Jaume Roures, entre Guy Debord y Woody Allen

Nada es comparable. Pero, salvando las distancias de calidad y formato, la película Salvador exigió un esfuerzo de recopilación similar al seguido por Ford Copola en El padrino, la novela de Mario Puzzo, aunque sin las cigarras bajo el sol de Sicilia ni las procesiones del barrio italiano de Manhatam. En el caso de la película de Manuel Huerga, producida por Jaume Roures e inspirada en la vida de Salvador Puig Antich, se trató de recopilar el perfil situacionista nacido con el discurso intelectual de Guy Debord y relaborado por la izquierda extraparlamentaria europea durante los años que siguieron a la inopinada muerte de Feltrinelli, victima sedicente de sí mismo y editor de Doctor Givago.

Roures se adentró en la urdimbre que desentraña el pasado. Ello explica, en gran medida, su éxito en la narrativa audiovisual contemporánea. También hurgó en la herida del nacional-futbolismo; de hecho, éste fue su trampolín y quizá su penitencia, porque, ahora, a diferencia de su éxito en el mundo del cine, el productor televisivo tiene apenas tiempo para restañar la mella que infligen los negocios diseñados sobre la base del triple salto mortal.

El día que el futbol dejó de ser una distracción para convertirse en industria, Roures estaba allí. Mediapro puso en jaque a Sogecable. Su último contrato con la mayoría de miembros de la Liga de Futbol Profesional, la patronal del sector, finaliza en 2014, pero, como cada verano, aparecen los palos en las ruedas. La revolución de Del Nido, presidente del Sevilla, ha acabado por traspasar a su competidora Sogecable (controlada por Telefónica y Telecinco) los derechos de Atlético, Celta, Espanyol, Getafe, Osasuna, Real, Zaragoza, Athletic y Betis. Roures todavía tiene el cetro: Barça y Madrid (Mediapro es además la productora que se encarga de los canales domésticos de ambos clubs). Sigue siendo el abanderado, pero los horarios de las transmisiones adaptados al mercado global chocan contra la monotonía de la costumbre; preludian a un general sin ejército.

El nuevo duelo de floretes entre Mediapro y Sogecable vuelve a la vía judicial y, mientras esperan la venia, los canales autonómicos se muestran renuentes a comprar los paquetes adicionales, que la productora vende al principio de cada temporada. Los contenciosos, que nunca llegan a la audiencia, se resuelven en la sala contigua; y es allí donde aguarda José Manuel Lara, el patrón de Planeta, el dueño de Antena 3 TV, que vio frenada por Competencia su fusión con La Sexta y que espera paciente, como el chino sentado en el portón de casa, a que pase el cadáver de su enemigo.

Roures se ha encargado de recordar además que los derechos de la liga española de fútbol ya no vuelan libremente a través de las ondas. Las radios pagan por el Mundial y por la Champions y multiplican por tres sus ganancias. Ahora les toca hacer lo mismo en la Liga, como ocurre en la BBC, una pública sin publicidad, que paga 30 millones de libras por retransmitir la Premier.

En el edificio Imagina abundan la camisa denim y los vaqueros. La sede de Mediapro, situada en el 22@ a tiro de piedra de la Torre Agbar, es el cuartel general de una plantilla de 4.000 empleados en la que se han descartado los esquemas verticales. Los ecos de Midnight in Paris resuenan tras el éxito de Vicky Cristina Barcelona y Conocerás al hombre de tus sueños, todas de Allen, el único director que acaba los rodajes antes de lo previsto. El encaje entre el director y el productor anuncia una unión duradera, pero siempre detrás de los compromisos de Broadway y del inseparable clarinete del cineasta. Las primeras seis copias de Midnigth se convirtieron en mil, antes del segundo aldabonazo: Un dios salvaje, la adaptación de Roman Polanski, basada en una pieza de teatro.

Aunque precedido de una mirada internacional, Roures no ha dejado de producir cine español. Pero hoy, España sobre produce y no cuida la calidad. Su futuro pende de una larga marcha, en la que participa silenciosamente Roures, contraria a las subvenciones y admiradora del cine francés, la tercera industria sectorial del mundo, detrás de Hollywood y de Bollywood.

La Ley de Zapatero espoleó a los lobbies; Rajoy, de momento, solo asusta. Aunque el cine sea su espacio de libertad, Roures es un hombre de televisión. Después de ser productor en TV3, fue uno de los fundadores de Dorna y ha cerrado muchos negocios con Bernie Eclestone, el patrón de la Fórmula 1. Creó el campeonato de Moto GP, en 1992, una plataforma desvirtuada poco después por Mario Conde, en su etapa en Banesto, que pagó por Dorna 18 veces su valor, a cambio del 50% del capital.

Roures alterna devoción y vocación. La primera sucumbe a la levedad del papel (“dentro de una década no quedarán periódicos en papel”), origen de Público, la cabecera que encandiló a Moncloa (bajo el PSOE) y que fue cerrada el pasado mes de febrero. Él personalmente anunció el fin de Público, desde un hotel de Beverly Hills y al término de una rueda de prensa sobre Midnight in Paris. Aquel día echó mano al tono de disculpa: «El calendario no lo fijamos nosotros, ni el del Óscar ni el de la crisis económica; después de nosotros, cerrarán más periódicos».

Desde entonces, su renuncia a un proyecto de “implicación personal” le persigue. Roures ha tratado de mantener la propiedad de la cabecera que fue subastada en el Juzgado Mercantil número 9 de Barcelona. ¿Obsesión o fondo de comercio? Lo único cierto es que el productor se ha interpuesto frente al intento de MásPúblico, un proyecto colectivo de los ex trabajadores de la cabecera, que habían reunido 240.000 euros con la intención de renovar su fuego sagrado con el lector.

Edición y producción son mensajes complementarios al mismo nivel que autodeterminación y cultura, las dos pasiones del empresario Jaume Roures. Su anhelo es político, como lo fue el de Kubrick al llevar al cine una obra de Scnitzler, (Relato soñado) o como lo había sido el de Orson Wells con los textos de Kafka.

Este anhelo es un hilo conductor, un puente imaginado entre Guy Debord, fundador de la Internacional Letrada, y Woody Allen, reservorio estético de la clase media. Todo lo que se difumina en Público, eslabón abandonado, se conserva intacto en Salvador, una película emparentable con el cine de Costa Gavras o de Spick Lee; una revisitación terapéutica del verdugo y de la víctima, antídoto del olvido.

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