Josep Guardiola en el espejo de Jordi Pujol

Hace un año que el velo de miles de catalanes que tenían colocado a Jordi Pujol en la cabecera de su cama matrimonial cayó. No para mí, que algo había escrito sobre el gran carbonero, como desde el 2011 le apodé cuando detecté que había atravesado el Rubicón, mi particular río de lava nacido del infierno que separa el catalanismo del independentismo. Como con buen tino decía el director de Economía Digital, Manel Manchón, en su artículo ¿Y si es Jordi Pujol quien nos ha llevado a esto?

Nunca sabremos los motivos que le llevaron a su confesión, pero la intuición me dice que optó por adelantarse a los acontecimientos. Dando un paso al frente y reconociendo su pecado de juventud, creyendo que sus fieles le iban a perdonar no por la falta, pero sí por su sinceridad.

No olvidó, pero sí menospreció, la célebre frase del infante don Juan Manuel en su libro El Conde de Lucanor (siglo XV): ¡El rey está desnudo!, porque hinchado en su egotismo consideró que el previsible comezón general no le iba a derribar del pedestal en que creía que iba a pasar a la historia.

Sin embargo, estoy seguro de que si hubiera sabido que el hijo putativo (Artur Mas), y todo su partido, lo iba a despachar con unas sentidas palabras de agradecimiento por su hoja de servicios, y acto seguido colocar en la fresquera del congelador, en espera de a ver qué encuentran sus señorías. De haberlo sabido no hubiera confesado ni en un potro de tortura…

El hispanista británico John Elliot, hablando de su maestro Jaume Vicens Vives, dijo que la mejor lección que le había dado el historiador es que en la vida, como en la historia, hay que cuestionarlo todo. De verdades absolutas, si las hay, no existen. La actitud dialéctica más revolucionaria que hay es romper el tópico, los estereotipos, porque no existe una persona que tenga una sola cara. No la he conocido, y ya tengo una edad.

Toda esta reflexión la he hecho para desembocar en Josep Guardiola porque veo un paralelismo con el ex Honorable Pujol, al margen de que ocupa en la Lista Única el lugar que debía ocupar el ex si no lo hubieran puesto en la fresquera.

Guardiola, como Pujol, tenía una imagen impoluta, incluso con más virtudes que el President porque además es bien plantado, tiene una dicción fácil de persona inteligente, simpático, amable y educado. Vamos, el yerno perfecto que toda madre quisiera tener.

Y de repente, saltó la liebre. Un día tuvo su propio 25 de julio. El día que murió el que había sido su amigo, su segundo, el entrenador Tito Vilanova. Murió de cáncer sin que Josep Guardiola, que convivió un año con él Nueva York, tuviera tiempo para ir a visitarle (Aviso a los Navegantes: un enfermo aunque no lo pida, necesita que sus amigos lo vayan a ver, se interesen por él). Guardiola muy ocupado en aprender alemán, no tuvo tiempo para perder una tarde con su amigo Tito

Ese día, cuando se supo su no visita, fue como el 25 de julio de Jordi Pujol: se les cayó la venda de los ojos a quienes lo tenían en el cabezal de su cama matrimonial. Decía bien Vicens Vives: «hay que cuestiónarlo todo».

Posdata: Para los mal pensados culés: por lo mismo, tampoco me fío de quienes parece que nunca han roto un plato. Pienso en Iker Casillas.