Jinping sabe el secreto, Putin no

La paz solamente volverá a Europa si Putin no tiene otro remedio que aceptarla y puede que no estemos tan lejos de imponérsela como habíamos previsto

Jamás se han enterado los rusos, zares blancos o rojos, del secreto que mantiene a los imperios. Tampoco cayeron en la cuenta de la primera condición, necesaria, imprescindible, de cualquier imperio. A Putin no le entra en la cabeza, y en eso es heredero de los líderes comunistas, ahogados no por la ideología supuestamente salvadora de la humanidad, que les traía tan sin cuidado como a los cardenales del renacimiento la existencia de Dios, sino por la desesperada obsesión de dominar medio mundo. Cuanto más se aceraba la caída del Telón de Acero, más conflictos bélicos de naturaleza “antiimperialista” financiaba el Kremlin. ¿A cambio de qué?

Para afinar en la respuesta definiremos tanto la condición como el secreto de los imperios. Cumpliendo las dos, los imperios navegan viento en popa si solamente cumplen la condición, pues pronto se tambalean. Y si no descubren el secreto, caen sin llegar a enterarse del motivo.

Vayamos primero por la condición necesaria, llamada beneficio extractivo. Una metrópolis que no obtiene buenas rentas de sus colonias, pronto se desentiende de ellas. Cuando los costes de mantener un imperio en pie son superiores a los beneficios obtenidos, ciao, ciao imperio.

En 1961, Jruschov construyó el Muro de Berlín. Los de aquel lado del telón de acero quedaron enjaulados. Al año siguiente mandó misiles a Cuba, aunque pronto tuvo que retirarlos porque Kennedy no se amedrentó. Cuando los países del Pacto de Varsovia intentaron entonar sus propias melodías, fueron aplastados sin pestañear por los tanques de sus supuestos salvadores. ¿A cambio de qué? Solamente a cambio de la vocecita del espejito que repetía a Jruschov que era el hombre más poderoso del planeta y a los rusos que iban a liberar el mundo.

Al contrario de la condición elemental, el imperio soviético no se tradujo en flujo económico hacia Moscú sino al revés. Es de locos. El imperialismo, el afán expansivo, la obsesión por combatir a los Estados Unidos o ayudar a sus enemigos, salió carísimo a los rusos. Hasta convertirse en la causa principal de la derrota en la Guerra fría. Una muestra: después de la caída del Muro, tuvieron que abandonar al fiel Fidel por la sencilla razón de que, una vez disuelto el espejismo, no podían seguir pagando.

La condición del beneficio, que es lo más elemental, debe, pues, de cumplirse. Inexorablemente, bajo pena de pronto hundimiento y aunque la superioridad militar sea apabullante. Vamos ahora a por el secreto, que a lo largo de los tiempos ha resultado difícil de descubrir. Lo vislumbré gracias ala lectura de los clásicos, en concreto del Panegírico de Plinio el Joven a Trajano. En él, el agudo observador que fue Plinio relata como en año de severa sequía en Egipto, el emperador ordenó que la hambruna de la provincia fuera evitada mediante barcos repletos del trigo almacenado en Roma, que esta vez hicieron el transporte al revés.

El secreto de la famosa y longeva Pax Romana no es otro que la satisfacción de las colonias. Roma salía siempre beneficiada, pero a las provincias y a sus habitantes les salía mucho más a cuenta estar dentro que fuera del imperio. Además de protección y seguridad frente a terceros, los romanos construían acueductos y vías de comunicación, abrían escuelas, aportaban seguridad jurídica, etc. La aspiración máxima de todos era adquirir la ciudadanía romana, lo que en efecto fueron consiguiendo.

A la luz de tan singular secreto, contemplemos el imperialismo en la segunda mitad del siglo XX. Ofuscada por el afán lucrativo y en eterno combate contra los insurrectos amigos de los soviéticos, Norteamérica dejó a un lado el secreto. Ese secreto que había convertido a Europa en aliado perpetuo mediante el Plan Marshall quedó enterrado por la avidez y la confrontación.

No cayeron en la cuenta de que si países de Latinoamérica, África y el sudeste asiáticos querían sacudirse el yugo, no era por una cuestión ideológica. Era porque el yugo apretaba demasiado. Aún en nuestros días, son numerosos los países que no saben si es mejor ser amigo de los Estados Unidos o tomar prudentes distancias.

En este sentido, la China de Jinping está dando una lección. Sus socios, sus amigos, obtienen beneficios de la amistad, de las ayudas económicas, del comercio. China gana más, seguro, pero ellos, en África, América e incluso Europa, salen más beneficiados negociando y mercadeando con China que antes. La brutalidad extractiva que Norteamérica heredo de Europa y que Rusia ni siquiera vislumbró se ha visto substituida por la práctica del beneficio mutuo.

Colofón de actualidad: Putin no quiere la paz, insisten agudos comentaristas. Sin embargo, los referéndums en los territorios ocupados aderezados con una amenaza nuclear que “no es de farol”, indican que, habiendo fracasado en su intento de zamparse Ucrania de un bocado, el ignorante y acomplejado sátrapa ruso se prepara para anexionarse los territorios ya ocupados.

Ante el desastre, Putin llama a filas y provoca grave descontento social. Stalin sacrificó masas humanas para defender Stalingrado. Su pequeño emulador se prepara para agudizar el conflicto de Ucrania, pero no está en las manos de sus tropas conseguirlo. La paz solamente volverá a Europa si Putin no tiene otro remedio que aceptarla y puede que no estemos tan lejos de imponérsela como habíamos previsto.