Jorge Miarnau: el último tren del Corredor Mediterráneo

Morirá matando; refinancia y vende activos para no ceder un palmo. Comsa Emte, la empresa que preside Jorge Miarnau, negocia con la banca acreedora y adelgaza su balance. Está frente a un steering comité de mil millones de euros; presenta una facturación envidiable de cerca de 3.000, pero viene de cerrar en pérdidas los dos últimos ejercicios y de anunciar un expediente de regulación de empleo de 320 puestos de trabajo. Malos tiempos. La caída de la obra civil amenaza la vida muelle de los contratistas. Pilladas entre la nula inversión pública española y la desaparición del presupuesto catalán, las constructoras languidecen. Jorge Miarnau es un presidente demediado: vive en Madrid, fuente de concursos públicos del Estado, pero gestiona Comsa Emte junto al vicepresidente, Carles Sumarroca Pedrerol, uno de los pocos grandes empresarios que ha dado apoyo público al proyecto secesionista de Artur Mas (CiU).

El hierro y el hormigón ya no son un refugio para los Miarnau, ni para sus socios, los Sumarroca; y, además, los precios de las materias primas intermedias les recuerdan a diario lo de zapatero, a tus zapatos. Quedan lejos los años en que los formidables excedentes de la obra pública convirtieron a los miembros del oligopolio (Ribero, Entecanales, Martín, Koplowitz, Pérez o Del Pino) en accionistas de control de eléctricas y petroleras. Hoy, los contratistas ya no están a pie de obra; esperan a que amaine en sus cuarteles de invierno. Cierran sus ingenierías y se van de las telecos. Es la ruta de la piedra, la derrota de un mundo en desbandada. Al sector se le caen incluso sus mejores plumas, como la deslumbrante ACS, el arquetipo aparente de Florentino Pérez, homúnculo del pelotazo, volcado en la reelección presidencial del Real Madrid, sin advertir que sus socios, los March, propenden a cambiar de modelo alejándose de los bienes raíces.

Los mejores años de las vías férreas son historia, como lo es el esplendor de los Miarnau en Reus (Tarragona), ciudad fundacional en la que nació el pionero José Miarnau Navàs; o en Salou (Tarragona), residencia de verano, rosario modernista sobre el antiguo paseo Jaume I, hoy remodelado, donde el arquitecto Domènec Sugranyes levantó en las primeras décadas del novecientos la torre Miarnau, junto a las Banús, Llevat, Loperena o Bonet.

Comsa Emte responde con uñas a la mayor crisis que ha conocido. Diseña el futuro ancho de vía europeo, mil veces prometido –mil veces incumplido–, gracias a su alianza con la francesa SNCF, la empresa ferroviaria de la V República. Francia es un país con política industrial, un referente sólido frente a la molicie del caso español, inopinadamente defendido por Carlos Solchaga, Jordi Mercader, Julio Segura o el mismo Andreu Mas-Colell, hace pocos días, en el Cercle d’Economia, durante la presentación del libro de Maurici Lucena, En busca de la pócima mágica.

Sobre el país vecino, un territorio articulado por canales, exclusas y vías férreas, Comsa Emte quiere desparramar la antesala del Corredor Mediterráneo. SNCF adquirirá un 25 % del accionariado de la filial ferroviaria Comsa Rail Transport. Ha firmado un acuerdo de colaboración destinado a potenciar el desarrollo del tráfico ferroviario de mercancías entre Centroeuropa y la Península Ibérica. El crecimiento será a ambos lados del Pirineo; el gran reto consiste en prolongar la conexión Bettembourg (Luxemburgo)-Le Boulou (Perpignan) hacia España.

Pero no todo serán luces. Como toda empresa colonial que se precie, la contratista tiene su lado oscuro en los altos andinos que unen Chile con Bolivia. Allí, una filial de Comsa ha entrado en quiebra desmontando la ansiada conexión entre las ciudades de Arica y La Paz. Una vez más, las finanzas destruyen las esperanzas. Pero la causa de la espantada andina hay que buscarla en casa. En su metrópoli, donde los Miarnau-Sumarroca tienen un plazo de tiempo ofrecido por los bancos hasta el 30 de junio para cerrar la citada refinanciación de mil millones de euros. A saber: 500 millones de un crédito sindicado de Bankia, Catalunya Banc, CaixaBank, Banco Sabadell, Banco Santander y BBVA; 300 millones de circulante y otras líneas colaterales de 200 millones.

En un intento por desapalancar la compañía, el grupo familiar busca comprador para algunas de sus filiales inmersas en la división de energías renovables y aparcamientos. La mano ejecutora en la desinversión es la de Sumarroca Pedrerol, hijo del mítico Carles Sumarroca, pionero de Emte y miembro fundador de la CDC de Jordi Pujol. Sumarroca Jr. desempeñó la presidencia de la fundación empresarial FemCAT, de clara orientación nacionalista, hasta el pasado mes de enero cuando se produjo el relevo en el cargo de Miquel Martí Escursell.

Comsa Emte, el cruce de dos exitosas sagas industriales, viaja en su último tren hacia una encrucijada decisiva. Refinancia su deuda para acometer nuevos proyectos de envergadura o repliega sus tropas en la Catalunya ensimismada del derecho a decidir. El primer camino conduce al centro del que será el nuevo oligopolio español, una vez superada la crisis. La segunda opción, el repliegue territorial, representa una condena autocomplaciente, la simple textura periférica del telón de fondo.

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