Johnson, Trump y el problema de May con los que tienen el pelo raro
El viaje de Donald Trump al Reino Unido revela la perversa simbiosis entre el nuevo republicanismo americano y el peor conservadurismo británico
El decoro era hasta no hace mucho un requerimiento inexcusable para cualquiera con aspiraciones de estadista en un país tan dado a la tradición como el Reino Unido.
Esa norma no se aplica a Boris Johnson, entre cuyos atributos no figura la circunspección. Tanto el ex titular del Foreign Office como mejor su aliado, Donald Trump, han basado su carrera en la carencia esa virtud. Y en un pelo extraño.
Tras apuñalar de la forma más pública posible a Theresa May, Johnson quiere ahora convertirse en primer ministro. Su ambición no tiene límites, igual que su falta de pudor.
Su meta es pasar a la historia como el hombre que tuvo el coraje de romper por completo con Europa. Como fue el gran instigador de las mentiras del ‘leave’ que ganaron el referéndum de hace dos años, tiene una perversa lógica que sea él quien más se beneficie de ello.
Johnson es un aventajado exponente esa clase de políticos a los que se les aplauden comportamientos censurables en cualquier otro. En eso –y en un peinado que desafía cualquier descripción– se parece a Trump. La casualidad (o quizá no) ha querido que ambos ocupen el primer plano de la actualidad británica estos días.
Puñalada y tabloide
El primero, por sabotear el plan de la primera ministra sobre la futura relación del Reino Unido con la Unión Europea, porque no garantiza un «brexit» suficientemente duro.
Y el segundo, porque comenzó su visita oficial a Inglaterra el jueves con una incendiaria entrevista en el tabloide The Sun en la que afea a la primera ministra, afirma que Johnson sería “un fantástico primer ministro” y advierte que si se no rompe del todo con la UE, no habrá trato comercial preferente con EEUU.
Trump: “Le dije a Theresa cómo tenía que hacer el Brexit pero no me hizo caso y lo estropeó todo”… ¿De verdad?
Políticos indecorosos los ha habido siempre, pero los actuales saben como viralizar la desfachatez. La entrevista de Trump rompe con todas las convenciones sobre la injerencia de un país en los asuntos internos de otro: “Le dije a Theresa cómo tenía que hacer el ‘brexit’ pero no me hizo caso y lo estropeó todo”.
¿De verdad? A eso ha llegado la tan cacareada ‘relación especial’ entre Estados Unidos y el Reino Unido en la era de Trump: sumisión o vejación.
La gente bien británica acostumbra conservar sus motes de public school hasta la tumba. Y Bo-Jo, etoniano, oxfordiano y rico de familia, pertenece a la gente bien. Alternó puestos en la prensa conservadora –The Times y Daily Telegraph– con temporadas en el Parlamento y mandatos domo alcalde de Londres que establecieron su popularidad.
Pijo-populismo
Johnson ha sabido cultivar una marca propia de pijo-populismo. Detrás de un aspecto desaliñado y un lenguaje procaz, se camufla el más rancio elitismo tory. Y lo ejercita combinando la cultura de un erudito con los instintos de un político del East End.
Con los años ha derivado hacia posturas extremas en materia de inmigración, protección social, Europa… Y consigue expresarlas como le viene en gana porque todos ya se han acostumbrado a sus gracias: Boris tiene estas cosas; no hay que hacerle mucho caso… Boris es diferente.
Tan diferente es que solo a Bo-Jo se le ocurriría convocar un fotógrafo para registrar el momento en que firmó su dimisión, el pasado lunes, para luego distribuir la foto a los medios favorables a un «brexit» duro.
El mensaje implícito: ‘dimito de este gobierno porque no cumple con el compromiso contraído con la nación de romper todo lazo con el continente’.
La excusa de “no poder apoyar” el acuerdo que había suscrito dos días antes, junto al resto del Gabinete reunido en Chequers, respecto del estatus futuro con la UE, no solo atestó una cuchillada shakesperiana a Theresa May.
También retrata el oportunismo de Johnson, que sólo dio el paso cuando se le adelantó el propio ministro encargado de la negociación con Europa, David Davis. Hay que reconocer que en lo que respecta a gobiernos disfuncionales, el inglés encabeza la clasificación mundial.
