Kutxabank entra en las aulas vascas: ¿el zorro dentro del gallinero?
¿Qué hace un empleado de una institución bancaria en un instituto con chavales de 15 y 16 años? Dar clase. Reconozco que he tenido mis reticencias a la hora de pensar que los bancos se metan tranquilamente en las aulas. ¿Esto a qué viene ahora?, dirán. Pues bien, el banco vasco Kutxabank acaba de poner en marcha un programa para acercar los conocimientos financieros a los institutos vascos, tanto públicos, como privados y concertados, en euskera -el 80% de ellos- y en castellano. Es algo opcional para los centros. Pero muchos lo han acogido ya, por ejemplo, en las horas de tutoría o refuerzo de matemáticas. «Se trata de aportar competencias financieras», dicen desde el banco. Finanzas para la vida, lo llaman.
No será ni el primero ni el último en nuestro país. Parece que está de moda. Lo han recomendado el Comité de Expertos de la Comisión Europea e incluso el propio G-20, que en su última cumbre se declaró abiertamente comprometido con los principios internacionalmente consensuados sobre educación financiera. La LOMCE contempla incorporar la educación financiera en Secundaria a partir del próximo curso, aunque la Comisión Nacional del Mercado de Valores y el Banco de España ya ha impulsado su propio Plan de Educación Financiera. Otro programa que recuerdo fue «Tus finanzas, tu futuro» impartido el pasado año por la Asociación Española de la Banca que llegó a más de 5.500 alumnos de toda España.
Y saltan las opiniones encontradas. Y se despiertan los recelos. ¿Por qué les ha entrado esta vocación repentina a los bancos? Un primer pensamiento es que «estamos metiendo el zorro dentro del gallinero», que quieren captar futuros clientes, que inducen al consumismo, que será perjudicial para los alumnos. Además, ¿hablarán acerca de economía colaborativa, banca ética o de la irrupción del fintech? ¿les contarán en qué consiste la dación en pago? ¿y las cláusulas suelo? Permítanme que lo dude.
Formaciones políticas como EH Bildu no han tardado en solicitar aclaraciones al Departamento de Educación a este respecto y no dudan en exigir la suspensión del proyecto que yase desarrolló el pasado 2015. Creo que borrarlo de un plumazo tampoco es la solución. Cuando a uno se le bajan los niveles de cinismo en sangre, le da por pensar que la educación financiera, venga del sector público o privado, nunca está de más. No hay que rasgarse las vestiduras, sólo son unas charlas informativas en clases extraescolares.
Es más que patente la necesidad de involucrar a los jóvenes- quizá también sería bueno profesar este mismo entusiasmo en los no tan jóvenes- en el mundo de las finanzas. Sin ir más lejos, según el informe PISA sobre competencia financiera elaborado por la OCDE, uno de cada seis jóvenes españoles tiene dificultades para resolver asuntos de economía doméstica, como por ejemplo, manejarse con una tarjeta de crédito o interpretar una factura. Este informe situaba a España 484 puntos por debajo de la media de los 18 países participantes y sólo por delante de Croacia, Israel, Eslovaquia, Italia y Colombia.
En este caso, a mayor educación financiera mayor libertad de elección. Puede servir también como herramienta de motivación en la enseñanza de economía. Nadie es tan ingenuo como para pensar que con más información esta crisis no hubiera tenido lugar. Y mucho menos nadie se traga esa patraña de que la culpa de fraudes como las preferentes es de los damnificados, por no saber dónde se metían. Pero se puede tomar nota de las lecciones aprendidas. Los bancos pueden informar de forma puntual, siempre que, en última instancia, la responsabilidad de esta formación recaiga sobre en los docentes y sobre los padres, claro.
Con todo, hay que tener en cuenta que la alfabetización financiera es mucho más que saber cómo administrar el sueldo -o en este caso la paga- o comparar las tasas de tarjetas de crédito. En un entorno cada vez más complejo, la educación financiera requiere que los estudiantes adquieran también conocimientos sobre emprendimiento e innovación. Pero eso ya es otra historia. Nos queda mucho por andar.