José Luis Olivas: el presidente de la ruina a la sombra de Zaplana

En la Valencia de Renaixença y barraqueta, José Luis Olivas lo ha sido todo. A este sañudo perseguidor de prebendas, los excesos de su partido, el PP, le cubren las espaldas. El fiscal le imputa por haber fundido 330 millones en créditos sin garantías; un asunto paralelo a la imputación doble de Ángel Acebes, por la compra de Libertad Digital con dinero de la caja B del PP, y a la caída de Rato a causa de los 6,1 millones que Lazard le satisfizo en paraísos fiscales.

En cada Nit del Foc, el “presidente de la ruina”, como le llaman sus paisanos, dispuso de silla, mantel y fallera mayor delante del cartón piedra en llamas de la antigua plaza del Caudillo. Olivas es un levantino de adopción nacido en Motilla del Palancar, último eslabón conquense camino de Despeñaperros; un converso de petardà que presidió la Generalitat, Bancaja y el Banco de Valencia. Casi nada. Cuando amanecía el nuevo mundo de la corrupción al cuadrado, se convirtió en vicepresidente de Bankia. Todo un record. Nunca el juego de la política le dio tanto a uno de sus mejores tahúres.

Olivas pertenece a la Banda del Empastre. Su trayectoria profesional está estrechamente vinculada a la política valenciana desde los años de la transición. Licenciado en Derecho por la Complutense de Madrid, se trasladó en plena juventud a la Valencia del letrado Emilio Attard, dirigente de UCD y emblemático conseguidor. Entró en el reparto de la alcaldesa Rita Barberá y desempeñó una concejalía como herramienta para proyectarse en la política autonómica, la auténtica cueva de Alí Babá. Para entonces, la sombra de Olivas era ya una silueta de oscuras perplejidades, como las que pintó Goya en la Quinta del Sordo, pero con zapatos de mermelada y a los acordes de Paquito Chocolatero.

En Valencia, la vida del PP fue un aquelarre a la sombra de Eduardo Zaplana, oficiando de Gran Cabrón goyesco. A su lado germinó un enjambre de sujetos inermes (Camps y Costa son el mejor ejemplo) con capacidad para fusionar el blanco impoluto del cuello camisero con el sol de la Malva Rosa. Olivas alcanzó la presidencia de la Generalitat para sustituir a Zaplana en 2002 (llamado por Aznar al Ministerio de Trabajo) y sirvió de enlace en el ascenso de Francisco Camps, tallo de cohechos impropios, enfundado en buenos trajes y escasa vergüenza. Vivió de lleno la plenitud megalómana de los grandes proyectos: Terra Mítica, la Ciudad de las Artes y las Ciencias, la Ciudad de la Luz en Alicante, la sociedad que explotó el circuito de fórmula 1, la deuda pública emitida por la Generalitat, la financiación del Valencia CF, el Instituto Valenciano de la Vivienda, el traspaso de la sanidad pública valenciana al grupo Ribera Salud y, por supuesto, la sociedad que explota el aeropuerto sin aviones de Castellón.

Cuando Olivas asumió Bancaja, reinsertó su perfil en la plumilla de Goya para convertirse en esperpento. Hizo los votos pompeyanos y se sumó al toque grandilocuente de Calatrava. Había azotado sin denuedo a los socialistas que señoreaban las cajas de ahorro, hasta el día en que sustituyó a Julio de Miguel al frente de la entidad, gracias precisamente a la ley valenciana de cajas que él mismo había diseñado en el Gobierno de la comunidad.

Compaginó su intensa vida del business con la secretaría general del PP en Valencia. Fue un agente doble del sector negocios. Taponó la fusión Bancaja-CAM y esperó a que la limpieza del Banco de España favoreciera su contabilidad creativa. Se blindó para siempre, hasta que llegó Bankia y mandó parar. Su primavera terminó cuando Rato, ya metido en el surco de la futura Bankia, forzó la fusión madrileño-levantina y metió a Bancaja en la panza de su negocio.

Valencia se arrodillaba ante el poder financiero-político de Madrid. El núcleo duro de las finanzas del PP le arrebató el juguete a Olivas y solo le quedó esperar a que una futura inspección desvelara sus desvelos para acabar dando cuentas ante la fiscalía, como así ha ocurrido.

Aunque siempre cae de pie, Olivas está en todas las salsas. Punitivo y rencoroso, este ejemplar de la retaguardia conservadora dominó los fondos, el conocimiento y las cifras: presidió el Instituto Valenciano de Finanzas, el Instituto de Investigaciones Económicas y el Instituto de Estadística. Simultaneó un montón de cargos para instalarse en el cuadro de mandos del asalto al sistema financiero.

En su mejor momento, Olivas se hizo perdonar incluso la conexión Gürtel-Bankia a golpe de jaculatoria: financió a la grey recalcitrante el viaje por el Turia del Papa emérito, Benedicto XVI. Sin embargo, quienes le conocen hablan ahora de su creciente misantropía. Una sombra lo aqueja desde que la nueva Bankia de Goirigolzarri entregó a la Fiscalía Anticorrupción y a la Comisión Nacional del Mercado de Valores 15 créditos de dudosa legalidad concedidos por Bancaja.

Él arruinó a su gente; fundió la caja fuerte de los valencianos (Bancaja-Banco de Valencia). Pero es la hora del Juicio. Descienda sobre su cabeza el ángel de la justicia.