Juguemos a verdad, mentira o acción
¿Qué niño no ha jugado a verdad, mentira o acción? Esta campaña se puede dividir en cuatro bloques: los que están convencidos de votar por los partidos pro ruptura con España, los que están convencidos de lo contrario, los que van a votar contra alguien o algo –costumbre en la que no hay diferencias entre catalanidad y españolidad- y los que están sumidos en un mar de dudas, porque ni tan siquiera hay un debate sobre los efectos de la posible separación con datos que, aparentemente, puedan dar como buenos.
El balbuceo de Rajoy frente a Alsina, en la entrevista de Onda Cero no ha contribuido mucho a reforzar la línea argumental de los partidarios de la Unión. La amenaza de Mas de no pagar la parte de deuda que le corresponde si Cataluña se separa tampoco. En ambos casos, colaboradores suyos, Moragas y Mas-Colell, han corrido a sacarles las castañas del fuego.
Al separatismo le iba muy bien sin debate argumental. Ganaban por incomparecencia del adversario. Cuando se les plantea debate suelen responder con el infantil: caca, culo, pedo, pis. Ningún dato o argumento contrario a la separación es válido. Que Juncker, Merckel, Cameron o incluso Obama apuestan por la unión, son unos sicarios a sueldo de Madrid. Que las agencias de calificación o los inversores solicitan garantías o incluyen cláusulas de rescisión contractual en caso de separación unilateral, son unos desinformados que no saben que no pueden prescindir de un mercado tan maravilloso como el catalán, que la banca, Telefónica, Pronovias o Almirall afirman que la separación tendría consecuencias económicas y en el empleo irreparables, son unos mentirosos que salen a la palestra por oscuros intereses inconfesables. Que una asociación como Empresaris de Catalunya, presidida por Bou (de Vic), y vicepresidida por personas como Molins o Rivadulla dicen que Ens hi juguem el Pa, son simplemente unos botiflers a sueldo del CNI que lo que tienen que hacer es marcharse de Cataluña.
El debate no es sobre argumentos sino sobre contrargumentos. ¿Qué defecto, qué tara o de qué estirpe es el que osa emitir opinión o plantea un obstáculo a la independencia, por la vía express y unánime? Sobre los osados disidentes se busca en internet: contratan investigadores y bucean en una biografía para desacreditarle y desautorizarle. Y si no encuentran nada, ala, a inventar. Que le pregunten a Josep Ramon Bosch (un botifler en el Top Ten de Santpedor de toda la vida) al que están linchando con el silencio cómplice del poder.
La búsqueda de los efectos de la separación no se basa en un debate racional entre personas en igualdad de condiciones. Uno de los bandos, el que viene ejerciendo el poder desde que el 75% de los catalanes no habían ni nacido, o sea, desde 1980, ni tan siquiera reconoce como adversarios para debatir a los que no están por la declaración unilateral. No debaten sobre si pagaremos o no las pensiones o sobre si habrá corralito, sino sobre la catadura, desde su muy neutral perspectiva, de, por ejemplo, Angel Lafuente o Josep Borrell. Nadie es apto para llevarles la contraria. Todos somos sospechosos, y ellos víctimas. ¿De qué?
El día que todos seamos iguales y nadie tenga la potestad de repartir carnets de catalanidad empezará el verdadero debate. Mientras tanto no nos parecemos ni a Escocia, ni al Quebec, ni a una sociedad políticamente preparada para un debate de esta enjundia.
Quizás, solo quizás, el debate que se acaba de celebrar entre Margallo y Junqueras es un primer paso.