Jubilados por la muerte
Debía ser todo un espectáculo escuchar a Emilio Botín o a Isidoro Álvarez debatir sobre la reforma del sistema de pensiones y la edad de jubilación. Ellos, que seguro que percibían su pensión oficial de la Seguridad Social, pero que jamás habían hecho amago de jubilarse de su actividad. Confieso que me hubiera encantado conocer sus opiniones al respecto.
Con la pérdida de ambos líderes empresariales se empieza a dibujar un cambio generacional en España al frente de las grandes corporaciones. Quedan todavía algunos octogenarios al frente de compañías, pero sin duda Botín y Álvarez han sido los dos mayores más emblemáticos del último cuarto de siglo y ni tan siquiera han podido alcanzar los 80 años de edad.
Con ellos se deja atrás un estilo de gobernanza muy personalista, poco ajustada a lo que hoy ocurre en las grandes empresas del mundo. Álvarez seguía trabajando todos los sábados, visitando las tiendas del grupo por sorpresa y ocupándose del negocio de manera muy directa. Para él la semana sólo tenía un día festivo y esa era forma de proceder que no habían podido cambiar sus colaboradores muy a su pesar.
Algo similar sucedía con Botín. Sus horarios profesionales nada tenían que ver con los del resto de mortales. Una vez jugados unos hoyos de golf a primera hora de la mañana, cualquiera de su equipo podía recibir una llamada el mediodía del domingo. O la visita del avión del presidente que venía a recogerlo para llevarle a una reunión con el banquero en la tarde del festivo.
Botín y Álvarez eran, en cierta medida, unos obsesos de su actividad. Y quizá ahí radique el secreto de su éxito en el Banco de Santander o en El Corte Inglés. Esa especulación nos la dejan para los demás, que deberemos interpretar su obra empresarial ahora que ellos han decidido jubilarse definitivamente, justo un segundo antes de que dejaran este mundo. Pero ni uno más.