Jordi Pujol y el supremacismo catalán

En Cataluña, durante mucho tiempo, se comulgara o no con el nacionalismo catalán, Jordi Pujol era percibido por gran parte de la población como la persona que mejor podía defender los intereses de esta comunidad autónoma. Así, no deja de ser sorprendente que tantas personas nacidas fuera de Cataluña acabaran depositando su confianza en alguien que había escrito comentarios denigrantes hacia los andaluces o cuya esposa solía descolgarse con afirmaciones supremacistas.

En mayo de 1984, pocos días después de que Jordi Pujol fuera reelegido por primera vez como presidente de la Generalitat de Cataluña, se interpuso contra él una querella de la Fiscalía en el caso Banca Catalana en la que se le atribuyó, entre otros delitos, el de apropiación indebida.

Paradójicamente partir de ese momento, se empezó a identificar de manera inexorable a Pujol y el pujolismo con Cataluña, especialmente desde su investidura como President, cuando gritó desde el balcón del palacio de la Generalitat que a partir de ese momento “de ética y de moral hablaremos nosotros, no ellos”.

Este episodio resulta interesante porque encierra el germen de todo lo que ha sido después el nacionalismo catalán: cualquier discurso contrario al creado por su narrativa es considerado un ataque contra Cataluña y sus autores sometidos a todo tipo de presiones que pueden ir desde el ostracismo hasta los insultos y descalificaciones más sangrantes.

Encontramos también la dicotomía “nosotros-ellos”, en los que “nosotros” es, de nuevo, Cataluña en pleno, y “ellos”, el resto de España, considerada como una entidad ajena en el mejor de los casos y directamente enemiga en el peor.

Esto queda explicitado en la substitución de la palabra España por el sintagma nominal “Estado español”. Por supuesto, este uso es disparatado ya que, aunque España es ciertamente un Estado, solo podemos hablar de Estado español cuando nos referimos a él en tanto que Estado.

En el resto de casos, es incorrecto o, lo que es lo mismo, la mayoría de veces que en Cataluña se dice “Estado español”, se está usando de forma no pertinente. A pesar de esto, en Cataluña lo habitual es “Estado Español” y esto no se da tan solo desde sectores nacionalistas porque, como en tantas otras cosas, aquí también han logrado crear un marco conceptual hasta el punto que decir la palabra “España” te puede hacer sospechoso de ser cercano a posiciones de ideología de derechas.

Además, la dicotomía entre “nosotros” y “ellos”, va mucho más allá de las diferencias políticas y de una supuesta lista de agravios del Estado central contra el autonómico, algo que se puede comprobar fácilmente en la valoración que Jordi Pujol realiza de los andaluces:

[…] el hombre andaluz no es un hombre coherente, es un hombre anárquico. Es un hombre destruido […] es, generalmente, un hombre poco hecho, un hombre que hace cientos de años que pasa hambre y que vive en un estado de ignorancia y de miseria cultural, mental y espiritual. Es un hombre desarraigado, incapaz de tener un sentido un poco amplio de comunidad. A menudo da pruebas de una excelente madera humana, pero de entrada constituye la muestra de menor valor social y espiritual de España. […] Si por la fuerza del número llegase a dominar, sin haber superado su propia perplejidad, destruiría Cataluña. E introduciría su mentalidad anárquica y pobrísima, es decir, su falta de mentalidad.

Ni que decir tiene que este fragmento no es más que una sarta de disparates pues resulta absurdo hacer semejantes categorizaciones como la de falta de coherencia de toda una región. También resulta un despropósito decir que llevan cientos de años pasando hambre o que viven en un estado de “ignorancia y de miseria cultural, mental y espiritual” cuando, precisamente de Andalucía, han salido grandes escritores y artistas.

Al margen de esto, el fragmento revela el temor a la llegada de personas de otros lugares, es decir, se trata de unas palabras que rezuman xenofobia. Este miedo a la “invasión” de andaluces que podemos apreciar claramente cuando explicita que “por la fuerza del número” podrían llegar a destruir Cataluña. Él intentaba contrarrestar este peligro animando a sus paisanos a reproducirse tan prolíficamente como lo había hecho él con su célebre “catalanes, tened hijos catalanes”.

Así, pese a que Jordi Pujol popularizara el “catalán es aquel que vive y trabaja en Cataluña”, estamos ante una persona que parecía tener claro que no todo el mundo es igual y que unos son mejores que otros según el lugar donde hayan nacido. Pese a que Jordi Pujol llegó a disculparse por sus palabras sobre los andaluces, su esposa Marta Ferrusola, quien durante más de dos década ejerció de Primera Dama a la catalana, solía descolgarse con comentarios que delataban su supremacismo como cuando lamentaba que sus hijos no podían jugar en el parque porque todos los niños eran castellanohablantes o cuando dijo que a ella le parecía mal que “un andaluz que tiene nombre en castellano” –se refería a José Montilla- fuera presidente de la Generalitat”.

Así pues, resulta realmente sorprendente que personas como Jordi Pujol y Marta Ferrusola, que han expresado en diferentes ocasiones su desprecio por las personas nacidas en el resto de España, –cabe recordar, por ejemplo, sus recientes comentarios sobre las chonis–, hayan podido gozar durante tantos años del aprecio y de los votos de estas mismas personas. Sin lugar a duda, la ingente labor de ingeniería social que supuso el pujolismo tiene mucho que ver en ello.

Ahora en portada