‘L’audace’, Pedro… pero va a hacer falta algo más
La dificultad de Sánchez para trenzar acuerdos viables auguran un nivel inédito de enconamiento y polarización
Entre Mariano Rajoy y Pedro Sánchez existe la simetría del espejo: uno es el reflejo opuesto del otro. Rajoy es la inacción; Sánchez, la mudanza. Rajoy es de principios inmutables mientras que Sánchez es más de Groucho Marx: “si no le gustan mis principios, no se preocupe: tengo otros”.
Durante el jueves y el viernes –en realidad, desde que se conoció la sentencia de la Gürtel el pasado día 24— hemos presenciado un auténtico cisne negro, un acontecimiento inesperado que escapa de las expectativas normales de la economía y la política.
Pedro Sánchez Pérez-Castejón se convierte en séptimo presidente de la democracia por una vía constitucional, pero diferente a la del resultado directo de las urnas. Ese hecho asegura que la excepcionalidad de lo inédito se prolongue.
Cuanto más tiempo aguante en La Moncloa (y todo indica que intentará aguantar cuanto pueda), más se parecerá a Rajoy. Le pasó a todos los ocupantes de ese palacete del noroeste de Madrid.
El azar, la oportunidad y la acumulación de errores del PP han tenido gran importancia. Pero la victoria de Sánchez es personal.
En octubre de 2015 escribía en ECONOMÍA DIGITAL sobre el bizarro dirigente socialista y su recurso a la audacia, atributo que el revolucionario francés Geoges Jacques Danton –“L’audace, toujours l’audace” — preconizaba en una arenga de 1792. “¿Bastará la audacia –me preguntaba— “para desalojar a Mariano Rajoy, todo menos intrépido, de La Moncloa?
UN INMENSO TRIUNFO
Dos años y medio después, y contra la mayoría de los pronósticos, la respuesta ha sido afirmativa. Sánchez ha obtenido un inmenso triunfo.
Gran parte es atribuible al azar, a la oportunidad, a la acumulación de errores de su adversario y a la dureza de una sentencia que imposibilita a Rajoy negar la podredumbre que permea al PP. Pero, en gran medida, es una victoria personal. Sánchez se lo ha jugado todo y ha ganado.
Según quién la interprete, la caída de Rajoy es un acontecimiento excepcional capaz de alterar el rumbo de la política española, incluyendo la crisis territorial, y el resultado previsto de las próximas citas electorales. A juzgar por las muestras de entusiasmo, se diría que Podemos es quien ha alcanzado el poder.
Iglesias y sus diputados entraron al hemiciclo el viernes con el puño en alto. Esa imagen, unida a los abrazos eufóricos que los diputados morados se dieron con sus colegas socialistas –con los que hace una semana se estaban atizando— alimentará el nuevo relato del PP cuando asuma el papel de oposición: Rajoy ha caído por “una traición”, por una puñalada trapera, a manos de una alianza insana de “enemigos de España”. Ciudadanos articulará un discurso parecido.
No cambian los protagonistas; sólo su lugar en el tablero. Este será el primer presidente con oposición por la derecha y la izquierda.
La dificultad que encontrará el nuevo presidente del Gobierno para trenzar acuerdos auguran que lo realmente inédito de la nueva etapa sea el grado de enconamiento y polarización al que se puede llegar. Los titulares y editoriales de la prensa de Madrid del viernes –“caos”, “abismo”, “desastre”— dan idea del ambiente. Y esto sólo es el principio.
Y es que no cambian los protagonistas de la política; sólo su lugar en el tablero. Sánchez recibirá una oposición inmisericorde por la derecha (es dudoso que le den siquiera los 100 días de rigor) que aprovechó el debate de la moción para lanzar ya la campaña hacia las próximas elecciones. Pero, en nada que se descuide, también tendrá una oposición igual de dura por la izquierda.
LEGITIMIDAD Y ELECCIONES
Los oponentes de Sánchez le disputarán desde el minuto uno la legitimidad y le exigirán –de boquilla, al menos— que convoque cuanto antes las elecciones anticipadas que prometió pero a las que se resiste a poner fecha.
Al único al que realmente le interesan es a Albert Rivera, que hasta hace una semana se beneficiaba de todos los males del PP y del PSOE. Ciudadanos afronta de pronto a unos socialistas renacidos que le robarán votantes por la izquierda.
Ante Rivera se abre un dilema envenenado: hacer oposición con un PP apestado o intentar una vía más moderada para influir sobre el nuevo Gobierno e impedir que su programa sea el que dicte Podemos y los partidos catalanes. Para eso, tendrá bajar el volumen populista.
