La antepenúltima vuelta de tuerca
Artur Mas está jugando al gato y el ratón con la figura del desacato. Después de que el Tribunal Constitucional se haya pronunciado, Mas con una mano suspende provisionalmente la consulta y con la otra sigue pavimentando la vía augusta hacia la independencia, al lograr en el Parlament la aprobación de los componentes de la Comisión de Control que ha de hacer las funciones de Junta Electoral en ese referéndum que no tendrá lugar.
Con su gobierno autonómico agrietado y algunos de sus socios en la consulta –IC, por ejemplo– en la duda, el presidente sigue creyendo poder mantener el hervor independentista y al mismo tiempo no caer en un acto de rebelión explícita. Es su tributo a un frente pro consulta, mientras de una parte no cuenta con la mayoría inmensa que ha pregonado ni puede ir mucho más allá sin chocar aún más con la normativa jurídica de un Estado del que la Generalitat es parte.
Como nota a pie de foto, la actuación tan parcial de la presidencia del Parlament, Núria de Gispert, sigue en contradicción con la línea de su partido Unió, consuetudinariamente oblicua. Ojalá las tensiones en el parlamento autonómico –aunque reguladas por reglamento según el libre uso de Núria de Gispert– hagan de amortiguador sustitutorio de las tensiones que existen en la sociedad catalana. La presidencia de una Cámara existe, históricamente, para ejercer una cierta neutralidad, favorecer el pacto, inducir al consenso y sobre todo para garantizar el “fair play”.
Salvo una iluminación en breve, no parece que Núria de Gispert, que es cuota de Unió, entre en la historia del parlamentarismo inclusivo. En lugar de dar cobijo a las minorías, las coarta y las obliga a la salida del hemiciclo. Ni les transmite los informes jurídicos de la Cámara. Visto así, ¿quién puede olvidar que este mismo Parlament fue vejado a fondo por la comparecencia de Jordi Pujol?
Aumentan las advertencias más heterogéneas sobre el error de la convocatoria de una consulta ahora sí, ahora no. El presidente del Consell Assessor per a la Transició Nacional sugiere que sería mejor hacer unas elecciones autonómicas legislativas que una consulta de legalidad totalmente incierta. En otro orden, no está claro que una futura inestabilidad de Catalunya aliente a los inversores extranjeros ni a las entidades bancarias con sede en Barcelona.
Y Mas sigue adelante aunque sea en zigzag. ¿Hasta dónde puede llegar? ¿Cuándo parará? Le queda por delante el modo dilatorio de sus alegaciones al Constitucional, pero eso no puede eternizarse. La cuestión ahora mismo no es si habrá una consulta, sino cuánto tiempo puede Artur Mas seguir por un camino del que de cada vez hay menos posibilidad de retorno. Y después de aprobarse la Comisión de Control, ¿qué? Quien sabe cuál será la penúltima vuelta de tuerca de Artur Mas.