La alianza entre dinero, tecnología y política liberticida
La desregulación excesiva y la confianza ciega en leyes del libre mercado han debilitado al bastión tradicional de defensa de los ciudadanos
Un alumno de Harvard de 19 años llamaba en 2004 “gilipollas” (dumbfucks) a los 4.000 estudiantes que le habían cedido sus datos personales “porque se fían”.
El miércoles pasado, ese mismo joven, que ahora es la quinta fortuna mundial, decía que su mayor anhelo es que sus hijas “estén orgullosas” de él. Las dos afirmaciones son de Mark Zuckerberg. ¿Cuál refleja mejor al fundador de Facebook? ¿La del sociópata incipiente o la del aspirante a filántropo?
La masiva fuga de datos de Facebook pone de relieve uno de los fenómenos más determinantes de nuestra época junto al cambio climático, la superpoblación o la competencia por los recursos naturales: la progresiva convergencia entre el dinero, la tecnología y el interés político.
Cada nuevo escándalo en torno a la seguridad y al big data –el hackeo de la información financiera de 143 millones de personas en EEUU y el Reino Unido sufrido por Equifax o el de 2,7 millones de usuarios de Uber británicos, por citar solo dos recientes— demuestra la vulnerabilidad de cualquier sociedad moderna, que funciona gracias a un trasiego incesante de datos entre máquinas.
Entre algunos campeones del capitalismo digital existe la convicción de que el progreso no puede quedar limitado por la libertad o la intimidad
Pero el episodio de Facebook y Cambrige Analytica tiene una dimensión más siniestra. El dinero, la tecnología y la política actuaron coaligados sin sentirse concernidos por las leyes o cualquier otro freno. Esa es la verdadera amenaza existencial para lo que hoy entendemos como sociedades libres.
Entre algunos campeones del capitalismo digital existe la convicción (que realmente es una coartada) de que el progreso, su definición de progreso, no puede quedar limitado por valores tradicionales como libertad, intimidad y elección.
Nada de lo revelado en los últimos días por el New York Times, el Observer británico y otros medios sobre el uso cuestionable de Facebook y las oscuras artes electorales de Cambridge Analytica es nuevo. Este analista ya se refirió a esta empresa británica, a su modelo psicográfico y a su vinculación con los campeones del neonacionalismo americano como Steve Bannon y la familia Mercer en diciembre de 2016.
En manos equivocadas
Se sabía de su intervención en la campana del brexit y en la elección de Donald Trump. Cambridge Analytica no ocultaba –al contrario— que manejaba datos de más de 200 millones de personas. Lo que no decían es cómo los habían obtenido.
La revelación vino de una fuente directa: Chris Wylie, un canadiense, gay, vegano, admirador de Obama y dotado de una mente brillante que ayudó a crear su modelo psicográfico. “Yo le di a Steve Bannon el arsenal con el que joder las mentes” dice en un perfil publicado en The Guardian.
La laxitud de Facebook permitió que los datos de 50 millones de personas acabaran en las manos equivocadas.
Más allá de mostrar que los controles internos de la propia red fueron insuficientes (¿fiarse de que “les certificaron” la destrucción de los datos?; ¿en serio?), se ha demostrado que no existe un arquitectura jurídica eficaz para de impedir que las redes sociales sean utilizadas para manipular las voluntades e intervenir ilícitamente en política. Como armamento, en suma.
“Hemos creado herramientas que están desgarrando el tejido social”, asegura el cofundador de Whatsapp
Mark Zuckerberg promete centrarse en la seguridad: contratará a 20.000 empleados para ello. EPA/PETER DaSILVA
Hasta hace poco, los defensores del libre mercado descontaban a quienes cuestionaran el avance de la tecnología como reaccionarios opuestos del progreso o radicales antisistema: nuevos luditas, como los que destruían las máquinas de vapor, o revolucionarios empeñados en atacar a las élites.
Ahora son científicos como el desaparecido Stephen Hawking o gurús del mismo Silicon Valley los que alertan de los peligros de entregar el control a las máquinas o del efecto de las redes sociales sobre nuestro comportamiento.
Una de las reacciones más llamativas fue la del cofundador de Whatsapp, Brian Acton. A los cuatro días de estallar el escándalo tuiteó “Ya es hora: #BorrarFacebook”. Otros personajes llevan tiempo advirtiendo sobre lo que allí ocurre.
