La ambigüedad independentista

La ambigüedad independentista se establece en la relación con España, con los catalanes, pero también en el seno de sus propias filas

Se acusó y se sigue acusando al pujolismo de haber puesto en marcha una ambigüedad calculada para hacer compatible la gobernabilidad de Cataluña, a través de más autogobierno, y la gobernabilidad de España para conseguir más instrumentos para el desarrollo económico de Cataluña.

Se critica que esta ambigüedad no consigue más que pequeños beneficios. La estrategia definida por la expresión catalana el peix al cove ha sido desbordada por la divisa española todo o nada puesta en circulación por el independentismo intransigente.

Los independentistas tratan de jugar a hacer gobernable o ingobernable a España

El pujolismo se hizo fuerte a través de una ambigüedad tan calculada que construyó un robusto lenguaje de sombras, sobreentendidos, bambalinas e intereses donde se confundía Cataluña con los que la gestionaban.

Tras un largo periodo de borrosa claridad en los objetivos para convocar un referéndum y poder proclamar la república catalana, se ha pasado de nuevo a la ambigüedad independentista consistente en hacer ingobernable o gobernable España para mantenerse vivo como oferta electoral.

Esta cultura basada en una ambigüedad que no reposa en la voluntad de armar la capacidad de actuación de la política catalana sino de crear una particular forma de conducir las cosas en nuestro país ya intrínseca y asumida por una gran parte de la sociedad.

La ambigüedad ha tenido siempre como objetivo no ser asimilado definitivamente por España

En su ensayo L’ambiguità, de Simona Argentieri la define como “un pequeño crimen de la conciencia: y el comportamiento ambiguo es el síntoma de una disfunción social… Invade la moral cotidiana, los juegos de la política y el lenguaje de las pasiones”.

La ambigüedad convertida en tolerancia, la ambigüedad como forma de ganar tiempo y como estrategia para hacer lo que más nos conviene sin comprometernos. La ambigüedad catalana tiene una característica que la sofistica y la hace más compleja: la manera en que el independentismo catalán la actualiza para poder sobrevivir.

Cada declaración que se realiza para acentuar el compromiso ineludible en favor de la república se estructura para ser entendida como un acto de fuerza pero, sobre todo, para dejar sin efecto lo que se declara y así evitar los riesgos que implica tener que llevarlos término.

La ambigüedad catalana es el producto de años, que se acumulan en más de un siglo, atrapados en el descomunal esfuerzo de evitar no ser asimilados totalmente por España. Si en el pasado era un mecanismo de defensa contra la falta de sensibilidad en relación a la realidad catalana, ahora se ha convertido en una rémora para evitar explicar con claridad no solo lo que se pretende, sino cómo lograrlo.

Carles Puigdemont en una reunión con diputados de Junts per Catalunya en febrero pasado en el Hotel President Park de Bruselas. / EFE/ Stephanie Lecocq

una debilidad

La ambigüedad que sirvió en otras épocas como mecanismo de defensa es, hoy en día, una debilidad para las acciones independentistas

La ambigüedad independentista se establece en la relación con España, con los catalanes, pero también en el seno de sus propias filas donde todos caminan intentando no hacer ruido mientras los bloques luchan para ver quién consigue la hegemonía en el movimiento político.

La ambigüedad catalana que antaño sirvió para avanzar sutilmente en hacer más fuerte el compromiso de España con Cataluña ahora debilita sus acciones y lo deja a merced de la incoherencia.

Falta de poder real

La dificultad para clarificar cómo se pretende llegar a la república, cuáles son las verdaderas relaciones entre los líderes del movimiento, hasta dónde llegará el compromiso de ERC con el PSOE, qué se pretende hacer con el PdeCAT y la Crida son algunas de las muchas cuestiones que se ven envueltas en la tupida y eficaz niebla de la ambigüedad.

La razón por la que Cataluña se ha forjado una moral que gira en torno a la ambigüedad es porque, a diferencia de España, no tiene un poder real sino subordinado.

Esta realidad sigue atenazando a la política catalana y a una buena parte de la sociedad: no ser capaces de clarificar hacia dónde vamos refuerza la idea que son más fuertes los intereses inconfesables que los objetivos. 

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