Juan Iranzo: la doble moral de la derecha inmoral

El engaño va más allá de la sospecha. Juan Iranzo es un exponente del bucle corporativo que dirige a España hacia el precipicio. Este señor de tallo fino y rala cabellera lleva la catequesis navarra pegada en la testuz; exhibe puestos de mando en la cadena de valor, imparte doctrina en el mundo de los lobbys y, desde luego, no le hace ascos al blanco satén, si el cuerpo se lo pide y le alcanza el crédito de la visa opaca.

Es un profesor cortoplacista, ventajoso y predicador instalado en el púlpito de la ética de los negocios. Un intelectual zafio del mundo neoconservador, con cátedra, vocalías en consejos de administración (la auditora Capgemini-Ernst&Young, la aeronáutica Sinaer o la constructora San José), think tanks y consultorías varias.

Desempeña todavía el cargo de presidente-decano del Colegio de Economistas de Madrid, imparte doctrina como académico de la Real de Doctores y es profesor de finanzas en el CUNEF. Desde su vocalía en el Consejo Económico y Social, Iranzo arenga a competir en mercados abiertos y desregulados. Pero no se aplica a sí mismo la competencia leal que defiende.

Perteneció a la Comisión de Control de Caja Madrid en la etapa de los negocios sucios de Miguel Blesa y, algún día, tendrá que responder de su plácet a la compra del Banco de Miami, así como de otros amagos internacionales que, de momento, no investiga la Agencia Tributaria de Montoro.

El envenenamiento de las costumbres se ha convertido en una variable del cuadro macroeconómico. Vivimos un tiempo de amargura indeliberada. Iranzo, inmerso en las tarjetas de la vergüenza, no es nuevo en los negocios del poder. Es un experto en consultorías de empresas privatizadas con un saldo ruinoso para miles de ciudadanos, titulares de acciones cotizadas, que son carne de opv falsarias (el caso de Endesa). Desde la Comisión de Control de Caja Madrid (Bankia), fue el respaldo moral de las preferentes de Blesa, el aval académico que desencadenó la felicidad perdida de nuestros mayores.

Los Iranzos triunfan en la medida en que la neurosis española concibe el éxito como un producto lineal del mérito curricular. Inmerso en este espeso caldo, el director del Instituto de Estudios Económicos porfió hace años para convertirse en número dos de Mariano Rajoy, pero Manuel Pizarro le ganó la mano. El economista quiso ser el ministro económico de Rajoy; compitió para el cargo con Estanislao Rodríguez-Ponga (ex secretario de Estado, también usuario de visa black de Bankia), y se batió además con el indoloro Martínez-Pujalte, camarlengo del Congreso y campeón de mus en las sobremesas del barrio de Salamanca. Menuda peña.

En la plenitud de Blesa y Rato, a nadie le amargaba un dulce. Fueses rico, pobre o mediopensionista, la estola de consejero te convertía en dilapidador de dinero negro. Fue así como el PP monitorizó desde Moncloa la Bankia de los prodigios, cargándose la antigua caja del socialista Jaime Terceiro, edificada piedra a piedra. Blesa, nombrado por José María Aznar, se rodeó de lo peor de cada casa, los Arturo Fernández, Javier López, Alejandro Couceiro o Miguel Corsini, por no citar a Gerardo Díaz-Ferrán, el galeote de una patronal española en horas bajas. Vivimos en años de penitencia, de acusaciones acerbas; pero en el caso de las black card la avaricia rompe el saco. Además, nadie comulga con ruedas de molino a cambio de nada: a Iranzo y compañía les compraron su silencio. La buena cuna no es un freno para la corrupción.

La sabiduría tampoco, como lo demuestra el caso de Rodrigo Rato y de sus dos alfiles académicos, Juan Iranzo y Alberto Recarte, ambos profesores y ambos usuarios de las tarjetas de Bankia, colaboradores necesarios de un supuesto delito.

Los excesos en materia de políticas de la oferta que proponen el Instituto de Estudios Económicos y la fundación Faes no concuerdan precisamente con el sentido de la justicia social. En el poder oligárquico la ausencia de compasión (mujeres embarazadas, no; dice Mónica de Oriol) y la afición al dinero fácil conjugan con misa y comunión diaria. Pero cuando el descontento se generaliza, el púlpito se convierte en blanco de todas las flechas.

Iranzo se baja de la tarima y, con el fin de redimir su culpa, abandona precipitadamente el consejo de administración de Red Eléctrica, la empresa de alta tensión presidida por su amigo José Folgado. Es el preámbulo de otras forzadas deserciones. Iranzo dejará de ser un sabio para apuntarse a una orden mendicante. Él sabe muy bien que las tarjetas de Blesa no están exentas del pago fiscal. No puede alegar ignorancia. Pronto su vergüenza será mayor que su desvergüenza.