Jordi Pujol no es Helmut Kohl

Cuando Jordi Pujol confesó la existencia de su cuenta andorrana hubo comentarios sobre el temor del hoy ex presidente de la Generalitat a tener un final dramático como lo tuvo Helmut Kohl.

De entrada, ni la conocida germanofilia de Pujol podría justificar esa comparación con Kohl, considerado el líder europeo más importante de la segunda mitad del siglo XX. Entre líneas, como se ve ahora, Jordi Pujol posiblemente se refería a la posibilidad de tener un mal desenlace político por si quedaba implicado, como Kohl, en un escándalo económico.

La comparación sigue coleando aunque no abundan los paralelismos. En el caso de Kohl se trataba de un problema muy enrevesado de financiación ilegal de su partido. Tal vez el primer gran escándalo de este tipo en la Alemania de postguerra.

Se trataba de dinero procedente en gran parte de un traficante de armas que fue a parar a las arcas de la democracia cristiana alemana. No pocos aspectos siguen por desvelar, pero el sistema legal y político actuó de modo ejemplar y Helmut Kohl cayó en desgracia. Por haber dado su palabra de honor a los donantes se negó a revelar sus nombres.

 
La cuenta andorrana de Pujol y las operaciones de su dinastía son de orden personal, en unos casos para evadir impuestos y en otros para un enriquecimiento fraudulento

Aquello significó un golpe grave para la democracia cristiana. Entonces Angela Merkel, quizás para salvar el partido y a la vez aprovechar personalmente la oportunidad, clavó la daga en la espalda de su mentor, Helmut Kohl. Seguramente era necesario hacerlo porque de otra manera la CDU iba a hundirse electoralmente.

Bien. ¿En qué sentido fueron encauzadas aquellas donaciones ilegales? Por supuesto, eran financiación ilegal, pero no es que fuesen a parar a los bolsillos de Kohl. Según los análisis más ecuánimes, sirvieron para potenciar la implantación y las organizaciones incipientes de la democracia cristiana en la Alemania que, arrasada económicamente por el comunismo, ya era parte de la Alemania reunificada.

Aquí no se trata de justificar aquel desvío de fondos ilegales, sino de situarlo en su circunstancia y, sobre todo, constatar que el escándalo Kohl no tiene nada que ver con el caso Pujol, sino todo lo contrario. Es decir: tanto la cuenta andorrana de Pujol y las operaciones de su dinastía son de orden personal, en unos casos para evadir impuestos y en otros para un enriquecimiento fraudulento. Todo está en manos de la investigación judicial. Desde luego, la comisión investigadora constituida en el Parlament de Catalunya no alcanza al mínimo de credibilidad necesaria.

¿Podría decirse que el escándalo Kohl obedeció a la necesidad de reafirmar la democracia cristiana en la Alemania del Este para hacer más cohesiva la reunificación y procurar estabilidad política ante los problemas de la reunificación? Parece postulable. ¿Fue ilegal? Sí. ¿Puso medios ilícitos al servicio de un fin positivo? Más bien sí, pero en Alemania –por lo menos– el fin no justifica los medios. Esa viene a ser una de las razones más manifiestas por las que Jordi Pujol no es Helmut Kohl.