Juegos infantiles y peligrosos en el Parlament

La estrategia es infantil. Se trata de «desobecer» un poco, un poquito, y esperar a ver qué pasa. Se trata de forzar la maquina, pero no a cualquier precio. Se pretende iniciar un proceso de «desconexión de España», pero ordenado, «de la ley a ley», se dice. Y se pone el ejemplo de la transición española. Si las Cortes franquistas se suicidaron para dar paso a un parlamento democrático, paso a paso, con la votación en referéndum de la Ley de Reforma Política, los partidos soberanistas creen que si obedecen sólo al parlamento catalán podrán cumplir su objetivo.

Y siguen adelante. El presidente catalán, Carles Puigdemont, fue quien más jugó este miércoles en la cámara catalana. Aseguró, como el capitán Renault en Casablanca, «qué escándalo», al señalar que se pretendía votar en el pleno las conclusiones de una comisión sobre el proceso constituyente.

No, no pasaría nada. Al revés. Los parlamentos llevan al pleno y votan lo que deciden sus diputados en las comisiones que se puedan constituir. El problema es que no se puede iniciar un proceso de desconexión de España, no se puede pretender la creación de una asamblea constituyente –que anularía el propio parlamento, como apunta Miquel Iceta— sólo porque un puñado de diputados independentistas lo quiera. El Parlament no es soberano para decidir sobre su relación con España.

Todo eso se sabe, claro. ¿Entonces por qué se impulsa? Sólo para inquietar un poco, para mostrar al propio movimiento soberanista que está vivo, que no renuncia a sus aspiraciones. Llega la Diada del 11 de septiembre, y se deben calentar motores, y, además, Junts pel Sí necesita demostrar a la CUP que tiene agallas y que la cuestión de confianza a la que se someterá Puigdemont se puede y se debe ganar.

Todo eso está muy bien. Es legítimo, pero no se puede utilizar al Parlament como un juguete de los independentistas.

Lo que ocurre es que, en realidad, nunca pasa nada. Hasta que pasa. Es el infantilismo de la política catalana, que juega y juega, porque sabe que tampoco el Gobierno central está en disposición ni de tomar medidas coercitivas, ni de arreglar nada.

Sorprende la posición de algunos dirigentes. No ya la de los soberanistas de toda la vida, sino la de personas como Ernest Maragall, quien en su cuenta de twitter animaba a los diputados para dejar claro que el Parlament iba a demostrar que Cataluña es un sujeto político y jurídico propios.

¿Ha engañado antes, o engaña ahora? Y, en todo caso, aunque se pueda defender esa pretensión, el hecho es que Cataluña no logrará ese deseo con medidas como las de este miércoles. Es infantil.

Porque lo más grave sería que Junts pel Sí sólo hubiera accedido a votar esa desconexión para ganarse el apoyo de la CUP de cara a la cuestión de confianza de Puigdemont del 28 de septiembre. Para ello habría utilizado y degradado al parlamento catalán.

Pero, por ahora, nunca pasa nada.