José María Castellano, en la endogamia gallega

El ejecutivo lidera con mano firme NCG Banco a la espera de que se produzca su venta

Castellano es conspicuo. Habla de márgenes, no tiene espacio mental para las monjas de Torrente Ballester emparedadas en alguna sacristía de Santiago de Compostela; tampoco se embelesa con la visión del albatros. Su galleguismo es implícito, sin alharacas. Ha compaginado su empeño empresarial con el lustre académico; es doctor en Economía en la Complutense de Madrid, con plaza de catedrático en A Coruña. Y, sobre todo, ha puesto en orden su solar: Novagalicia presenta, pese a todo, un margen de intermediación bruto de 12.000 millones, con una cuota del 40% en su mercado doméstico. La caja intervenida ha adelgazado su balance al colocar parte de su red en el fondo Apollo y se ha deshecho de su negocio exterior.

Desde que José María Castellano cogió el timón, Novagalicia –convertida ahora en NCG Banco— despliega sus plumas ante sus virtuales compradores, sean los fondos internacionales o los bancos españoles dispuestos a la puja. Los compradores nacionales se han plantado frente al FROB por su favoritismo hacia los fondos liderados por Guggenheim, una opción que mantendría a Castellano al frente del proyecto y que cuenta con el respaldo de la Xunta. Los bancos interesados (CaixaBank y BBVA) argumentan, con razón, que ya han apechugado; son ellos los que han ofrecido liquidez a los preferentistas de la caja con una derrama en el Fondo de Garantía de Depósitos, sin olvidar además que han soportado gran parte del coste de la reestructuración del sector bancario, con la adquisición de entidades quebradas.

Limpiar Novagalicia ha sido como expurgar un árbol; un boj de los que señorean pazos de noble linaje. Después de la fusión entre Caixa Galicia y Caixanova, Castellano puso al día la entidad resultante. Pero no es un financiero; él abomina de los bancarios. Prefiere el trato de ejecutivo. Es un hombre de rostro severo y manos en la masa. Empezó su carrera en el grupo cárnico Conagra, pasó por la aseguradora Aegon y fue consejero delegado de Argentaria al inicio de su fusión con el antiguo Banco Bilbao Vizcaya. Cuando sacó a Bolsa la poderosa Inditex de Amancio Ortega, era el delfín de una Galicia reinventada y dispuesta a colonizar medio mundo. Zara se universalizó y Amancio hizo de oro a los suyos a base de regalarles acciones que inmediatamente se revalorizaron. Para entonces, Castellano era el Ceo de Inditex, el número dos, y su bolsillo creció en proporción a la importancia de su cargo. Eran tiempos de cubiertas baldeadas por filipinos y de Campari servido por camareros con librea, en veleros y yates de recreo. Aunque Castellano sea frugal en las formas, durante los años del despropósito, nadie pudo separar el placer de las finanzas del goce de los sentidos.

Mucha gente se pregunta ahora: Si es tan rico, ¿por qué se metió Castellano en esto de las cajas? No se metió. Le metieron entre Núñez Feijóo, el Banco de España y el ministro de turno. Y él no supo decir que no. Cuesta mucho esquivar la tentación del ecualizador. Cada nueva operación es una muesca en la culata de su colt. Castellano, que ahora preside la operadora ONO, ha sido la llave de vuelta de algunas de las grandes operaciones empresariales gallegas de los últimos años. Desempeñó la vicepresidencia del grupo editor de La voz de Galicia, un diario de fundación liberal trasportado al amarillismo de la derecha dura a partir de las elecciones autonómicas de 2009.

El fulgor y la caída de Castellano coincidieron fatalmente en el intento de compra de Unión Fenosa por parte de Inditex. Bajo su sombra estratégica, Amancio Ortega lideró la operación autóctona del asalto a Fenosa, una partida que finalmente acabaría ganando Gas Natural. El patrón de Inditex pactó la compra con Honorato López Isla, el mítico ex consejero delegado de la compañía eléctrica y discípulo aventajado de Victoriano Reynoso. Las constructoras desembarcaban sobre el sector de la energía como caballos sicilianos –ACS en Iberdrola y Sacyr en Repsol– por medio de operaciones aparentemente brillantes, pero realmente ruinosas a causa del enorme apalancamiento.

Fue en aquel contexto cuando el entonces presidente de Fenosa, Antonio Basagoiti, recibió una oferta alternativa de Florentino Pérez (ACS) en la que Castellano sería el caballo de Troya y aspirante a la presidencia de la eléctrica, sin el consentimiento del dueño de Inditex. El burlado Amancio y el taimado Florentino se batieron en busca del control de la eléctrica sobre un tablero movido por José María Castellano. Eran los últimos episodios de la Fenosa atávica, dominada accionarialmente por el Banco Santander, pero pegada todavía a la participación histórica de Carmela Arias, la última marquesa de Fenosa. Amancio supo que si mantenía su apuesta tendría que presentar una oferta pública (OPA) porque su participación, unida a la de sus socios, superaba ya el 25%. Tuvo que retirarse y nunca le perdonó el traspié a su hombre de confianza. Es más, Ortega responsabilizó a Castellano de aquella operación frustrada; llegó a considerarle un traidor.

Sin tiempo para beberse toda su melancolía y sin ser perdonado por su jefe, Castellano se cayó de Inditex, donde fue sustituido por Pablo Isla. Se descolgó del textil para entrar de soslayo en el tocho. Concretamente en Fadesa, de la mano de JP Morgan y en calidad de consultor, con el objetivo de sacarla a Bolsa y cosechar el milagro de su patrón, Manuel Jové, un coruñés al que Forbes atribuye hoy una fortuna de 2.000 millones de euros. Ahora, atrapado en una recuperación retardada, Castellano vive en la caja una experiencia menos espléndida. Él se puso a sí mismo un sueldo de 900.000 euros, que la ley le obligó a rebajar hasta 300.000. En la solución de Novagalicia, tiene que imponerse a Guindos y al Banco de España; en especial, al subgobernador, Fernando Restoy, partidario de cumplir la exigencia de Bruselas basada en la desaparición de NCG Banco como entidad independiente, culpable de haber recibido cuantiosas ayudas (6.000 millones de euros) y de no ser una institución sistémica.

Pero en la escena política doméstica, la UE no decide. La Xunta lo tiene claro: Novagalicia será gallega o no será. Feijóo mantendrá su promesa electoral. El hombre tranquilo ha resultado ser un gallo de afilados espolones. El presidente de la Xunta aspira a La Moncloa y, si un día quiere suceder a Rajoy, pensará más en los votos que en la cuenta de resultados de Novagalicia. Feijóo diseña y Castellano ejecuta. Se necesitan mutuamente para moverse en el corazón de la endogamia gallega. El político quiere mantener su localismo formal de sedes y estándares y, por su parte, el ex consejero delegado de Inditex necesita el perdón; huye de la rendición de cuentas desde que, en 2011, fracasó en la captación de inversores para la caja, cuando prometió 1.000 millones de fondos pero solo consiguió 70 millones de grupos familiares gallegos, que finalmente han perdido todo su dinero.

Castellano pagará su deuda con los votos de Feijóo. Se siente cómodo en su afinidad con el PP, haciendo frente al disminuido BNG y a los socialistas, como ocurrió cuando su periódico (La voz de Galicia) vapuleó a Touriño en la etapa de la Xunta bipartita. No es la primera vez que juega fuerte.