Jugar mal con malas cartas

¿Quién reparte las cartas del juego? No las escogemos, nos las encontramos

¿Quién reparte las cartas del juego de la existencia? La mayoría provienen del azar, el demiurgo o cómo queramos llamarle. De vez en cuando podemos sacarnos una de la manga, largamente trabajada en la sombra, pero eso es muy excepcional. En general, no escogemos las cartas –lugar y época de nacimiento, condición social, salud, capacidades o aspecto físico–, sino que nos las encontramos.

A partir de ahí, de las cartas que nos vienen dadas y las que nos va adjudicando el repartidor, podemos jugar mejor o peor. Eso sí es cosa nuestra. De las personas, de las familias, de los colectivos, de los países o de la humanidad. Se puede ganar con cartas justitas y perder con buenas cartas.

Antes de cansar al lector, aterricemos, aunque el impacto no sea leve. Tal vez comparta, el lector, la impresión de que en España, y por descontado que en Cataluña, estamos jugando mal con cartas que parecen mucho peor de lo que son de tan mal como las jugamos.

¿De quién es la culpa? En primer término, de los poderosos; en segundo, de los que teniendo influencia, prefieren servirles en provecho propio antes que en el general, y en tercero, del querido pueblo ondulante. No llano, que no deja de ser depositario de la soberanía ni ha perdido la capacidad de decidir en último término con su voto.

Que los principales intermediarios entre el poder, por supuesto que económico, y la ciudadanía, o sea los políticos, se alejen más y más de los intereses de los ciudadanos, de su bienestar y de sus perspectivas para centrarse en sus luchas por alcanzar el gobierno no es nada bueno.

Es lo que sucede en la presente y por fortuna brevísima, campaña electoral. La más abstracta, la más conceptual, la más pasional y compulsiva de la historia de cuatro décadas de democracia.

A este paso, las múltiples crisis que se nos echan encima –la económica, la demográfica, la de gobernanza global, la de los valores básicos del humanismo y la del empeoramiento geoestratégico de la Unión Europea– nos van a pillar muy mal preparados. Estamos jugando fatal. Peor aún, están jugando con cartas dibujadas  y marcadas por ellos, sentados en una mesa de juego alejada de la que corresponde.

Como todo el mundo debería saber, las presiones para que el PSOE, en caso de confirmarse su victoria, gobierne con el apoyo exterior del PP son muy fuertes y más que lo van a ser. Tal vez no andan desacertados quienes ven en este objetivo la decisión de Sánchez de repetir elecciones, a fin de pasar del “con Rivera no” al “con quien sea pero gobiernen”.

En vez de afrontar lo que es más que una posibilidad y una corazonada de muchos, en realidad poco menos que una certeza y tanto o más que un deseo compartido entre ambos, Pedro Sánchez y Pablo Casado se dedican a engañar a sus electores con una simetría tal en los discursos que parece haber salido de la misma y retorcida mente.

Sánchez asegura que no va a pactar con el PP y que el PSOE nunca lo ha hecho. Falso y falaz. Falso porque Patxi López no pactó con el PP a fin de ser lehendakari. Falaz porque hay muchas maneras de pactar. Los pactos pueden formalizarse o no, pero si terminan con votos de uno a favor del otro pactos son.

Lo que pretende Sánchez es que la gente se crea que no va a ser investido con el apoyo del PP. Lo que oculta Sánchez es que se propone fiar al PP la viabilidad y la  estabilidad de su gobierno.

Por su parte, Casado insiste día sí día también en la falsedad del gobierno frankenstein, con el PSOE apoyado por Podemos y los nacionalistas. Como si la gente no supiera que eso no hacía falta repetir elecciones.

Mientras se las prometen tan felices saboreando las mieles del reparto del poder político, fingen ignorar, ambos y sus patrocinadores, que la desigualdad aumenta mientras disminuyen las perspectivas de cambio, reforma, crecimiento o mejora.

Tal vez ignoran de verdad que el incremento de la desigualdad es uno de los principales motores de cambio, incluidos los vuelcos, de la historia. Mientras, van llegando cartas nuevas, peores que las anteriores, a la mesa de la realidad donde no se sientan, ni ellos ni los demás candidatos.

En España, y no es cuestión de Cataluña, el malestar social, la sensación de impotencia y su corolario, la cólera, van en aumento. ¿Como en Chile?

A ver si no vamos a tardar muchos meses en constatar como se cumple el temor de Proust sobre los malos jugadores, los que juegan con barajas que no entienden y creen dominar y se encuentran con que las cartas “se mueven por ellas mismas y, yendo por delante de nuestro deseo de jugar con ellas, se han puesto a jugar con nosotros”.

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