José Manuel Lara: el último «homenot»

Ha caído un hombre excesivo y tierno hasta la extenuación. Hijo del gran jinete de la edición, Lara Hernández, fundador de Planeta, enorme, avasallador, bailarín, gran comunicador, mentor de escritores como Gironella o Álvaro de Laiglesia; capaz de regalar un haiga en concepto de anticipos y dejarse fotografiar entregándole un fajo de billetes a Pío Baroja.

Los Lara cubren un siglo. Sus dos primeras generaciones culminan hoy con la desaparición de José Manuel Lara Bosch, hijo de Lara Hernández y de María Teresa Bosch, la que realmente leía los primeros originales de Planeta. Ha sido el sucesor de un gen indómito; hombretón de mirada larga, fumador en salones después de la Ley antitabaco, águila de nido en la planta más alta de la sede de Planeta en Diagonal y orientador de nuevos negocios, todos ellos marcados por el éxito rampante. Vocero y outsider, José Manuel Lara Bosch ha merecido estar entre los escogidos biografiados por Josep Pla. Pero nació entre tiempos y nunca pudo olvidar que el editor del ampurdanés universal, Josep Vergés (morro fino), llegara a considerar a su padre como un trapisonda.

Se consagró a la segunda generación, una tradición extendida sobre todo en Francia por los más grandes, Galimard, Grasset o Hachete, entre otros. Lara Bosch agrandaba los relieves del mundo para verlo más claro. Ha sido un «homenot», el último; dotado para la rauxa y para el golpe melancólico que define a los grandes emprendedores catalanes. Su matriz editorial se ha comido al mundo anglosajón. Es el editor más poderoso en lengua catalana y da de comer cada año a lo mejor de la narrativa española a través del Premio Planeta, aquel que inauguraron Bartolomé Soler, César González Ruano, Ignacio Agustí, Carmen Laforet o Torcuato Luca de Tena. Era el dueño de Antena 3 y el primer accionista de A3 Media; ha dejado lejos la estela del mismísimo Jesús de Polanco. Explotó como nadie el interés por el pasado recuperando a glorias como Sánchez Albornoz o Madariaga. Salió en defensa de competidores con pedigree como Jorge Herralde, quien en un momento de debilidad, salvó Anagrama gracias a la venta a Lara Bosch de un paquete de acciones de la discoteca Bocaccio, templo de la gauche divine. José Mauel Lara vivió de lleno la plenitud de los 80 y entró en el culto al best-seller, la historia interminable.

A partir de la segunda mitad de los noventa, la plenitud empresarial demolió su entorno para renovarlo. Lara Bosch fue devorado conscientemente por su propia voracidad. Exploró el futuro. Acaparó sellos en caída libre y abrió su marca al reto de la globalización. Se sentó en la presidencia del Cercle d’Economia, el influyente foro de contenidos y enigmas. Desbordó la planta de la antigua sede de la institución (fundada por Carlos Ferrer-Salat, Joan Más Cantí y Carlos Gúell) e instaló el ágora de los debates en el edificio Arnús de la calle Provenza, delante de la Casa Milà (Pedrera), en pleno corazón del modernismo barcelonés. Fue el máximo accionista de RCD Español; perico de raza, amigo de Camacho y capaz de alargar las sobremesas futboleras hasta altas horas de la noche, rindiendo honores en el altar de la diferencia. Valiente y expresivo. Convencido, nunca converso. Diletante duro, adicto al sustantivo, «pobrecito hablador», como aquel sobrino de Larra que castigaba al reino de las Batuecas.