La alcaldesa Colau y la ley

Ada Colau se ha tomado muy mal la sentencia del TSJC sobre la concesión del agua, actuando como una adolescente maleducada de casa bien

La alcaldesa de Barcelona y antigua activista contra el derecho a la propiedad –constitucionalmente reconocido y en la práctica bastante olvidado por los nuevos progres que esta sociedad insolente va pariendo– se integra, cual pesebre propio, en el embrollo catalán. La democracia no puede equiparar libre voto con acierto en el resultado final de los comicios que en ella se dan.

Luego, los barceloneses deberían preguntarse por qué eligen a la negación de la eficiencia como alcaldesa, y por qué prefieren la verborrea de una activista disconforme hasta con ella misma en vez de un candidato-gestor que les saque de esa sombra de decadencia en la que se hallan instalados desde hace cuatro años y más.

Porque si Ada Colau les gobierna –es un mal decir– se debe exclusivamente a la voluntad de los electores barceloneses. Nadie más tiene responsabilidad alguna en este desmerecimiento (para mi).

La antepenúltima de la tal Colau es el encontronazo tenido con el TSJC respecto de la concesión hecha en su día –de manera legalmente correcta, según se dice en la sentencia– de la gestión del ciclo completo del agua de Barcelona y su área de influencia, que lo fue a favor de la sociedad mixta constituida por Agbar, Criteria Caixa y la propia administración de la Área Metropolitana de Barcelona.

Para quien se atreve a calificar de “justa” o de “injusta” a toda ley en función exclusivamente de si le favorece o si, por el contrario, como es el caso, le hace subir los colores, debe ser muy duro el bofetón legal recibido.

Algunos de estos progres subidos al coche oficial después de medrar de administración en administración en búsqueda de subvenciones para sus “chiringuitos”, exentos la mayoría de ellos de control posterior por obra y gracia de políticos que no quieren ruidos y de funcionarios que vagundean, se creen que disponer de la vara de mando vale para todo.

Colau creyó que podía revocar una adjudicación pública impecable con tan solo su voluntad política

Afortunadamente para los contribuyentes esto no es así. Estamos en España y no en Venezuela, Colombia o el Chad. Que para algo la democracia se reconoce a sí misma mediante un Estado de Derecho. Fuera del mismo no hay nada a no ser que prefiramos la “ley de la selva” – el caos de la Barcelona incendiada, por ejemplo– como principio rector.

La Colau activista ni lo sabía ni le interesaba saberlo porque, para mí, es cabezona. Se creyó que podía revocar un acuerdo a cuatro y una adjudicación pública impecable sin más norma legal que su voluntad política.

Cegada por aquello que nos cuentan de la “privatización del sector público”, se dispuso a liderar una batalla que de antemano se sabía por perdida, excepción hecha del entonces mano derecha y mano izquierda de la primera edil barcelonesa, el argentino Gerardo Pisarello, uno de los impulsores del 15-M y de Podemos, y amiguete de la monja Teresa Forcades, Dios la tenga en su convento, y autor del libro La bestia sin bozal. Pues no, y nunca mejor dicho a tenor del título de la obra.

Ni la externalización de un servicio público –captación del agua, potabilización de la misma y depuración residual, en este caso– es una privatización de lo público, como dicen los miembros de la izquierda despistada, ni se pueden deshacer actos administrativos que cumplen rigurosamente con la normativa por puro capricho de quien temporalmente ocupa una alcaldia, pues eso sería una incautación, algo taxativamente prohibido en la Constitución vigente. De manual.

La Colau se lo ha tomado pero que muy mal. Por eso, en vez de bajar la cabeza en muestra de humildad franciscana, se ha puesto a señalar a la Sala que ha juzgado el tema a ver si cuela que “le tienen manía”. Vaya, como si fuera una adolescente maleducada de casa bien, en vez de actuar como alcaldesa de una ciudad de la importancia de Barcelona.

Electores barceloneses, a ver si espabilan, que entre la Colau y los de ERC y JxCat, además de la CUP, se hallan bien servidos porque así lo han querido. No señalen a terceros; señálense a sí mismos.

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