible.
Nadie levanta la mano y explica que sería necesario rectificar. La posición de los dirigentes de Junts pel Sí, de Convergència y de ERC, es que es mejor continuar, mantener la presión, aunque con una mejor graduación de la temperatura. Es decir, bajando el pistón, a la espera de lo que sucede en Madrid. Pero, de cara a la galería, se mantiene el ritmo.
Puigdemont lo ha comunicado a los cónsules en Barcelona. Sin sonrojarse, explicó al cuerpo consular que se preparen, porque tendrán mucho trabajo. «Ustedes saben que este es un país que camina hacia la independencia, han conocido procesos similares, tienen la experiencia de la diplomacia, de cómo los países avanzados resuelven estas situaciones», les espetó.
Se trata de una broma. O no. Y eso es lo que se deberá resolver en los próximos meses. El Govern de la Generalitat sabe que la independencia es ahora un sueño, que no se puede pasar de la ley a la ley sin entrar en un conflicto muy serio con el resto de España y con la Unión Europea. Pero es cierto que cuando no hay proyectos alternativos, cuando las situaciones se enrarecen, –y en Europa todo se complica también hacia esa deseada unión política– puede aparecer lo inesperado, el clik de la historia.
Aunque se tenga en cuenta ese factor, en el campo soberanista se debería también aceptar, en algún momento, la realidad. También el sentido común debería ser posible.
Pero, por ahora, nadie rectifica.