ERC y PDeCAT necesitan tiempo para procesar lo que ha pasado y decidir si això és bo o dolent. Puigdemont y Torra han estado descolocados toda la semana.
Sólo el veterano Joan Tardá pilló a la primera que el advenimiento de Sánchez (que tiene mucho de milagro, de ahí el término bíblico) es una oportunidad para que ERC recupere la iniciativa frente al incipiente Movimiento Nacional Catalán que les quiere engullir desde Berlín. Unas elecciones anticipadas no le benefician.
El PNV, por su lado, logró su principal objetivo cuando Sánchez se comprometió a no tocar los presupuestos. La siguiente tarea es retrasar las elecciones todo lo posible para que Ciudadanos se debilite y pierda capacidad de destrucción foral. Si lo consiguen, el irrintzi se oirá en Bruselas.
Desde que se supo que la moción de censura iba a tener éxito surgieron interrogantes sobre lo que haría Mariano Rajoy. ¿Dimitir, como le pidió retóricamente Sánchez –y casi desesperadamente Rivera— o asumir el papel de jefe de la oposición? En otras palabras, atravesar el espejo y convertirse en lo que hasta el viernes había sido Sánchez.
Mientras Rajoy esté al frente del PP, hará una oposición durísima y personal. Su único propósito será trabajar para que el llamado mandato Frankenstein sea breve y calamitoso. Según una teoría –en Madrid todo el mundo tiene una— en las inevitables elecciones que seguirían, Rajoy regresaría para reivindicarse de nuevo como el salvador de España.
La pregunta no es si Rajoy será jefe de la oposición o futuro candidato. Es si el PP permanecerá intacto. Perder es tóxico.
¿Fue ese el plan que se fraguó durante la surrealista ausencia de Rajoy de la sesión parlamentaria del jueves por la tarde?. El presidente se fumó el ocho horas del pleno encerrado en un restaurante.
¿Planificó, antes de irse, su regreso? ¿Quería mostrar así su rechazo a la moción y a sus proponentes? ¿O quizá el desprecio iba dirigido a toda la soberanía popular encarnada el Parlamento? No es la primera vez que a Rajoy se le ha visto un ramalazo antisistema.
La cuestión más relevante no es lo duro que vaya a ser Rajoy en la oposición (134 diputados populares dan para mucho contra los 84 de PSOE), ni si será candidato cuando se convoquen nuevas elecciones.
La pregunta importante es si el PP aguantará intacto al pasar a la oposición. Ganar es terapéutico, como atestigua el mensaje de lealtad enviado el viernes por Susana Díaz a su nuevo presidente. Perder es tóxico y acelera la descomposición.
A partir de ahora, la tarea más urgente de Sánchez será rebatir la reputación de volubilidad que se ha labrado hasta ahora. ¿Plurinacionalidad o no? ¿Dónde acaba la agenda social y empieza la económica? ¿Gobernará con un sesgo populista o dirigirá algo más que uno de sus célebres guiños hacia el mundo empresarial?
Las preguntas requerirán respuestas más pronto que tarde. De momento, ni la Bolsa ni la prima de riesgo parecen dar señales de alarma, pero eso puede a cambiar. Podemos y sus adláteres pedirán, por ejemplo, que se rescinda la reforma laboral y suba de nuevo el salario mínimo, cuyo aumento reciente ya levantó algún ronchón en la patronal.
AGUANTAR, PERO CÓMO
Si se aplicara la más exquisita probidad democrática, lo que debería hacer el nuevo presidente es convocar elecciones cuanto antes –en otoño, por ejemplo— para preguntar a la ciudadanía si revalida o no la votación del Congreso. Eso sí le daría legitimidad plena para abordar su apenas esbozada agenda para gobernar España.
Lo previsible, sin embargo, es que Sánchez opte por aguantar todo lo que pueda para llegar con ventaja cuando no quede más remedio que poner las urnas.
Mientras tanto, promete “regeneración democrática, rescate social y elecciones” (sin fecha), un plan excesivamente vago que significa cualquier cosa. Y su base de poder (84 diputados más uno prestado) no es suficientemente representativa para abordar asuntos que requieren un gran consenso, entre los que Cataluña es el primero.
Pasó el tiempo de la audacia. Debería abrirse el de las grandes iniciativas de estado, revestidas de responsabilidad y trascendencia, en lugar de oportunismo.
Pero sería mucho pedir. En España es poco factible que a un cisne negro le siga una bandada de cisnes blancos.