La apropiación indebida de Pasqual Maragall
La instrumentalización de la imagen de Pasqual Maragall está siendo muy evidente
El aniversario de Pasqual Maragall, 80 años, lo sitúa, una vez más, en el foco político. La instrumentalización de su imagen está siendo muy evidente. Produce rubor. La cuestión es que la libertad de pensamiento y movimiento que demostró lo convierten en uno de los políticos catalanes con mayores dificultades a la hora de ser encasillado.
Maragall fue un verso libre, contradictorio y poliédrico. Lo seguiría siendo si no hubiera sido por su Alzheimer. La maldita enfermedad nos ha robado una mente preclara que le hubiera ido muy bien a una sociedad catalana tensionada por los acontecimientos. Y ahora produce lástima y vergüenza observar cómo algunos líderes o partidos intentan apropiarse de su legado.
A Maragall se le deben dos cosas: el valor dado como ciudad a Barcelona y profundizar sin problemas sobre la idea de España. De la primera salió muy airoso y con un éxito rotundo. Convirtió Barcelona casi en una Ciudad-Estado, al menos desde un punto de vista filosófico. Puede que fuera sólo un espejismo. Sin duda. Pero hizo sentir al barcelonés la sensación de haber nacido en una urbe de diseño donde todo era posible.
Sin embargo, Maragall lideró una realidad que estaba de espaldas al territorio que lo rodeaba. Su proyecto de metrópolis era potente, inspirado en la individualidad, la creatividad y el riesgo, pero contrapuesto a otro absolutamente diferente, que se estaba construyendo desde hacía años: el nacionalismo de Jordi Pujol, basado en el territorio, la tradición y un fuerte sentido nacionalista.
Muchos de los que reivindican la figura de Maragall desde el nacionalismo o el independentismo olvidan que, a pesar de las profundas raíces catalanistas del personaje, las políticas que impulsó desde el Ayuntamiento de Barcelona estaban meridionalmente alejadas del genuino nacionalismo de Pujol.
Por otro lado, también tenía enemigos en casa. Maragall no fue amigo de siglas. Así los enfrentamientos continuos entre PSC y su maquinaria política desde el Ayuntamiento fueron continuos. Y así, los socialistas catalanes situaron en varias ocasiones a personas del aparato del partido en espacios próximos al poder “maragallista”. Así, por ejemplo, el que fuera número dos del entonces primer secretario del PSC, Raimon Obiols, acabó de número dos en el Ayuntamiento, Lluís Armet, para “controlar a Pasqual”.
El mayor enemigo de Maragall siempre fue la burocracia
Las discrepancias políticas sobre la ciudad eran también habituales entre la federación del PSC en Barcelona, aquella que agrupa a los mandos políticos de los socialistas de la ciudad, y la estructura municipal. Durante aquellos años, los que duró la alcaldía de Maragall, era normal leer artículos periodísticos que describían la realidad de dos partidos en uno: Pasqual y el PSC.
Las derrotas continuas de los socialistas catalanes en el Parlament de Catalunya obligaron a la dirección del partido, con voces en contra, a recuperarlo y convencerle que volviera desde Roma, ciudad dónde había decidió refugiarse a dar clases.
Y volvió, y su victoria en votos no le sirvió de nada. Aquella legislatura de 1999-2003 fue la última y peor de Pujol. Propició, posteriormente, el conocido como Tripartito, un gobierno del PSC, ERC e Iniciativa, que repitió tres años después con José Montilla como president. Con el tripartito se consolidó uno de los mayores fracasos de la historia del PSC: no haber gobernado jamás en solitario la Generalitat. Ello provocó una deriva nacionalista de los socialistas catalanes que acabó provocando la aparición de Ciutadans en las elecciones de 2006. Pero esta es otra historia.
Así tenemos al Maragall alcalde, con una carrera de éxito; al Maragall hombre de Estado, liderando el federalismo español fuera de tiempo y distorsionado; y al president de la Generalitat, que pasará a la historia por una expresión: “el 3 por ciento”. Sin ser consciente (muy en su estilo), Maragall abrió una caja de pandora que trastocó, por efecto traca, el silencio que existía en cuanto a la corrupción en toda España.
Es difícil resumir lo que representó el “maragallismo” en la política catalana. Pero si de algo sirvió fue para consolidar intelectualmente la Barcelona que era libertaria en los años 60 y convertirla en cosmopolita y práctica en los 90.
Su mayor enemigo siempre fue la burocracia. Esta fue una de sus obsesiones en las rutinas municipales. Por ello, descentralizó lo más que pudo el día a día del Ayuntamiento trasladándolo a los Distritos, que se convirtieron en el eje de la gestión del día a día.
Así, ¿quién puede apropiarse de su legado? Nadie. O él mismo. El problema es cuando el recuerdo olvida que existió.