La actualidad renovada de Milton Friedman y Rose Friedman

Hay que volver a los clásicos del liberalismo y releerlos para poner un poco de orden en las ideas y los hechos

Cuando hay quien rechaza el capitalismo, quien pretende recuperar la teoría marxista renovada o no, quien propone más intervención y regulación, quien asegura que el capitalismo debe dotarse de sensibilidad progresista; cuando hay quien no tiene en cuenta la libertad de mercado, quien pretende penalizar –esto es, incluir en el Código Penal– la formación de precios del mercado; cuando eso sucede, hay que preocuparse.

Cuando hay quien habla, de nuevo, de la crisis general del capitalismo, de la explotación de la fuerza de trabajo, de la plusvalía excesiva caída del cielo; cuando resucita algo así como un centralismo en la dirección de la empresa; cuando resucita el fantasma de una organización superior de la sociedad que nos remite a los primeros siglos del siglo XX; cuando eso es lo que se piensa, se cree y se dice –¿de qué estarán hablando?-, hay que seguir preocupándose.

Cuando sucede lo que sucede, además de preocuparse, hay que volver a los clásicos del liberalismo y releerlos para poner un poco de orden en las ideas y los hechos. Milton Friedman y Rose Friedman, por ejemplo.

La libertad de elegir

Se ha dicho que existen dos Milton Friedman. Uno, el Friedman antikeynesiano de la Escuela de Chicago que afirma el carácter estable del capitalismo y está interesado en la historia y la teoría monetarias, en la oferta y la circulación del dinero, en el análisis del consumo, en las políticas estabilizadoras, en la crítica de las políticas públicas intervencionistas en materia de oferta monetaria. El otro, el Friedman que se mueve en el marco epistemológico de la teoría de juegos y la Escuela de Virginia o de la elección pública, que hace hincapié en la relación coste-beneficio en el proceso de adopción de decisiones.

En ‘Libertad de elegir’ –texto que tiene su origen en ‘Capitalismo y libertad’ y en una serie televisiva titulada precisamente ‘Libertad de elegir’-, aparece otro Milton Friedman –que escribe el libro a cuatro manos con la colaboración de Rose Friedman- que se mueve entre la economía y la política, que aplica el razonar económico –el mercado con sus interacciones a la búsqueda del interés individual- a cuestiones que van más allá del ámbito que le es propio, que nos habla del comportamiento racional del homo economicus cuando se enfrenta al dilema de los recursos que asignar para alcanzar uno u otro objetivo. Un Milton Friedman y una Rose Friedman que recuperan el legado de clásicos de la economía política del siglo XVIII como Adam Smith y apuestan por la libertad.

Propuestas razonables

Lo que sorprende del libro, lo que sorprende de unas ideas formuladas por los autores hace casi cincuenta años, es su actualidad. ¿La causa de la inflación? Un exceso de masa monetaria circulante que estimula la inflación y podría conducirnos a la recesión. ¿Cómo combatir la inflación? Reduciendo la masa monetaria circulante y aceptando –la solución mágica no existe- los efectos secundarios desagradables que ello implica. ¿El papel del Estado? Cuidado con una intervención estatal que suele ser una fuente de inestabilidad económica, cuidado con una concentración de poder –sea en manos del Estado o de cualquier otra institución o personas- que puede amenazar o limitar la libertad humana.

Más allá de la inflación –así como de la posible crisis que genere- y del papel del Estado en la misma, los Friedman advierten –teoría y práctica- que la igualdad no puede anteponerse a la libertad, que la capacidad movilizadora de la libertad genera igualdad, que ciertos aumentos salariales impulsados por los sindicatos se obtienen a expensas del poder adquisitivo de otros trabajadores sindicalmente menos protegidos, que los salarios deben aumentar en virtud de la productividad o de la inversión de capital, que la intervención del Estado reduce los incentivos al trabajo, el ahorro y la capacidad de innovación.

De lo cual cabe deducir, por extensión, una serie de propuestas razonable y razonadas –contención salarial, congelación de pensiones y de la masa salarial funcionarial, limitación del papel del Estado– que se resumen y compendian en la apuesta por una sociedad fundada en la cooperación voluntaria, que proteja y estimule la libertad –la libertad de correr riesgos y equivocarse, incluso-, y en la cual el Estado no sea el amo, sino el servidor del ciudadano. ¿Quizá –como sentenció Friedrich Hayek en ‘Los intelectuales y el socialismo’- “hay que perder la libertad para valorarla”?

No hay que olvidar a Adam Smith

Milton Friedman y Rose Friedman recuperan el legado de los clásicos de la economía política del siglo XVIII. El mensaje es el siguiente: no se olviden de Adam Smith. No olviden que el futuro de la sociedad no puede planificarse en función de una idea preconcebida de lo que debe ser la vida feliz del hombre en la Tierra, no olviden que la libertad es un bien supremo que preservar, no olviden que el bien común es el resultado del libre juego de los intereses individuales y que el Estado no puede ni debe protegernos de la cuna a la tumba. No olviden que la libertad económica es necesaria para la libertad política y que no hay democracia sin mercado.

Milton Friedman y Rose Friedman -como se decía antes- ponen orden en las ideas y los hechos. De ahí, su actualidad renovada.