La acelerada caída de los demócratas en EEUU
Los precios suben, los sueldos mucho menos, y los demócratas se limitan a gritar sin mucha convicción que el problema es la codicia de los supermercados y las gasolineras
Se acercan las elecciones al congreso de los EEUU de Noviembre, en las que, como cada dos años, se renueva la Cámara Baja al completo y un tercio de la Cámara Alta. Decíamos no hace mucho que pintaban bastos para los demócratas. Hace unos meses, llegué a pensar que quizás me arrepentiría de mi predicción, cuando la corte suprema decidió echarle un capote político a los demócratas eliminando el derecho constitucional al aborto y aparentemente cambiando de golpe el ambiente político.
Por si fuera poco, la maligna influencia Trumpista en el partido republicano nos proporcionó una cosecha de candidatos que rayan lo grotesco, incluyendo vendedores televisivos de crecepelo y ex-jugadores de fútbol americano con claros síntomas de serias lesiones cerebrales.
Creo que puedo respirar más tranquilo: tras un breve repunte a finales del verano, los sondeos vuelven a predecir un desastre del partido demócrata, que perdería el control de ambas cámaras a nivel nacional, muchas posiciones a nivel estatal y local, y sufriría pérdidas históricas entre ciertas demografías clave en las que había depositado sus esperanzas de futuro.
Es un hecho de la política estadounidense que el partido que controla la Casa Blanca casi siempre pierde posiciones en las elecciones siguientes. La gran esperanza demócrata consistía en capitalizar la decisión de la mayoría conservadora en la corte suprema de suprimir el derecho constitucional al aborto y devolver su regulación a las legislaturas estatales y nacionales. No era una esperanza vana: la postura mayoritaria del electorado en este tema, no muy diferente de la que rige en Europa, queda lejos de los extremos maximalistas de ambos partidos, pero sobre todo del prohibicionismo religioso a ultranza que se ha convertido casi en condición sine qua non para una carrera política en el partido republicano.
Sin embargo, la kulturkampf parece tener poca tracción entre el electorado en esta ocasión. Ni el aborto ni los polarizados debates sobre el Wokismo y la educación que dominaron el último ciclo electoral se encuentran entre los temas que más preocupan a los votantes. Aquellos parecen diseñados casi a propósito para maximizar el daño electoral a los demócratas: la eclosión inflacionista, el aumento de la delincuencia y la crisis migratoria en la frontera.
La inflación, por supuesto, encabeza la preocupación de los votantes, una pésima noticia para el partido saliente. El electorado culpa a los demócratas por la situación, cada vez con más justicia. Los demócratas iniciaron la legislatura con una nuevo paquete de estímulo fiscal que ya prácticamente nadie defiende. La rimbombante Ley de Reducción de la Inflación aprobada este año no es más que un batiburrillo de medidas simbólicas.
Este timidísimo ajuste fiscal fue seguido de un generosísimo regalo a la base social demócrata, las clases medias credencializadas: la cancelación de una parte importante de su deuda universitaria. Una nueva explosión del gasto fiscal que además sienta claro precedente de cara al futuro. Los precios suben, los sueldos mucho menos, y los demócratas se limitan a gritar sin mucha convicción que el problema es la codicia de los supermercados y las gasolineras.
El partido demócrata es cada vez más una coalición de clases profesionales credencializadas y minorías raciales
La fuerte subida de la delincuencia tuvo su pistoletazo de salida con el verano de protestas y disturbios que siguieron a la muerte de George Floyd. El cambio brutal en las actitudes del establishment político, cultural y mediático demócrata respecto a la función policial y penal y el consiguiente repliegue policial, que roza en algunos casos el límite de la huelga de celo desde luego figuran entre las principales causas.
Al igual que hicieron con la inflación, la reacción inicial de los demócratas fue negar la existencia del problema. Las imágenes distópicas que pululan por redes sociales dan una idea exagerada de la situación, pero ya es innegable que el problema es serio, y que la laxitud legal, policial y filosófica ante la delincuencia propiciada por el ala izquierdista del partido es un factor importante en su deterioro.
El hecho de que la delincuencia sea un problema muy localizado es un magro consuelo para el partido demócrata, ya que las alcaldías de las grandes ciudades, las peor afectadas, son quizás su principal feudo político. La preocupación de los votantes ante el aumento de la violencia está poniendo en juego electoral algunos estados por primera vez en décadas, como Oregón o Nueva York.
La crisis migratoria en la frontera tiene tintes similares, aunque es más directamente achacables al congreso y la administración demócratas. Las cesiones al ala progresista en materia de control de fronteras han tenido un indudable efecto llamada, con flujos récord de migrantes desesperados creando una crisis humanitaria en algunos estados (republicanos) fronterizos.
Una maniobra publicitaria de los gobernadores republicanos en respuesta resulta instructiva. Enviaron unas docenas de refugiados por avión a Martha’s Vineyard, un bucólico pueblito para millonarios impecablemente progresistas en la costa de Massachusetts, muy lejos del caos en las fronteras. Los residentes corrieron a sacarse fotos con los migrantes, pero antes del anochecer llegó rauda la Guardia Nacional del estado a llevarse a los invitados a una base militar bien lejos del lugar. Una solución que no está al alcance de los residentes humildes, hispanos y (cada vez más) republicanos en la ciudad fronteriza de El Paso, por ejemplo.
El extraordinario cambio político entre los votantes hispanos de las zonas fronterizas de EEUU ilustra la tendencia más preocupante para los demócratas en el largo plazo: la caída acelerada de su apoyo entre la población hispana, la minoría de más rápido crecimiento del país. Aunque aún conservan una ventaja decidida frente a los republicanos, ésta se ha reducido considerablemente y la tendencia a futuro es clara. El partido demócrata es cada vez más una coalición de clases profesionales credencializadas y minorías raciales. La pérdida de apoyos entre estas últimas sería mortal de necesidad para cualquier perspectiva de formar mayorías electorales estables.