La dimisión de Davis y Johnson es la chispa de una moción de censura contra May, pero Trump regó el fuego con gasolina
Las renuncias, a las que siguieron varias más de rango menor, colocaron a la primera ministra tory a tiro de una moción de censura por la que llevan meses maquinando los más inveterados proponentes del «brexit total» en su propio partido.
Que el portazo de Davis y Johnson fuera la chispa para llevar la rebelión ultraconservadora a la Cámara de los Comunes en los próximos días entraba dentro de lo esperable. Lo era difícil imaginar era cuánta gasolina iba a echar sobre esa llama Trump al aprovechar su visita para humillar a May y elevar, en paralelo, a Johnson.
Si no fuera tan trágico ver cómo un país cae en manos de individuos que se debaten entre la ambición y la enajenación, los rebeldes de Partido Conservador británico parecerían salidos de un sketch de Monty Python.
Muchos de ellos son encuadrables en esa Internacional Ultranacionalista –identitaria, xenófoba y opuesta al multilateralismo– que se consolida en a ambos lados del Atlántico.
Deplorables de acento refinado
La diferencia es que Johnson y el líder parlamentario de la reacción, Jacob Rees-Mogg, son productos la upper-class; la clase alta británica. Sus posiciones políticas y sociales los equiparan fácilmente con cualquier fuerza de la extrema derecha europea, pero su acento es más refinado porque pasaron por Eton y Oxford.
Johnson y Rees-Mogg serían marginales en tiempos de Margaret Thatcher o John Major, cuando los tories dieron una oportunidad al conservadurismo meritocrático. En los últimos años se convirtieron en una oposición interna tan desleal que David Cameron quiso aplacarla convocando el referéndum sobre la UE.
El resto ya es historia: los otrora marginales tomaron la medida de la débil y ambigua May y han acabado por hacer rehén al gobierno y al conjunto del Partido Conservador.
Con Trump, conservadores británicos y republicanos americanos han establecido una perversa simbiosis
Desde la llegada de Trump a la Casa Blanca, entre los conservadores británicos y los republicanos norteamericanos existen no sólo las similitudes tradicionales sino una perversa simbiosis.
En ambos casos, los extremistas de hace una década se han hecho con el control. Su estrategia ha sido la reducción de los problemas a la expresión más sencilla, sin importar que fuera falsa: para el redneck de Oklahoma, “¡construyamos un muro”; para el parado de los Midlands, “rompamos con los burócratas de Bruselas”.
Para hacerlo, ambos grupos han tenido que comprometer los principios y valores con que siempre se han llenado la boca. Los republicanos americanos, que se encomiendan a Dios a cada rato, se han rendido a un presidente deshonesto, abusador y soez que permite la separación forzosa de los niños de sus madres.
Los británicos, paladines del honor, el deber y la obligación de poner corona y país por delante de uno mismo, se han entregado a sabiendas a un proceso que debilitará y empobrecerá a los ingleses durante generaciones.
A fuerza de mentir, manipular y prometer un futuro imposible llegan a engañase a si mismos. Hace poco, durante el cumpleaños de la reina, el presidente de Siemens en el Reino Unido le expresó a Johnson la preocupación de los empresarios por un «brexit» duro.
Su respuesta: “Fuck business!”, que se jodan las empresas. Este tipo quiere ser primer ministro.
Que el viaje del presidente americano haya incidido mas que nada en la política interna –y, encima, en contra de la premier en el poder– da idea de lo poco que importan las fronteras y el decoro diplomático a los políticos iliberales.
Que se lo pregunten, si no, a Angela Merkel y al resto de los líderes de la OTAN con los que Trump estuvo calentando motores antes de dirigirse a Londres.
Uno se pregunta: ¿qué enseñan en Eton y en Oxford?
En los próximos días, May se juega su futuro. Antes del viaje de Trump, un intento de descabalgarle en los Comunes era posible pero no probable.
Tras la amenaza de que, sin ruptura total con la UE, los Estados Unidos de Trump no concederán trato de nación más favorecida a su antigua metrópoli colonial, el futuro de la primera ministra puede depender de algo tan surrealista como de que le apoyen los diputados laboristas.
Uno se pregunta, qué enseñan en Eton y en Oxford. O quizá la explicación es más sencilla y es que algunos políticos utilizan el mismo crecepelo.