Josep López de Lerma: »Yo fui operario de Pujol»

La dirección de CDC acordó abrir un expediente de expulsión al todopoderoso gerifalte nacionalista gerundense Josep López de Lerma tras manifestar su apoyo a la candidata socialista a la alcaldía de Girona, Pía Bosch, que se enfrentaba al actual presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont. El expediente no se inició, porque López de Lerma había solicitado ya la baja en mayo de 2011 a través de una carta dirigida a Artur Mas en la que le pedía la discreción que él no guardó al apuñalar al candidato del partido que le había dado tanto.

La política es así. Los amigos no existen y se insiste en llamar adversarios a los que se odia como enemigos. El mejor ejemplo es el juego sucio que Pepe Zaragoza ha utilizado toda su vida, ya fuese para cargarse a un correligionario, el alcalde de l’Hospitalet de Llobregat entre 1979 y 1994, Joan Ignasi Pujana, espiado por su propio partido por presunto tráfico de influencias y soborno, aunque en 1998 fue absuelto de todas las acusaciones; ya fuese para conspirar con Alicia Sánchez Camacho, la jefa del PP, contra CDC y específicamente contra el presidente soberanista Artur Mas. Los políticos del régimen de 1978 que viven protegidos por el Estado aún creen que pueden con todo y que sus mentiras se sostienen sin pruebas.

Josep López de Lerma, seis veces cabeza de lista de CiU por Girona en las elecciones generales, vicepresidente del Congreso de 1993 a 1999 y concejal de Sant Feliu de Guíxols entre 1982 y 1989, no es tan mefistofélico como Zaragoza, pero como escribió la alcaldesa de Figueres, Marta Felip, en el Diari de Girona, en junio del año en curso tras conocer los ataques contra ella de su antiguo correligionario están «llenos de rabia, resentimiento y demagogia».

La alcaldesa no encontraba ninguna explicación para tamaña andanada, dado que Felip prácticamente no conocía a López. Sólo recordaba un episodio, que no acabó bien, que resumo con sus propias palabras: «siendo yo teniente de alcalde del Ayuntamiento de Figueres y alcalde Santi Vila, D. López de Lerma contactó conmigo para ofrecerme de forma reiterada e insistente los servicios del despacho de abogados que representa en Girona, y que no contratamos porque el Ayuntamiento no tenía ninguna necesidad». ¡Ay, esa Convergencia de los negocios, que se enfada cuando no le abonan la minuta! Algunos operarios de Pujol acabaron de esa manera.

Josep López de Lerma acaba de publicar una especie de memorias en la nueva colección que edita Economía Digital y dirige un hombre que sabe de libros, Fèlix Riera, antiguo militante de UDC y ex director de Catalunya Ràdio.

El libro, que no sé si está escrito directamente en español o es una traducción, se estructura en micro relatos, algunos muy divertidos, que son el resumen agridulce de la trayectoria de la CDC que López de Lerma considera que era la buena y que el título del libro sintetiza a la perfección: Cuando pintábamos algo en Madrid. Ese «algo» tiene su importancia, porque López de Lerma se queja constantemente de que los nacionalistas acabaron pintando poco o nada en la Carrera de San Jerónimo por culpa de la cabezonería de Pujol que rechazó por lo menos seis veces —6— las ofertas para que CDC se sentara en el Consejo de Ministros español.

El pasado miércoles los editores de ED Libros le organizaron una presentación por todo lo alto, con Xavier Vidal-Folch, que fue director adjunto de El País en la etapa más anticonvergente del periódico que ahora se ha cargado a Pedro Sánchez. O sea, durante los años 1988 y 2009, período que coincide con la actividad política de López de Lerma. Las lindezas del pasado se olvidan pronto si se cumple el proverbio, como ocurre entre ellos, de que «el enemigo de mi enemigo es mi amigo».

En la librería Laie se agolparon colaboradores de Economía Digital, el periódico que dirige Manel Manchón bajo la atenta mirada de Juan García, el editor, pero también un sinfín de viejas glorias de la política catalana.

Allí estaban sentados en un peldaño de la escalera interior, porque no cabía nadie más, Josep Antoni Duran Lleida y Montserrat Nebrera. Xavier Bru de Sala, editorialista de El Periódico, se mantuvo en los discretos recovecos de las últimas filas, donde también estaban sentados Daniel Sirera y Alberto Fernández Díaz. En las primeras se sentaron sin complejos Ramon Espadaler y parte de la nutrida delegación socialista: el presidente José Montilla, Miquel Iceta y Anna Balletbó, que estaban arropados por Miquel Salazar. Allí también se dejó ver Joan Subirats, uno de los ideólogos de los comunes de Ada Colau, aunque supongo que ser antiguo camarada de Josep María Cortés y Vidal-Folch en Bandera Roja le llevó a la cita.

El tutti frutti político lo completaban quien fuera secretario de comunicación con Quico Homs, Josep Martí Blanch, Joaquim Gay de Montellà y Joan Pujol, de Fomento del Trabajo, y la diputada de Ciudadanos Sonia Sierra.

López de Lema se quejó de que en el acto no había ningún representante de su antiguo partido. Sí lo había, era Pere Macias, el ex consejero de CDC fichado por Colau para desplegar el tranvía de la Diagonal, pero era el único. Hubiese sido una ingenuidad que algún dirigente actual del PDECat se dejase ver por un acto cuyo fin, por extensión de los que se expone en el libro, no era otro que darles caña hasta la saciedad. Esa tarde en Barcelona, esa ciudad donde Inés Arrimadas tiene la desfachatez de insinuar de que se ve obligada a llevar escolta «porque ya se sabe lo que pasa», se celebraron dos actos unionistas sin ningún problema. Este que les estoy comentando y la presentación de la plataforma Lliures, creada por los ex diputados de CiU Antoni Fernández Teixidó y Roger Muntañola.

Ustedes saben quien soy y lo que defiendo. Soy un independentista moderado, liberal de izquierdas, que en estos momentos trabaja para el gobierno de Cataluña. No he militado en CDC en mi vida y nunca voté por Pujol, por lo que está claro que tampoco voté por López de Lerma.

Estas memorias no me son familiares, aunque conozco la música. Es la del catalanismo que se vino abajo porque no supo construir un autogobierno de verdad. La crisis de 2008 descubrió con crueldad que la Generalitat era de cartón piedra y que algunos de esos convergentes que, según López de Lerma, «fueron educados en la obediencia y el silencio» aprovecharon su posición para realizar fechorías que el tiempo va descubriendo.

La nostalgia es un sentimiento cruel y triste cuando se expresa con malhumor. Los operarios de Pujol perdieron su puesto de trabajo por cierre del negocio.