A finales de 2017, Chamath Palihapitiya, hasta 2011 vicepresidente para expansión de Facebook, abogó en la Universidad de Stanford por un “parón” en las redes sociales: “hemos creado herramientas que están desgarrando el tejido la sociedad” fue la frase que, precisamente las redes sociales, convirtieron en trending topic mundial, dejando boquiabierto al universo techie.
¿Es sincera la reflexión de los tecnólogos convertidos en emprendedores, y luego en multimillonarios, o es simplemente una pose para seguir dirigiendo el progreso según sus reglas? Hay quien piensa que la adhesión de muchos en Silicon Valley al #DeleteFacebook es tan farisaica como la de otros en Hollywood al #MeToo: tardía y poco efectiva.
Zuckerberg: «Crearemos herramientas para que lo usuarios sepan si su información ha sido compartida»
Acton cobró un buen pellizco de los 19.000 millones de dólares que Facebook pagó en 2014 por Whatsapp. Actualmente preside la Fundación Signal, impulsora de la app encriptada que se hizo famosa al saberse que la usa Carles Puigdemont para chatear con Toni Comín y otros señalados colegas.
Palihapitiya, por su lado, creó el fondo Social Capital que, pese a su declarada misión ética, participa en empresas de opinión conectada como Bluenose Analytics y Survey Monkey.
Tardía fue también la reacción Zuckerberg. Lo hizo cinco días después de estallar la tormenta. Primero con un post en su propio muro y, luego, en una entrevista en CNN.
En ambas dijo lo mismo: «lo siento, no hemos estado a la altura de la confianza de nuestros usuarios; nos engañaron: creímos que Cambridge Analytica había borrado los datos que obtuvieron ilícitamente; vamos a crear herramientas para que lo usuarios sepan si su información ha sido compartida; a finales de año, tendremos 20.000 empleados trabajando en seguridad y privacidad…».
¿Ante qué Zuckerberg estamos?
A regañadientes, aceptó acudir al Congreso norteamericano para dar explicaciones. Y lo que es más importante: admitió que es necesaria más regulación sobre las redes sociales para protegerse de “los malos”, sean países como Rusia –que insinuó sigue enredando en Estados Unidos— o intereses comerciales espurios.
Esa es la cuestión: ¿qué reglas se ponen, quién las hace cumplir y qué pasa con quien las incumple? La normativa a la que alude el fundador de Facebook se centraría en equiparar la publicidad en redes con la tradicional en un periódico o en televisión.
Pero, una página de periódico no es interactiva ni solicita un like para seguir leyendo. Y solo una parte mínima del contenido de las redes aparece como publicidad. Cambridge Analytica segmentaba en grupos tan precisos que se les podía dirigir mensajes acordes con sus miedos y prejuicios. Lograba que se comprara no solo el coche averiado, sino que se eligiera al vendedor como presidente.
Una sociedad queda a merced de los excesos de cualquier poder cuando pierde la capacidad de oponerse a sus abusos. Contemporizar con los dictadores militaristas a mediados del siglo pasado acabó en una guerra con 60 millones de muertos.
Cambridge Analytica segmentaba en grupos tan precisos que se les podía dirigir mensajes acordes con sus miedos y prejuicios
Contemporizar con quienes afirman que la competencia del mercado expulsa a los que hacen trampa es pensamiento mágico. El afán de lucro es tal que algunos competidores, como el CEO de Cambridge Analytica, Alexander Nix, harán “lo que sea necesario para ganar”.
La desregulación excesiva y la confianza ciega en leyes del libre mercado han debilitado al bastión tradicional de defensa de los ciudadanos: el estado, articulado a través de leyes y mecanismos para velar por su cumplimiento.
Hoy en día, ese nivel de protección necesita ser reconstruido en cada país y, más importante, en el plano supranacional. La Unión Europea lo está intentando, pero lo que se ha logrado es insuficiente y carece del poder coercitivo necesario.
Esa defensa es imprescindible. Internet, las redes sociales y los cada día más sofisticados algoritmos de inteligencia artificial son simultáneamente instrumentos de progreso y de control colectivo; de integración y de guerra híbrida.
Una adicción llamada Facebook
Si no se frena su uso indebido, estaremos, aunque apenas lo percibamos, cada día más sometidos al dominio de la más infausta alianza de poderes de nuestro tiempo: la del dinero, la tecnología y la política liberticida.
Una manera de hacerlo es intentar que el escándalo acabe con el dominio de Facebook sobre el ecosistema social digital. Pero, pese a la caída en bolsa, pese a posibles multas estratosféricas, pese el #DeleteFacebook, es improbable que eso ocurra. Facebook, reconozcámoslo, es adictivo. Alimenta nuestra vanidad.