Jordi Pujol a Quim Nadal: «Eres un traidor a tu clase»

La política catalana sigue pendiente de lo que ocurra el 20 de diciembre. Artur Mas no tiene garantizada su investidura, y la posibilidad de nuevas elecciones es muy real. La CUP sigue madurando un acuerdo, y asume que vivirá momentos de convulsión, con una división interna, tome la decisión que tome.

En este contexto, los socialistas catalanes buscan, con Carme Chacón, una remontada en la última semana de la campaña electoral, con la sensación de que ahora, justamente cuando necesitaba el empuje del PSOE, su candidato Pedro Sánchez ha comenzado a dudar y podría ser superado por Ciudadanos como segunda fuerza política. Se verá.

Pero entender lo que ocurre ahora exige una interpretación correcta sobre el pasado reciente. Y los matices son imprescindibles. Por ello la entrevista del director de L’Avenç, Josep M. Muñoz, a Joaquim Nadal, en el número de la revista de diciembre es muy oportuna. Nadal, ex alcalde de Girona, y ex conseller del Govern de la Generalitat, explica con una gran sensibilidad algunos pasajes recientes del socialismo catalán, y denota algunas cuestiones que los dirigentes políticos españoles siguen sin entender.

Nadal ha cometido errores, claro. Ha defendido sus intereses personales y políticos, como todos. Pero a pesar de su ego –todo político lo necesita si quiere tener éxito, aunque en proporciones adecuadas– sitúa bien el debate.

Se defiende, tras las preguntas de Muñoz, como un político que quiso establecer un puente entre los llamados catalanistas del PSC –para algunos, nacionalistas– y los ‘capitanes’, los dirigentes territoriales que ocuparon el poder en el Congreso de Sitges de 1994. Eso le permitió ser, a su juicio, el candidato del PSC en las autonómicas de 1995, pero, al mismo tiempo, constituyó un lastre, a su juicio, para «hacer lo que se debía hacer y no fui capaz de hacer».

Y aquí llega la cuestión. Nadal respetaba a Jordi Pujol. No quería ejercer una oposición rotunda. Pretendía recoger voto convergente, como había logrado al frente de la alcaldía de Girona. Siente hacia Pujol «un cierto respeto reverencial», y pretende, desde la crítica al modelo convergente, quedarse con todos los aspectos positivos del pujolismo.

Nadal se refiere en la entrevisa al conocido comentario de Felipe Gónzalez, sobre la «paradoja catalana», según la cual «mientras el comportamiento del votante sea diferente en unas autonómicas y en unas generales», el PSC no ganará nunca. Nadal recuerda que esa paradoja estuvo a punto de superarse, en las elecciones de 1999, cuando Pasqual Maragall se queda con 52 diputados, ganando en votos, pero por debajo de los 56 escaños de Pujol. Desde aquel momento, a juicio de Nadal, el PSC sufre «un declive inexorable e imparable».

El ex conseller, el hombre que cambió –como la mayoría de alcaldes socialistas en sus respectivas ciudades— la faz de Girona, una ciudad triste y sucia, recuerda sus discusiones con Pujol. Desde el rechazo del ex president a una Cataluña hanseática, dominada por Barcelona, al reproche de que Nadal se había equivocado de bando. Josep Pla ya le había señalado, tras ser elegido alcalde en 1979, como un hombre de buena familia, dedicada a la industria del corcho. Pujol, siguiendo esa apreciación, le acabaría espetando a Nadal: «Nadal, tu estás en el partido equivocado, y eres un traidor a tu clase». El propio Quim Nadal asegura que «Pujol era más duro que Pla».

Fuera como fuera, se debería destacar dos cuestiones, ahora que los socialistas tratan de sacar la cabeza, con los problemas de Pedro Sánchez para obtener un bueno resultado el 20 de diciembre. Primero, que algunas buenas familias catalanas apostaran por el PSC, que buscaran un modelo alternativo al pujolismo, pero sin una oposición contundente, porque se compartían valores, debería ser un motivo de orgullo para toda la sociedad catalana.

Sí, fueron traidores a su clase, aunque siempre fieles a una educación determinada, muy marcada por los aspectos religiosos –la mayoría de dirigentes políticos catalanes desde la transición pasaron por movimientos escoltes, religiosos o laicos–. El segundo aspecto, sin embargo, es negativo. No supieron lograr la complicidad suficiente para superar, de verdad, la paradoja de la que hablaba González. Se dirá que Maragall sí lo hizo, pero ¿fue su propia personalidad, atractiva para muchos electores, la que pesó más, o el proyecto del partido?

Nadal –no se pierdan la estupenda entrevista de Muñoz en L’Avenç— considera que se debía haber apostado claramente por enlazar la dicotomía entre «la agenda nacional y la agenda social», entre los dirigentes llamados más catalanistas, y los que manejaban el aparato del partido. Sea lo que pudiera significar esa consideración, no se logró. Y el PSC, por sí solo, nunca pudo ganar unas elecciones autonómicas.

Ahora bien, pese a buscar ese espacio convergente, aunque se quisiera no ejercer una oposición contundente al pujolismo, Nadal recuerda algo que ha pasado muy desapercibido en los últimos años:

«En el periodo 1999-2003 se acaban de consolidar algunos vicios en la estructura de gobierno de CiU, y perder el gobierno en 2003 provoca una ruptura que ejemplifica Marta Ferrusola cuando dice que es como si hubieran entrado en el vestidor de casa. La percepción que ellos tienen es esa, y entonces Artur Mas comienza a ejercer una oposición feroz, y muy poco respetuosa».

Una oposición criticable, que explica muchas cosas. También el penoso episodio del Estatut. Y todo esto lo deberían recordar los independentistas que ahora parece que se acabe el mundo, por una lista de agravios, que sí, que algunos son reales, como el propio Nadal desgrana en L’Avenç.