Junqueras, Puigdemont y la deslealtad de los republicanos
La política catalana se enrocó en sí misma con el proceso del Estatut. Fue un acto de onanismo, con consecuencias muy perjudiciales, como se comprobó más tarde. Se trataba, en gran medida, de una lucha partidista para lograr el testigo del postpujolismo. Y han pasado los años y el embrollo es mayor. Nadie ha logrado ocupar la centralidad, como lo consiguió el pujolismo durante 23 años. Es cierto que, seguramente, es ya una tarea imposible. La sociedad se fragmenta, la crisis económica ha provocado un enorme malestar social que se ha traducido en populismos, y los partidos deberían ser conscientes de que no habrá gobiernos sin acuerdos, de que las coaliciones serán necesarias, como pasa en los países del entorno europeo.
Pero en esta legislatura, en Cataluña, es Esquerra Republicana la que ha conseguido un buen punto de partida, con la esperanza de ser el gran partido a medio y largo plazo. La estrategia de Oriol Junqueras de atraer a ex dirigentes del PSC, de buscar una parte del catalanismo progresista próximo al soberanismo, le podría dar buenos resultados.
En el Govern de la Generalitat, Junqueras es el vicepresidente, y el conseller de Economia, pero en realidad se ha transformado en el Ejecutivo de Junqueras. Por una razón muy clara, que nadie esperaba, ni los propios republicanos. Si se tiene la cartera de Economía, y se desea negociar con los responsables económicos del Gobierno central, sean ahora los del PP en funciones, o los del PSOE, el poder es real. Es lo que importa en Cataluña, donde una parte mayoritaria de la sociedad catalana está convencida de que existe un maltrato económico, con mejores o peores argumentos. Si delante no existe un presidente de la Generalitat con mando en plaza, la figura de ese conseller de Economía se acrecenta.
Y es lo que ha ocurrido. Los republicanos no esperaban que en el último minuto Artur Mas no fuera investido presidente de la Generalitat y les ha venido estupendo. Se encontraron con la figura de Carles Puigdemont, tras el acuerdo entre Convergència y la CUP, validado por el propio Mas con la idea de que podría supervisar el pacto, como gran referente del soberanismo.
Es decir, mientras Junqueras es el líder de Esquerra, vicepresidente del Govern y conseller de Economia, Puigdemont es un presidente que tiene un tiempo tasado –él mismo lo recuerda– de 18 meses, los fijados para poner en marcha la «desconexión» con el resto de España. Y no tiene el poder sobre Convergència, que sólo quiere ahora ganar algo de tiempo para acometer, de la mejor manera posible, su refundación.
Convergència todo esto lo sabía. Pero quiso correr el riesgo ante la posibilidad de que se convocaran unas nuevas elecciones, en las que los augurios no eran nada buenos porque Esquerra no quería repetir la fórmula de Junts pel Sí. Por separado, Convergència se podía haber hundido. Mejor el grupo parlamentario integrado con ERC, y con Puigdemont de President, que el abismo.
El problema es que Esquerra, como colectivo político, ha adquirido unas formas, a lo largo de los años, que imposibilitan las coaliciones sólidas de gobierno. Ocurrió con los dos gobiernos tripartitos, presididos por Pasqual Maragall y José Montilla. Y ha comenzado a pasar ahora. Junqueras no comunicó a Puigdemont que se había entrevistado con Pedro Sánchez, el mismo día que el presidente catalán lo había hecho, públicamente, en el Palau de la Generalitat. Mientras almorzaba con los empresarios del Instituto de la Empresa Familiar, Junqueras hacia lo propio con Sánchez en un hotel de Barcelona.
Eso se llama deslealtad, aunque se pueda entender que no era necesario, porque Junqueras actuaba como dirigente de Esquerra, y no como vicepresidente del Govern. No se trata de cómo se asegura la vía hacia la independencia. Se trata de quién logra hacerse, por fin, con la herencia del postpujolismo, de quién se asegura la parte central de la política catalana. Junqueras es consciente de ello. Quiere negociar, busca rescatar las finanzas de la Generalitat del desastre. Es realista, aunque no renunciará a la independencia de Cataluña.
Convergència observa con perplejidad ese proceso. Quiere refundarse. Artur Mas quiere vigilarlo todo. Puigdemont está aislado, y Junqueras se reúne en secreto con Sánchez.