Juan Rosell, año cero

 

Quienes conocemos bien, desde hace lustros, al presidente de la patronal CEOE, sabemos que ahora está en una encrucijada. Las negociaciones contrarreloj que mantiene con CCOO y UGT para reformar el mercado laboral español son una trampa. Rosell tiene la oportunidad de pasar a la historia o de que la historia pase de él, sin término medio.

Si el patrón de patronos, el empresario catalán enviado a Madrid en condición de emisario del sentir de las pymes y las grandes empresas de este lugar es incapaz de cerrar un pacto, habrá dejado de ser útil para quienes apostamos por él desde diferentes ámbitos. Si por el contrario, el presidente de la CEOE logra un pacto con los dos grandes sindicatos sobre cuáles son las reformas necesarias para poner el mercado de trabajo en productivo, Rosell se habrá ganado el corazón y la razón de más de uno.

Existe en estos momentos una situación privilegiada. Los sindicatos son conscientes de que no queda espacio para la racanería y, en consecuencia, como se diría en Catalunya: o caixa o faixa. O hay acuerdo sobre la reforma laboral, o todos deberán esperar a que el Gobierno de Mariano Rajoy legisle sobre la materia. Es más, si se produce el acuerdo y los sindicatos y los empresarios alcanzan una posición común que el Ejecutivo central no respalda, Rosell también habrá fracasado.

No queda espacio para las medias tintas. Rosell es un político más que un empresario. Lo saben bien los catalanes del mundo empresarial que le enviaron a esa función. Aunque ha pagado algunas nóminas, el actual presidente de la CEOE debe acreditar su función verdadera. Si es incapaz de transaccionar con sus antagonistas, lo tiene crudo. Su papel podría ser ejercido por cualquier otro personaje del mundo empresarial mesetario, tanto da que se llame Arturo Fernández o Juan Gaspart. Da lo mismo que sean peones del PP más rancio o del PP más aperturista. Si la reforma laboral se cierra en falso, sin la unanimidad que presidió los Pactos de la Moncloa de los 70, lo mejor que puede hacer Rosell es dimitir.

Entre hoy y las próximas horas saldremos de dudas. Pero no cabe ningún espacio a la especulación: o alcanzamos un buen acuerdo laboral o el Ejecutivo del desaparecido Rajoy nos lo pondrá en el BOE. Por eso es tan importante y decisivo que Rosell pueda presentarse ante los suyos no sólo como un mero instrumento del empresario catalán en Madrid, sino también como un instrumento útil y capaz de influir en el poder económico real.

Quienes siempre hemos defendido su figura y su participación en la gran política española ahora nos sentimos legitimados a pedirle hechos y no palabras. Es más, no sirven excusas tibias. O Rosell abandera un acuerdo laboral anticrisis o su puesto estará amortizado. Sé que a él no le gustarán estas palabras, pero es el sentir general.

Su sucesor en la patronal catalana, Joaquim Gay de Montellà, está trabajando en serio. Su papel pronto dejará de ser sucursalista y Rosell está obligado a demostrar que tiene un perfil propio en Madrid. Allí le enviaron Fainé y otros. No sirve, es insuficiente, ser un invitado de piedra en la toma de posesión de los ministros. Lo que es menester, en estos momentos, es la capacidad de influir de verdad en el Gobierno del PP y en sus aledaños. El tema laboral, de entrada, es una de las principales esperanzas que todos hemos depositado en su mochila. Ya no valen más excusas. La CEOE está al servicio de algunas causas y si eso no es así, alguien está fallando estrepitosamente.

Cándido Méndez (UGT) le preguntó a Josep Maria Álvarez (UGT Catalunya) si Rosell era de fiar. Álvarez, amigo personal del patrón, respondió hace tiempo que sí; que si había algún empresario con capacidad para transaccionar era él. Que era más político que empresario, vino a decir. Algo similar sucedió en CCOO. Jamás hubo un presidente de la CEOE con tanto aval personal de sus antagonistas. Por tanto, sólo él es capaz de levantar un acuerdo que lleva años incubándose y otros tanto fracasando.

El mercado laboral necesita ser más ligero, flexible y adecuado a las nuevas realidades. Rosell es el representante de los empleadores y en Catalunya hay unos cuantos esperando a que fracase para pasarle factura. Es un error, si Rosell fracasa, todos fracasaremos. Pero también es cierto, que ahora un error sería imperdonable. Se espera mucho del presidente de la gran patronal española. Tanto como que sea capaz de orientar el mercado de trabajo que nos ha de permitir salir de la crisis. A las grandes y a la pequeñas empresas. A unos, y a otros.

Rosell está en el año cero. Y todos tenemos el foco puesto en su actuación y en su capacidad para dejar de ser una esperanza y convertirse, de una vez por todas, en una realidad. Para dejar de ser un político que promete, a transformarse en un político que ejecuta.