Cambió el acero de su progenie (Aceros Boixareu) por un holding de incierta sede mercantil (Irestal). Alcanzó su cúspide siderúrgica a partir de una mácula original difícil de soslayar: la suspensión de pagos de una empresa heredada, dotada de hornos humeantes en Sant Adrià del Besòs pero con feudo en Pedralbes, como mandan los cánones vecinales de los farmacéuticos (Uriach, Ferrer o Gallardo), metalúrgicos (Echevarría o Llorens), editoriales (Vergés, Gili o Plaza) o productores de pintura y tintes (Folch-Rusiñol Corachán), ungidos casi todos por el brillo de sus colecciones de arte.
Es Joaquín Boixareu a quien el juez instructor del caso Nóos-Palma Arena ha imputado en la maraña judicial de Iñaki Urdangarín y que ha sido llamado a declarar el próximo día 27. Ambos, Boixareu y Urdangarín, más su esposa la infanta Cristina, han compartido vecindad durante años en la Barcelona de la alta Diagonal.
Boixareu, un Esade de los ochenta, despliega una amplia gama de acciones civiles y mercantiles destinadas al naufragio. Fue impulsor y presidente de Femcat, la fundación dedicada al fomento de la empresa, tocada por el halo nacionalista e integrada por capitanes de industria, como los Ramon Roca, Jorge Miarnau, Ramon Carbonell, Xavier Pujol, Albert Esteve, Rosa Clarà, o Joan Manuel Sanahuja, entre otros. Pero, la patria y la empresa no conjugan fácilmente. Jordi Pujol intentó sin éxito extender su influencia en el mundo patronal, con la Pimec de Rovira o de Agustí Contijoch; y podría decirse que aquella génesis frustrada sobrevive hoy bajo el mando de Josep González, en la Pimec actual (herencia en parte de la antigua Sefes botiflera de Jorgito Gelabert, pero matizada por el catalanismo económico de Antoni Fernández Teixidó, consultor y político). Pimec, eterna novia de Fepime, es la segunda marca patronal catalana empujada al vacío por el inmovilismo de Eusebi Cima, un dirigente cuyo cesarismo ha sido tumbado y renacido recientemente por el Tribunal Superior de Justícia de Catalunya (TSJC).
Femcat es un episodio de buena génesis pero de trayecto incierto. Fue fundada en 2004 por emprendedores de éxito, desvinculados de la tangentópolis, y exhaló confianza hasta que llegó el desaire de Iberia, en 2007. Tras la convocatoria del IESE, que reunió a la fronda catalana contra la marca de bandera española, Femcat apostó cándidamente por la operación Spanair, bajo la falsa apariencia de un socio mayor, Lufthansa, que nunca llegaría. Un golpe para Joaquín Boixareu; él arriesgó su propio dinero y tuvo que cantar después la palinodia de su fatal aventura. Pero pronto apostaría por su siguiente descalabro, esta vez en el Foment del Treball Nacional. Acompañado de Antoni Zabalza y de Carles Sumarroca (actual presidente de Femcat) promovió su propia candidatura a la presidencia de la gran patronal catalana. No debió advertirlo: Foment es un universo territorial y sectorial inaccesible; es el reducto del Rosellismo, una amalgama abigarrada y corporativa de tradición proteccionista ante la que se han estrellado patronos de fuste, como José Manuel Lara Bosch, liberales como Carlos Güell de Sentmenat, e incluso espíritus selectos, como el ingeniero Joan Molins.
Su tercer embate, amoldado en Femcat, resultó apenas visible pero no menos doloroso. Fue el rechazo de Josep Piqué (vencido por su lado popular) a inscribir en la junta del Cercle d’Economia a destacados miembros de la fundación que patrocina la marca Catalunya-Empresa. El último round de Boixareu se estaba librando ahora en la Unión Patronal Metalúrgica (UPM), la célebre sectorial de Bueno Henke, a la que el CEO de Irestal llegó gracias a un pase de Joaquín Gay de Montellà (la magnanimidad del ganador).
Boixareu pasó a ocupar la presidencia de esta organización metalúrgica, después del cese de Antoni Marsal, el pasado abril, acusado de malversación. Ha sido el último órdago de Marsal, que perdió hace años la vicepresidencia de Estampaciones Sabadell tras un duelo familiar con su ex cuñado, Jaume Bonet, dueño absoluto y emprendedor puro de segunda generación.
La sinceridad excesiva puede ser una forma de perfidia. Lo aprenderá ahora, cuando la imputación del magistrado Castro oscurece su horizonte en el mundo sectorial. Boixareu se concentrará en Irestal, una descendiente de Aceros Boixareu, la empresa cuyo concurso cercenó la trayectoria empresarial de su padre y le costó además la vicepresidencia del Banco de Europa, la ficha fundada por Carlos Ferrer-Salat. El día que aquel intento de banca privada gestionada por el singular José Acacio Gómez Vigo se vino abajo, La Caixa de Josep Vilarasau Salat salió en su salvación.
Los primos hermanos Salat volvían a encontrarse en la liquidación del último banco de familia, una entidad elegante que celebraba sus reuniones en la calle Panamá y cuyo consejo de administración (los Espiau, Boixareu, Raichs o Campins Figueras) estuvo marcado por la discreción y el linaje.