La advertencia muy seria de Moisés Naím
El mundo de las empresas, de la política, de la sociedad, en general, ha cambiado en los últimos años de un modo acelerado. Lo que se conoce como disrupción es la norma, sin que se sepa hacia dónde van esos cambios que nos agobian y también no da esperanzas.
La periodista Lucía Méndez ha publicado en El Mundo un artículo sobre los medios de comunicación, los escritos en formato papel, y los digitales, tras el anuncio del último ERE en el periódico, y lo hace con amargura, porque no se conoce el futuro. Pero los ejemplos son numerosos.
En Freixenet no se podía pensar que las diferencias familiares podrían llevar ahora a la entrada de una empresa alemana, que se hiciera con la mayoría del paquete accionarial. Y, en todo el mundo, la disrupción, que tiene unas características propias, está a la orden del día.
El pensador Moisés Naím, que fue ministro de Fomento de Venezuela (antes de ese mal en el que se ha convertido el chavismo) y director ejecutivo del Banco Mundial, lo definió de forma cruda en El fin del poder (Debate), e insiste en ello en el conjunto de trabajos agrupados en Repensar el mundo (Debate). La tesis es clara: los grandes poderes se desvanecen, los que lo toman no saben cómo usarlo, y lo pierden con facilidad.
El pasado viernes, en un acto del Consell de l’Audiovisual de Catalunya (CAC), lo recordó con casos concretos: la cadena de hoteles Hilton no podía pensar que surgiera algo como Airbnb que acabara teniendo un millón de camas, por las 700.000 propias repartidas en todo el mundo. La cadena HBO no podía sospechar que apareciera Netflix, con una capitalización bursátil de 42.000 millones de dólares, el doble de la suya.
Y el PSOE, como recordó Naím, para trasladar esa disrupción a todos los campos, no podía sospechar que creciera un movimiento como Podemos, capaz ahora de superarlo como el primer partido de la izquierda, (se verá en las próximas elecciones).
Es difícil vivir con esas nuevas tendencias. Aunque esa dificultad se transforma en oportunidades para nuevos actores o players (como dicen ahora los gurús, a los que les gusta abusar de las palabras anglosajonas). Pero en el terreno político, que no se puede dejar de lado alegremente, esos cambios se han traducido en una desconfianza total hacia los líderes políticos y a las instituciones.
Y eso no es algo que se pueda valorar como relativo: es, sencillamente, negativo para el conjunto de los ciudadanos de un determinado país. Sin confianza, no se resuelven los problemas de una sociedad.
Moisés Naím acertó cuando pidió a los dirigentes políticos que no jueguen con fuego. «Se pueden criticar, pueden contrastar opiniones, pero deben tener cuidado, porque los excesos pueden perjudicar la categoría, es decir, pueden poner en peligro la propia democracia».
Esos consejos aplicados a España son más necesarios que nunca. La disrupción es una realidad, perfecto. La asumimos, y nos adaptamos, como podamos, con esa idea de que se abren oportunidades. Pero, al mismo tiempo, debemos pedir la máxima colaboración, la apuesta por los consensos.
El rey abre este lunes una nueva ronda de consultas, para constatar que no hay ningún dirigente que pueda asumir la investidura como presidente del Gobierno. Habrá nuevas elecciones, y las encuestas apuntan que los cambios respecto al 20D serán mínimos.
Lo que se podría esperar en la nueva campaña electoral es que cada partido trate de comprender al otro, que destaque lo que puede aportar al conjunto, y que se entienda que todos son necesarios.
Se debería acabar eso de ‘impedir como sea que gane éste o aquel’, de la crítica frontal contra alguien. Porque quien pierde es la democracia, generando la desconfianza hacia todos.
España tiene ahora una nueva oportunidad. Mejor que la aproveche.