Josep Piqué, el político desaprovechado
La política catalana, con todos sus egocentrismos y victimismos cotidianos, no aprovechó el valor conciliador de Josep Piqué. Lo tenía todo: era un catalanista convencido a la vez que defensor de la carta constitucional
Llevamos ya varios días de loas merecidas. Josep Piqué no dejaba indiferente. Su valía se ha explicado desde todos los puntos de vista. Fue un humanista, cercano, hábil, en definitiva, un intelectual de la relación entre personas y de la geopolítica. No se conocen puentes que él hubiera ayudado a dinamitar. Todo lo contrario. Construir era su especialidad.
En varias ocasiones tuve contacto muy directo con él y prolongado. Sobre todo, cuando desembarcó en la política catalana. Al principio el Partido Popular le dio todas las herramientas para que pudiera construir una alternativa sería y creíble. El PP catalán siempre tuvo, y tiene, un problema de centralidad en Cataluña.
Para ello, desbancó a los Fernández Díaz de la dirección de aquel partido, bajo las críticas de los que querían un PP mucho más cercano a posiciones de derecha española. Consideraban que era la única vía de consolidar al partido. Pero los halos de acuerdos con la Convergència del Majestic y una evidencia del nulo crecimiento, sí de consolidación, y tras el fracaso también de Josep María Trías de Bes, hombre que deambuló entre la UCD y CiU, le dieron la oportunidad a Josep Piqué, algo más tarde, de intentar liderar una formación al estilo Unidad del Pueblo Navarro (UPN) con los ingredientes de un catalanismo empresarial que podía representar el que había sido portavoz, ministro de Industria y de Asuntos Exteriores, nada más y nada menos.
La culpa de que no acabara de funcionar la propuesta de segundo “giro catalanista” ideada por José María Aznar también fue, en parte, del propio Piqué
Pero ese catalanismo conciliador que transportaba Piqué desde Madrid no encajaba con la organización de aquel PP a finales de los 90. Ello erosionó su relación con las diferentes familias que habitaban entre los populares catalanes. La de Vidal-Quadras, que persistía, y la mencionada de dirigentes cercanos a los Fernández Díaz.
Pero la culpa de que no acabara de funcionar la propuesta de segundo “giro catalanista” ideada por José María Aznar, así se llamó, también fue, en parte, del propio Piqué. Un hombre acostumbrado a viajar por todo el mundo, habituado a reflexionar y ser escuchado con atención gracias a unos certeros análisis en política internacional, se veía obligado a pasear por las comarcas catalanas, a través de las delegaciones del PP en todo el territorio, y dirimir aspectos de la política interna del partido con dirigentes de poca visión al largo plazo. Y si Piqué era bueno en algo, se trató gracias a su visión de luces largas.
Desplazado a Cataluña, perdió fuerza su persistencia en el núcleo duro de Génova
Esta poca sintonía lo condujeron a hacer muy poco territorio. No era de fiar. O al menos así lo trataron. Tampoco acertó con su equipo cercano. Nadie hizo el trabajo de aproximación. Y así, poco a poco, se fue debilitando la consistencia de su proyecto catalán y también la relación con Aznar.
Hubo dos personajes que no lo acompañaron en ese viaje y que, si nos ponemos muy claros, boicotearon la operación. Fue un boicot lento y solapado. Jamás evidente, pero persistente. Se trató de Ángel Aceves y Eduardo Zaplana. Ninguno de los dos tenía la sensibilidad suficiente para entender lo que trataba de hacer Piqué. Desplazado a Cataluña, perdió fuerza su persistencia en el núcleo duro de Génova.
Fueron años muy complicados para la dirección nacional del PP. Es cierto. El “No a la guerra” hizo mella. Todo en contra para que Josep Piqué fuera valorado como el gran estratega que siempre fue.
Lo tenía todo: era un catalanista convencido a la vez que defensor de la carta constitucional
De no haber acabado fuera del mundo convergente, del que salió en las épocas de Macià Alavedra, hoy estaríamos escribiendo otro tipo de perfil. Siempre respetado por las élites empresariales, pero valorado sobre todo en ambientes cerrados y no públicos.
Un ejemplo fue su paso por Vueling. La compañía impulsada desde la corporación de Planeta en los tiempos de José Manuel Lara era por la que el empresario catalán, reunido en el holding, “Catalana de Iniciatives”, tenía que haber apostado. Sin embargo, la opción fue la deficitaria Spanair. ¿Por qué no se apostó por Vueling? La lideraba Josep Piqué y era la mejor opción. Algún día alguien tendrá que explicar toda aquella historia que tuvo poco sentido empresarial y mucho identitario. Y es que el paso de Piqué por el PP lo persiguió, al menos en Cataluña.
La política catalana, con todos sus egocentrismos y victimismos cotidianos, no aprovechó el valor conciliador de Josep Piqué. Lo tenía todo: era un catalanista convencido a la vez que defensor de la carta constitucional. Eso se preserva con dificultad en Cataluña. Puede que la mayoría de los catalanes estén en esa órbita, pero nunca encuentran al representante creíble.
Josep Piqué, con todos sus valores, acabó agotado de tanta mediocridad y abandonó la política. A partir de ese momento nació otro personaje que consolidó su proyecto y ayudó a consolidar otros. Cataluña siempre tendrá una deuda con él.