La agenda española

Mientras que en Cataluña la agenda se centra en una sola cuestión, el referéndum, en España la agenda se orienta hacia múltiples objetivos. Se persigue una agenda reformadora, amenazada por no pocos casos de corrupción, centrada en mejorar la situación de más de tres millones de autónomos que sólo hacen que recibir malas noticias, en cerrar el debate sobre el modelo de reforma de la ley de educación o, como mínimo, sacarlo de la contienda partidista, en un pacto por la competencia de las empresas, en la lucha contra el paro, en la deuda pública, en la reforma del sistema de financiación territorial y en la gestión del fin de ciclo político en Cataluña.

Un programa de reformas que puede parecer ambicioso, pero que es determinante, obvio y urgente. Se dan aspectos, como el educativo, que deben plantearse como exigencia irrenunciable, como parece que apunta la CEOE en sus dos libros blancos de próxima aparición, donde  mostran un paisaje «desolador» de la educación en España.

Por otro lado, las políticas para detener la presión que soportan los autónomos no es sólo una cuestión urgente, es humanitaria. Tres millones de autónomos no pueden seguir siendo el eslabón más débil de la cadena de valor empresarial y productivo. Sin embargo, de todos los grandes asuntos que debe abarcar la tríada de gobierno formada por PP, PSOE y Ciudadanos, hay uno que resulta clave para cerrar con éxito los objetivos planteados: la situación política en Cataluña. Se observa el fin de ciclo político en Cataluña con la llegada al gobierno de ERC, tras el fracaso del referéndum.

Todas las formaciones detectan ya el agotamiento político de los partidos independentistas y ven con esperanza que el cansancio libere a sus electores y provoque su acomodo en otros partidos políticos. Una visión que, si bien peca de optimista, acierta en el diagnóstico.

La agenda política española, que aún se planifica en agendas de papel, tiene el encanto de lo nuevo pero sigue describiendo realidades que solucionar que son viejas, que están enquistadas, que no se han movido en ocho años. Cabe preguntarse si el proceso reformador que busca Ciudadanos no es más que una leve rectificación para el PP y una siempre reorientación para el PSOE a la espera de un nuevo secretario general.

Dicho de otra forma: si las reformas no llegan, no habrá solución al conflicto entre Cataluña y España y la agenda de papel volverá a ser el libro de memoria, el recordatorio perfecto de que España sólo es capaz de contemplar lo que le ocurre sin demasiada capacidad de reacción, como revela también la gestión de las heladas, la subida de la tarifa eléctrica o el tímido posicionamiento de España ante la llegada de Trump y su mundo de rayos y truenos.

La agenda española volverá a quedar en papel mojado si la España bipartidista no asume como propio cambiar este ritmo lento, casi flotante, por uno más activo, más rápido, que agilice el cambio y  modifique el actual sentimiento de resignación de buena parte de los españoles para convertirlo en un sentimiento de superación e ilusión.