Jordi Cornet: los negocios del PP
Barcelona luce dos Delegaciones nombradas a dedo y situadas detrás del telón: la Delegación del Gobierno, que Rajoy depositó en la figura de la letrada Llanos de Luna, y el cargo de delegado en el Consorcio de la Zona Franca (CZF), que recae en Jordi Cornet, caucus económico del equipo de Sánchez-Camacho. Estas dos delegaciones; una política, la del Gobierno, y la otra económica, el CZF, son los ejes reales de un partido sin vertebración territorial. El PPC no cuenta. Salvando el caso de García Albiol, el alcalde sheriff de la Badalona romana, marítima y poética, que glosó la gran Margarita Xirgu. Azares de los comicios, el águila levantó el vuelo sobre un territorio de marismas tranquilas y laderas suaves. Y allí justamente, al norte de la región metropolitana, conviven algunos solares propiedad del CZF y del Incasol, que es como decir conviven el metro cuadrado del Gobierno y el metro cuadrado del Govern. Pero ni el interés les aúna, a la vista de los intentos de CiU de acercarse a PSC e ICV-EUiA para desplazar al edil.
El CZF desparrama patrimonio a lo largo del territorio. Cornet es ahora el encargado de velar por las maquilas multinacionales, una actividad libre de algunas cargas tributarias y capaz de ofrecer réditos. El PPC prima fiscalmente la inversión hasta el punto de que los populares promueven desgravaciones de hasta el 35% en el tramo autonómico del IRPF para los business angels que inviertan en nuevas empresas, tal como ha defendido en el Parlament el portavoz popular, Enric Millo.
Cornet, que se afilió al PP en 1986, desempeñó la gerencia de la formación entre 1991 y 1996 y ha sido coordinador de campaña en varios comicios. Un hombre del aparato; del aparato y de sus recursos. En manos peperas la logística de la Zona Franca crece; sus catastros reverdecen a contracorriente. Así ocurrió durante la larga gestión de Enrique Lacalle, nombrado delegado del CZF por Aznar en 1996. Eterno presidenciable de Fira Barcelona e impulsor del Meeting Point, Lacalle tiene un pasado político vinculado al sector negocios de la antigua Alianza Popular de Fraga Iribarne. Vivió de cerca la histórica campaña electoral de 1984, la de Eduardo Bueno, un empresario inmobiliario (Ibusa), que cayó en desgracia ladeado por los intrigas pretorianas de la derecha nostálgica a la que se vincularon las donaciones de Josep Lluís Núñez, Joan Gaspart, Juan Echevarría o Guillermo Bueno, entre otros; todos ellos hijos putativos de Eduardo Tarragona, aquel diputado por los tercios familiares del antiguo régimen y polémico concejal en los plenarios municipales de Enric Masó. Los dineros fáciles de la Alianza Popular de entonces, antecedente del actual PPC, sobreviven en la memoria. Recuerdan la ciudad del gobernador Acedo Colunga, de Pedro Balañá, empresario taurino, o de Matías Colsada, el ex patrón del Teatro Apolo. Evocan la Barcelona de Tania Doris, incubada en La comedia ligera, la novela de Eduardo Mendoza.
La vía catalana del PP estuvo a punto de estallar poco antes de la llegada de Hernández Mancha a la cúpula española, una época en la que Fraga taponó hemorragias de dinero fácil de origen oscuro. El querido Alexandre Pedrós, ex catedrático fallecido de Hacienda Pública, tuvo en sus manos un dossier de malas prácticas cuya aparición hubiese hundido al partido conservador; pero se lo entregó a Fraga, y éste lo calcinó en vía muerta.
Alicia Sánchez-Camacho es de móvil. Vive pegada al hilo musical que llena los silencios de las llamadas telefónicas entre Madrid y Barcelona. Entiende el compás, pero no la melodía. Quiere un partido limpio. Destinará, dice, a servicios sociales los 80.000 euros que arrancó a Método 3 a cambio de su derecho al honor; y no es un sarcasmo. Pero lo tiene mal. No puede negar el timbre de su propia voz en las escuchas ilegales. No podrá recomponer su imagen tras el zasca alusivo que le endilgó Artur Mas en un recoveco de la última sesión de control. Las verdades implícitas duelen; sobre todo cuando adornan un final de frase.
Las cuentas del PPC palidecen. Los sueldos de la política no dan para una vida muelle. Mala hora para las cajas blindadas de los partidos. España entera se ha echado a la calle in vigilando. Pero, de momento, lo que no se ha llevado Bárcenas apenas alcanza para canapés. Los populares no gozan de la impunidad del pasado. Ni en economía ni en política. La Delegada Llanos de Luna entregó, hace apenas dos meses, un diploma a la Hermandad de Combatientes de la División Azul. La dama del Palau Montaner (sede de la Delegación del Gobierno Central, que albergó a las Juntas de Ofensiva en los años del hierro) elogió a los veteranos nostálgicos de la 250 División de Infantería de Muñoz Grandes, bajo el estandarte de la Wehrmacht.
Descontado el mal momento de Alicia, la triada popular de los pasados comicios se diluye en el magma institucional. Los números dos y tres del partido en las últimas elecciones (Cornet y Llanos de Luna) dejaron su escaño para ocupar despachos de influencia directa. Ambos sufren una presión añadida. Llanos entre los vitrales de Rigalt i Blanch y los relieves de Eusebi Arnau que adornan el Palau Montaner. Cornet, víctima de un pasado amable.
El PPC tiene dos tentáculos. El político se abraza a la nostalgia. El económico, el de Cornet, tiene ante sí el reto de conseguir financiación sin hacer ruido. Ambas delegaciones sitúan sus objetivos lejos de la gravitación que produce el Dret a Decidir. Viven detrás del telón.